El Canal de TV, DIGITAL PLUS, anuncia un paquete de películas basadas en historias de la escritora inglesa Agatha Christie.
La oportunidad es la efemérides de su nacimiento, 15 de septiembre de 1890. Agatha Christie es la novelista más leída en la historia pues 2000 millones de ejemplares es cifra muy cercana a la Biblia, El Quijote y Shakespeare.
Pocos saben que el nombre de Agatha Christie tuvo una singularísima importancia para evitar la total desaparición de la Misa católica según el rito tradicional promulgado por el Papa San Pío V.
En efecto, Mrs. Christie, junto a otros nombres no tan famosos como el suyo pero en bastantes casos de mérito mayor, dirigió a Pablo VI una carta rogándole el indulto que evitara su desaparición.
Poco se removió este extraordinario documento y menos todavía se ha reflexionado sobre él. Sus signatarios fueron en principio nombres de la cultura inglesa, a los que se añadieron otros no ingleses. Para mí tiene un relieve sorprendente esa amalgama de personajes unidos contra el desafuero, pues desafuero fue el propósito y más infame aún el procedimiento de echar al basurero una liturgia que lleva a Dios más que ninguna otra forma conocida de culto. Ya en otra ocasión cité el ejemplo del actor Sir Alec Guinness que confesó a Pío XII haberse convertido al catolicismo a través de la Misa. Pero no quiero reiterarme.
En verdad estas líneas las escribo para subrayar lo extraordinario que resulta, en estos tiempos del Summorum Pontificum, ocultar que aquella Misa fue prohibida de facto contra toda prudencia pastoral. Ya que era jurídicamente imposible contrariar la Bula de San Pío V -lo que ahora permite afirmar que nunca fue prohibida-, se consiguió eliminarla por despotismo. Si los firmantes de la carta suplican al Papa que evite su eliminación, sólo podía ser porque se pensaba prohibir lo que “nunca había sido prohibido”. No tendría sentido argüirlo si la conciencia no acusara esta intención. Lo histórico es que desde el comienzo de esta nueva era de progre oscurantismo estuvo realmente prohibida y vilipendiada; fue perseguida y sus fieles mortificados y arrinconados. Es decir, fue eliminada del orden sacerdotal, fue despreciada en todos los templos sin respeto a la condena de anatema que la protegía, con ostentación que bordeaba el sacrilegio, con la cobardía y el engaño propios de un clero más prisionero del plato de lentejas que de la supuesta obediencia debida. En todo caso con tiránico abuso de autoridad y arrogante desprecio al Derecho de los fieles que se encontraron de la noche a la mañana metidos a empellones en un rito protestante, o casi. Y como paradigma de judiada, haciendo creer al mundo que los arrogantes eran los que plantaron cara en su defensa. Seguramente pueden decirse palabras más fuertes pero no sobre bases de verdad más sólidas que las implícitas para cada una de las acusaciones.
La guinda del “Indulto Agatha Christie” es su estrafalario ‘fundamento teológico’. Veámoslo.
La carta le fue entregada a Pablo VI en octubre de 1971 por el Primado de Inglaterra, Mons. John C. Heenan, que también la avalaba. El Papa la leyó. Se sabe que terminada la lectura echó una mirada a los nombres de sus remitentes, más de ochenta representantes de la cultura del siglo XX. Uno de los primeros era el de la creadora de Hercules Poirot, y al verlo Pablo VI exclamó: «¡Oh, Agatha Christie…!» Fue suficiente. Sin seguir sobre el resto, asintió y dio curso al indulto. Esa fue la distinción que lo bautizaba… y “le daba doctrina”.
Francamente, no deja de ser exótico la fuerza que tuvo la novelista en aquel Papa que ya no necesitó examinar cualquiera otro nombre. El de Agatha Christie bastó finalmente para el placet papal. Su fama se sobrepuso a de Jacques Maritain o Francois Mauriac.
Cuando el muñidor de la reforma litúrgica, Monseñor Bugnini, recibió la orden de expedir el Indulto, de su coleto -cosas que solían pasar con el papa Montini- lo corrigió con una nota marginal solicitando se evitara darle publicidad. A lo que los ingleses no hicieron el menor caso y en pocos años sus templos -en especial el Brompton Oratory, de Londres-, se llenaron con fieles de todo el mundo… para oír “la Misa”.
La carta.
Leamos ahora su traducción con:
“Si algún decreto insensato llegase a ordenar la destrucción total o parcial de las basílicas o las catedrales, obviamente serían las personas beneficiadas por la cultura -cualesquiera fuesen sus creencias personales-, quienes se alzarían horrorizadas en oposición a una posibilidad tal. Ahora el hecho es que las basílicas y catedrales fueron construidas para celebrar un rito que, hasta hace unos meses, constituía una tradición viva. Nos estamos refiriendo a la Misa Romana Tradicional. Aún así, de acuerdo a las últimas informaciones provenientes de Roma, existe un plan para hacer desaparecer dicha Misa hacia fines del año en curso. Uno de los axiomas de la publicidad contemporánea, tanto religiosa como secular, es que el hombre moderno en general, y los intelectuales en particular, se han vuelto intolerantes a toda forma de tradición y están ansiosos por suprimirlas y poner alguna otra cosa en su lugar. Pero, como muchas otras afirmaciones de nuestras máquinas publicitarias, este axioma es falso. Hoy, como en los tiempos pasados, la gente culta está a la vanguardia, allí donde es necesario el reconocimiento del valor de la tradición, y son los primeros en dar la voz de alarma cuando ella es amenazada. No estamos considerando en este momento la experiencia religiosa o espiritual de millones de individuos. El rito en cuestión, en su magnífico texto latino, ha inspirado una pléyade de logros artísticos invalorables, no sólo obras místicas sino la de poetas, filósofos, músicos, arquitectos, pintores y escultores de todos los países y épocas. De este modo pues, el Rito pertenece a la cultura universal, tanto como a los hombres de Iglesia y a los cristianos formales. En la civilización materialista y tecnocrática de hoy con su creciente amenaza para la mente y el espíritu en su expresión creativa original -la palabra- parece especialmente inhumano privar al hombre de formas verbales que han alcanzado su más excelsa manifestación. Los firmantes de este pedido, que es completamente ecuménico y apolítico, proceden de cada una de las ramas de la cultura europea y de otras partes, quieren llamar la atención de la Santa Sede sobre la apabullante responsabilidad en la que incurriría en la historia del espíritu humano si se negara a permitir la subsistencia de la Misa Tradicional, incluso aunque esta subsistencia tuviera lugar junto con otras formas litúrgicas”.
Los firmantes:
Harold Acton (escritor), Vladimir Ashkenazy (pianista), John Bayler, Sir Lennox Berkeley (compositor), Maurice Bowra (académico), Agatha Christie (escritora), Kenneth Clark (escritor e historiador), Nevill Coghill (escritor), Cyril Connolly (crítico literario y escritor), Sir Colin Davis (director sinfónico), Hugh Delargy (politico irlandés Partido Laborista), Robert Exeter, Miles Fitzalan-Howard (17º Duque de Norfolk), Constantine Fitzgibbon (historiador y novelista), William Glock (crítico musical), Magdalen Gofflin, Robert Graves (poeta y novelista), Graham Greene (escritor), Ian Greenless, Joseph Grimond (politico ingles Partido Liberal), Harman Grisewood (escritor), Colin Hardie, Rupert Hart-Davis (editor), Barbara Hepworth (escultora), Auberon Herbert (filósofo y miembro del Parlamento), John Jolliffe, David Jones, Osbert Lancaster (caricaturista), F.R. Leavis (crítico literario), Cecil Day Lewis (poeta), Compton Mackenzie (escritor nacionalista escocés), George Malcolm (director sinfónico), Sir Max Mallowan (arqueólogo y marido de Agatha Christie), Alfred Marnau, Yehudi Menuhin (violinista y director sinfónico americano), Nancy Mitford (novelista), Raymond Mortimer (escritor y crítico literario), Malcolm Muggeridge (periodista), Iris Murdoch (escritor y filósofo irlandés), John Murray, Sean O’Faolain (escritor irlandés), E.J. Oliver, Lord Oxford and Asquith, William Plomer (escritor sudafricano), Kathleen Raine (poetisa), Baron William Rees-Mogg (periodista y escritor), Sir Ralph Richardson (actor), John Ripon, Charles Russell, Rivers Scott, Joan Sutherland (soprano australiana), Philip Toynbee (escritor y periodista), Martin Turnell, Bernard Wall, Sir Patrick Wall (militar y miembro del Parlamento), Edward Ingram Watkin (escritor y político pacifista), R.C. Zaehner (académico), Jorge Luis Borges (escritor argentino), Giorgio De Chirico (pintor pre-surrealista griego), Elena Croce, Wystan Hugh Auden (poeta anglo-americano), Bresson Dreyer, Augusto Del Noce, Julien Green (escritor americano), Jacques Maritain (filósofo francés), Eugenio Montale (poeta italiano), Cristina Campo, François Mauriac (Premio Nobel de Literatura), Salvatore Cuasimodo (escritor italiano), Evelyn Waugh (escritor), Maria Zambrano (ensayista y filósofa española), Elémire Zolla, Gabriel Marcel (filósofo francés), Salvador De Madariaga (diplomático e historiador español), Gianfranco Contini (crítico literario y filólogo italiano), Giacomo Devoto (lingüista italiano), Giovanni Macchia (crítico literario), Massimo Pallottino (arqueólogo italiano), Ettore Paratore (latinista italiano), Giorgio Basan (escritor italiano), Mario Luzi (senador italiano), Guido Piovene (escritor y periodista italiano), Andrés Segovia (músico español).
Escribe Pedro Rizzo