Bula « Decet romanum pontificem »

Enviado por Stephanus Paulus en Mié, 23/06/2010 - 8:41pm

Esteban Pablo, obispo, siervo de los siervos de Dios. Para perpetua memoria.

Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica.

Corresponde al romano pontífice, por la potestad que le ha sido divinamente confiada constituyéndolo en dispensador de las penas espirituales y temporales, aplicarlas según los méritos con el fin de reprimir el malvado conato de los perversos que con nociva voluntad y depravadas intenciones inducen el cisma y el error en las almas de los fieles. 

Así, a los que no se han detenido por temor de Dios, debemos reprimir con penas temporales y privación de todos beneficios y todas canonjías, prebendas y dignidades que para facilitar la función que se les confiara en la guía del rebaño puesto a sus pies hubiesen recibido.

Pues si el mal ejemplo y las conductas torcidas de aquellos que son de elevada condición o de alta dignidad en las terrenas jerarquías pueden hacer tropezar a los débiles, hasta para los fuertes es grande el peligro de sucumbir cuando son sus mismos pastores los quienes los inducen a dejar la recta senda de la verdad y el uso normal de su anatomía.

Es grande la consternación que sufrimos al llegar a nuestros oídos la triste noticia de la prédica perversa del presbítero Vicente Reale, que alabó con macabra poesía la formalización de la unión sodomítica y la más triste aún de la total falta de intervención de su ordinario, José María Arancibia. En esta materia, el desinterés es mezquino y la generosidad hipocresía: sodomita se admite quien sodomitas defiende.

Tampoco podemos dejar de lado la viperina actitud del primado de esas tierras abandonadas ya al dominio de la herejía, quien de acuerdo con sus florentinas costumbres aprovecha la discusión llevada adelante por tan fantochesco parlamento acerca de la conveniencia de conceder a ellos y ellos el derecho de unirse civilmente -cualquiera sea el significado de la nueva institución- para promover la mistura entre fieles e infieles.

Es, pues, nuestra voluntad soberana, deponer de todos cargos y privar de todos beneficios eclesiásticos a Vicente Reale, por gomorreo; a José María Arancibia, por tibio y a Judas Bergoglio, por irreligioso. Quedan por virtud del presente acto todos sus sujetos libres de la obligación de obedecerles y el pueblo cristiano todo interdicto de ofrecerles toda ayuda. De lo contrario, caerán a perpetuidad bajo los furores de nuestra ira y la de los santos apóstoles.