Cisma Cuyano - Sede Vacante

Enviado por Esteban Falcionelli en Jue, 23/04/2009 - 12:37pm
 

A pesar de ver con cierto agrado las reformas que propone el ungido, nos -con todo respeto- nos vemos impelidos en salvaguarda de la moral y buenas costumbres a oponernos con la mayor firmeza a que el recientemente entronizado porte de manera pública y notoria el insolente bigote amostachado que evidencia con toda claridad, la tendencia afrancesada y exógena que colorea de manera insoportable su pontificado, y lo hacemos bajo apercibimiento de declarar la sede vacante.

Entendemos que la portación de dicho adminículo piloso constituye un grave obstáculo para el reconocimiento de su autoridad como sumo pontífice, ya que comienza por romper una de las más viejas tradiciones que es la de mantener el bozo lampiño. El uso de la barba puede presentar dudas, pero no por pertenecer a los tiempos apostólicos puede considerarse de suyo legítima, ya que esto sería propio de la herejía arqueologista. Sin embargo el bigote no cuenta con ningún antecedente loable. No queremos que el presente planteo sea visto como una simpleza y se consideren las graves consecuencias que de ello derivan. A saber:

Dicho bigote, símbolo inequívoco de soberbia marcial, contrarresta toda posibilidad de lograr la paz en el mundo; él mismo es un desafío y un acto de insolencia. Debemos considerar que en el caso se combina con una descomunal nariz del tipo “porongo”, lo que en su conjunto descoloca del plano universal a nuestra comunidad. Qué diría el mundo anglosajón? Esa horrible jeta delata uno de los orígenes más detestables del mundo latino, mezcla de italo peninsulares con franchutes, paridos en una isla de mafiosos que se planta muy oronda en el mediterráneo y desde su atalaya se burla de unos y otros. No olvidéis que de allí vino el infame Napoleón que tuvo como divertimento durante años el cagar a patadas a todos sus vecinos. Observad que en la mirada del falso profeta se ve esa misma furia, ese deseo irrefrenable de patear culos a diestra y siniestra, lo que, aunque tiene la ventaja de no ser discriminatorio, no nos parece loable para un apóstol de la paz. Ni que hablar de los ñatos y lampiños orientales que constituyen la mayoría de la población mundial. Cómo atraerlos al redil si en su puerta se coloca tal cancerbero?.

Es de suyo evidente que el mostacho, para peor retorcido, es símbolo inequívoco de la falta de temperancia. Denota un espíritu báquico, permitiendo en su mecánica la risa estruendosa y testimoniando la tendencia a los bajos placeres al preservar en su maraña los restos de banquetes hercúleos y borracheras pantagruélicas. Cómo impedir que dicho bigote no sope en el vaso y acarree por días el tufo de sus libaciones? Cómo evitar que restos de sopa de tortuga (brebaje por cierto afrodisíaco) no cuelguen por semanas de él?.

No menor resulta el efecto negativo con respecto al acercamiento del femenino sexo. Es enorme y pacífica la pintura erótica con respecto a decorar las caras de los faunos con bigotes similares. Qué pensar de las intenciones de semejante ser al arrimarse para el ósculo de la paz?. Cualquier fémina mínimamente advertida interpretará el asunto como un ataque violento. Resulta aún más apropiado que esto el ralo bigotito de nuestro hermano Lugo, que no por esquivo y soez deja de ser amigable.

Ni qué decir de los infantes, a los que necesariamente debe besar en sus paseos entre la multitud. Qué secuelas pueden quedar en dichos niños? Verse cepillado en sus rosadas mejillas por semejante orugón monstruoso, salir del tibio y perfumado seno de sus madres para ser engullidos por semejante barba de ballena.

Podría explayarme en el mal efecto que causaría para el pueblo en el aprovechamiento de las ceremonias, ya que todos sin lugar a dudas verían su concentración disipada por el estupor de ver la facha del celebrante. Y ni qué decir de aquellos grupos proclives a la exageración y exasperación (de los que hay sobradas muestras entre los comentarios), que encontrarían en el mostacho un objeto de significación del desprecio que los anima y podrían hasta suplantar todos los símbolos por un enorme bigotazo al que adorarían como los avaros al becerro. No queremos imaginarnos las consecuencias de semejante blasfemia.

Por fin, entendemos que la posesión de tan diabólico elemento invalida la función que se pretende ejercer y en sí mismo demuestra una falibilidad que evidencia la usurpación del cargo. El bigote es incompatible con la calidad que se irroga.

De lo dicho surge como conclusión y debido a nuestra voluntad de no producir un escándalo para la feligresía, el peticionar en forma inmediata que el mentado se rasure y admita públicamente su pecado. De lo contrario nos veremos obligados a declarar la sede vacante y rogar al Altísimo nos provea de un sumo pontífice debidamente desbigotado.

Amén.

 
Cismáticos de Cuyo