El Capitán

Enviado por Esteban Falcionelli en Sáb, 28/04/2007 - 6:27pm
Entre los titulares que hablaban de la salud de Maradona, los paros de los maestros, la inseguridad y la inflación, aparecía el incendio producido a bordo del rompehielos “Almirante Irizar”, en alta mar.
 
Incendio en el Irizar
 
Al principio, fue una noticia mas, entre tantas que a diario impactan sobre los argentinos.
Entre los titulares que hablaban de la salud de Maradona, los paros de los maestros, la inseguridad y la inflación, aparecía el incendio producido a bordo del rompehielos “Almirante Irizar”, en alta mar.

Apenas algunos comentarios de la prensa, y casi un hecho desapercibido para la mayoría de la población.

Pero a medida que pasaban las horas, comenzaban a conocerse mas detalles del hecho, y no solo la prensa sino también el hombre de la calle empezaron a interesarse por lo que estaba ocurriendo en el mar, a cientos de kilómetros de la costa. Y una creciente oleada de admiración recorrió el país de punta a punta.
 
Es que en ese hecho, había surgido con nítidos perfiles el decidido accionar de un hombre: el Capitán.
 
Guillermo Tarapow es el Comandante del Irizar. Su sueldo de Capitán de Fragata es exiguo, como el de todos los militares. Sus misiones a bordo lo mantienen alejado largo tiempo de su hogar. Los recursos con que cuenta la Armada, a la que pertenece desde hace décadas, cuando ingresó a la Escuela Naval, dependen a veces de circunstancias políticas. Sin embargo, el Capitán Tarapow demostró con su ejemplo, como actúa un jefe militar. Algo que desconocían muchos jóvenes argentinos.
 
El Capitán permanece a bordo
 
Ante la magnitud del incendio que ponía en peligro a la tripulación y a los civiles que viajaban en el Irizar, el Capitán fondea y ordena abandonar el buque, operación que se cumple milimétricamente a la perfección, en alta mar y noche cerrada, demostrando la alta capacitación del personal naval.
 
Luego, Tarapow permanece en su nave. Establece comunicación para asegurarse que llegue pronto el salvataje de los evacuados. Recorre una por una las cabinas y puentes, para cerciorarse que no ha quedado ningún herido o aturdido a bordo. Arriban las naves que rescatan a la totalidad de la tripulación y de los civiles, entre ellos mujeres y niños. Pero el Capitán permanece a bordo de su buque.
 
Tiene quemaduras en sus manos. Solo puede alimentarse con raciones frías. El Irizar, anclado a mas de 200 kilómetros de la costa, es una bomba de tiempo que puede estallar en cualquier momento si el fuego llega al combustible. Allí está el Capitán, único tripulante de su barco herido, anclado sobre 80 metros de profundidad.
 
A un oficial mas antiguo que se encontraba a bordo, el Capitán de Navío Losada, que intentó obligarlo por la fuerza a dejar el buque, Tarapow le respondió: “Me quedo en mi barco, Señor, váyase con los demás. Si intenta obligarme me corto la yugular. ¡Váyase, Señor, y no me rompa más las pelotas...!”.
 
A solas con Dios
 
Pero el Capitán, único ser humano en ese enorme buque ardiendo, en la inmensidad del mar, durante días, no se sentía solo.
 
Luego de una interminable odisea de varios días, al arribar con su nave a Puerto Belgrano, junto a la tripulación que fue a rescatarlo, respondió a un periodista que le preguntó que había sentido al estar solo: “Nunca estuve solo. Dios siempre estuvo conmigo”.
 
Al enviado del diario La Nación, que viajaba como invitado en el Irizar y debió abandonarlo tras el incendio, Tarapow le relató: "Casi no tuve tiempo para estar solo; el rol que tenía y el pensar en qué sería de las vidas de mi tripulación y mi pasaje me lo impedían. A bordo estaba Dios. Sentí su presencia en el puente; vi un ángel sentado a mi lado en la noche. Parece mentira. Oí voces que venían de la capilla. Pensé que había mujeres a bordo. Llegué hasta la capilla, desde donde las voces venían, y no había nadie. Frente a la eucaristía, recé un Avemaría”.
 
Al ser recibido por autoridades de la Armada que lo felicitaban por su heroísmo, en posición de firmes y haciendo el saludo militar con su mano ennegrecida por las quemaduras, el Capitán respondió: “Nadie da lo que no tiene. Nadie defiende lo que no ama. Soy lo que formó la Escuela Naval Militar”.
 
Tarapow logró salvar a la totalidad de la tripulación y pasajeros, y al 85 % de su buque. La hazaña realizada, ya ha pasado a las páginas de la prensa internacional, y se inscribe en el glorioso historial de la Armada Argentina.
 
El ejemplo a seguir
 
Pero nada es fruto del azar. El coraje sin límites de Tarapow, su formación naval, y su inclaudicable fe en Dios, se presentan como el ejemplo que necesitamos los argentinos de hoy. Todos nosotros, pero muy especialmente los jóvenes. Esos jóvenes tan desorientados, tan carentes de modelos a imitar, tan faltos de valores superiores.
 
Un militar, un marino, sin pedir nada a cambio, sin especulaciones, fue capaz de demostrar al mundo entero como somos realmente los argentinos. Lejos de la farándula, de los ídolos con pies de barro, de los personajes mediáticos.
 
En esta Argentina tan necesitada de volver a creer en sí misma, de volver a sentir el orgullo nacional auténtico, no el de un partido de fútbol, el país comprendió que había ante sus ojos un ejemplo de grandeza, de honor, de abnegación y de heroísmo.
 
El Capitán Tarapow no es fruto del azar. Hay detrás de él un hogar, donde nació y le inculcaron sólidas enseñanzas religiosas y morales. Y hay un instituto: la Escuela Naval Militar, donde se formó como marino y como hombre. Y hay también una institución fundacional de la Patria, gloriosa en sus tradiciones, desde Brown a Malvinas: la Armada Argentina.
 
De repente, impensadamente, apareció el ejemplo que necesitamos los argentinos. En estos tiempos de crudo materialismo, de quiebra del principio de autoridad, de culto al pícaro, de dudas e incertidumbres, el Capitán Tarapow no dudó, no especuló, no apeló al engaño ni a la simulación. Procedió, en una situación límite, de la forma en que fue educado: asumiendo la plena responsabilidad de quien ejerce el mando, aún más allá del deber.
 
No todo está perdido en la Argentina. Dios ha querido que en el ejemplo de este marino nos reencontremos con lo mejor de nosotros mismos, con nuestra historia y con nuestras tradiciones.
 
Allí, en ese hombre con mayúsculas, enfundado en su uniforme, que rechazaba el calificativo de héroe ante las cámaras de televisión, estaban representados todos y cada uno de los hombres de armas, sufridos y abnegados. En alejadas guarniciones, en desoladas bases, surcando los mares o los cielos, con recursos siempre escasos. Muchas veces ignorados, pero siempre firmes, dignos y austeros.
 
Allí, en ese marino, estaban sintetizados los valores que los argentinos necesitamos rescatar: Dios, Patria, honor, lealtad, disciplina, coraje.
 
A pocos días de cumplirse el 25º Aniversario de la Gesta de Malvinas, este ejemplo fue también un homenaje a aquellos cuadros de nuestras Fuerzas Armadas que asombraron al enemigo y al mundo entero con su bravura.
 
No, no todo está perdido. Allí está, para confirmarlo, el Capitán.
 
Dr. Carlos J. Rodríguez Mansilla, Director
Revista NUEVA ARGENTINA. Fundada en 1987