Las circunstancias por todos conocidas -llamémoslas sintéticamente las de los problemas con el campo- han obligado a la presidenta a un incremento de sus apariciones públicas, incluyendo en cada una de ellas ruidosas y altisonantes peroratas de pretendido fuste.
En tales ocasiones, la preocupación dominante de la señora, amén de la exhibición de su churrigueresca estética, ha sido la de autoendilgarse un rigor intelectual, cuya posesión monopólica la habilitaría para señalar zonceras a diestra y a siniestra.
Convencida de que su raciocinio se cotiza tan alto como su bijouterie, apostrofa al entero cosmos, desencajada, mientras acomoda los micrófonos con un gesto expresamente desaconsejado en los manuales de retórica.
La realidad contradice de un modo cruel las pretensiones de la mandataria, cuyo rigor más visible no es el intelectual, sino el llamado rigor mortis, propio del gobierno que preside, en el que compiten por igual el hedor y la putrefacción de los cadáveres insepultos.
No fincamos este juicio descalificatorio de su cabeza en los innúmeros peccata minuta que lleva cometidos, como considerarse a la vez hegeliana y kelseniana, o confundir la historia y la geografía nacionales, trasladando lagunas de terrenos y próceres de toponimia.
Algo mucho más grave le sucede. Su insolvencia pónese de manifiesto a cada paso de su gestión, a cada tramo de su discurrir oficial, a cada movimiento de su estrategia política, a cada estertor de su ideologismo vacuo.
¿Cuál es el rigor intelectual por el que se encorseta a los medios, procurando una ponderación compulsiva del kirchnerismo; y más aún, cuál es el rigor intelectual que asocia con los enemigos a esos mismos medios, cuando no son sino el eco horrísono del pensamiento único dominante? ¿Cuál es el rigor intelectual por el que se identifica al embuste con un par de escribas o loquitores que, en sustancia, matices más o menos, no son sino de la misma naturaleza liberal y gramsciana que el poder que ahora se hace el ofendido? ¿Cuál es el rigor intelectual por el que se quiere blasonar de ciencia y precisión lógica, mientras se falsifican escandalosamente los datos de la economía y de las finanzas, amén de los de la historia y la moral? ¿Cuál es el rigor intelectual de denostar a la oligarquía, con parla calvinista, patrimonio plutocrático, oficio de usurero, lacayismo sionista y oficio de campanillero en Wall Street? ¿Cuál es el rigor intelectual de mencionar a la inclusión social como móvil y meta, en tanto las proverbiales retenciones a la actividad rural tienen destinos bien opuestos al cuidado del bien común? ¿Qué rigor intelectual tiene el párvulo Lousteau, el hampón Moreno, la zaborra Garré, el escribiente Albistur, el pistolero Taiana, el fraudulento Timerman, il poverello Eskenazi y los idiotas Fernández? ¿En nombre de qué rigor intelectual, los orcos D’Elía y Moyano fueron declarados vestales de la res publica?.
Cuando desaparece la cosmética con sus simulaciones temporarias, cuando la luz del sol marca inmisericorde las estrías rebeldes al bisturí; cuando cesa la adulación de un público rentado, la disciplinada y festiva obsecuencia del tropel de esbirros y el encanto de las concentraciones masivas obtenidas al son de un costoso montaje, lo que queda de Cristina es apenas lo que es: una chirusita indocta, maleducada y engreída, a grupas del rencor las más veces, en ancas del odio marxista siempre, y con el capitalismo salvaje como garantía de sus caprichos burgueses. No es que todo le cueste más por ser mujer, como repite monocordemente. Todo le cuesta más por ser incapaz.
Ella y el gobierno que encarna son la mentira misma. Mienten en todo lo esencial y fundante. Mienten si hablan del pasado y del presente, de la ciudad o del campo, de la soja o de los derechos humanos, del golpismo o del incendio de los pastizales. Mienten cuando se presentan como los únicos protagonistas de brillo o de lustre en el decurso temporal de la patria, y mienten cuando señalan como opositores a aquellos a los que han subsidiado previamente con el propósito inconfeso de que les sirvieran de alcahuetes perpetuos.
Mienten tresdoblada y mortalmente, como decía el Infante Don Juan Manuel, y hasta la verdad es sospechosa en sus labios, si alguna vez la invocan, ultrajándola. Porque no es la libertad de prensa -esa fregona de la masonería- la que está amenzada por el actual despotismo. Es la libertad predicada en el Evangelio por Nuestro Señor Jesucristo.
Tarde o temprano, Cristina y sus cómplices van a tener que desalojar el poder, desde el que hoy depredan y enlodan a la Argentina. Tarde o temprano tendrán que darse por idos en esta lúgubre bacanal montonera. Tarde o temprano se marcharán con sus peronistas y radicales y travestidas y socialistas y piqueteras hordas. No lo harán nimbados de gloria, sino con vilipendio y escarnio, desprestigiados y corridos por el hartazgo de una sociedad que –aunque destruida ad nauseam, como está- todavía parece conservar algún remoto vestigio de ese "desplante de aldeana que a la hora de parida se va a lavar al río", como cantaba Pemán.
Ese día, la Verdad, declarará su propia jornada de júbilo.
Antonio Caponnetto
Cabildo
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