En la muerte de Jesús Polanco

Enviado por Esteban Falcionelli en Lun, 23/07/2007 - 10:01pm
Su periódico El País estaba en permanente campaña contra mis creencias. Y en ese diario no se hacía nada sin su consentimiento. Pues que le lloren desde sus páginas.
 
 
Ojalá Cristo le sea misericordioso. No le deseo la condenación eterna sino el perdón de sus pecados. Pero que lección para muchos que se creen algo contra Dios.

 

Hace no mucho tiempo Polanco era posiblemente la persona más influyente de España. Los últimos presidentes del Gobierno temblaban ante él y el último se dice que seguía todas sus indicaciones. Era suyo el periódico más leído de España, había hecho una gran fortuna, bien podía pensar que España estaba a sus pies.

 

Hasta que un día, bastante reciente, todo empezó a torcerse. Su segunda esposa o compañera, su vida afectiva nunca me interesó, creo que también ella separada o divorciada, decidió que era mucho más simpático, atractivo o lo que fuere otro señor y le dejó plantado. Alguien me dijo que con más que notable cabreo por su parte.

 

Muy poco después le diagnostican un cáncer de fatal desenlace. He visto una fotografía suya muy reciente y su rostro ya era el de la muerte. Por último su gran medio de influencia, El País, que es al gobierno socialista como el Arriba era al de Franco, va conociendo sucesivos retrocesos y está a punto de ser superado por El Mundo.

 

No voy a negar su inteligencia y su capacidad empresarial. Supongo que ninguno de sus hijos, creo que todos de su primera mujer, estará a su altura. Ni siquiera un sobrino que me parece ha desempeñado un importante papel en el periódico. El mando, y la propiedad, antes en única y capacitadísima mano, ya está compartido. Y no es fácil que en ninguno de los herederos haya recaído la inteligencia y la voluntad de quien levantó un imperio de la nada. No sé si era masón, aunque su odio a la Iglesia pudiera hacerlo suponer. No sé tampoco si el responso que en la Almudena rezó el jesuita Martín Patino fue contrario a su voluntad o no. No se lo reprocho al hijo de Loyola. Se debe rezar por los difuntos encomendándolos a la misericordia de Dios. Yo también lo he hecho.

 

Pero ante su muerte, que es su fin en este mundo, creo que bien pudo haber exclamado, como aquel otro: ¡Venciste, Galileo!

 

La Iglesia sigue y seguirá. Jesús Polanco es ya pulvis, cinis, nihil