Kirchner, El Fugitivo

Enviado por Esteban Falcionelli en Dom, 22/04/2007 - 10:03pm

 O dicho sin efugios y algo silvestremente: a escapar cuando las papas queman. 

 Si centenares de miles se agrupan frente a la Casa Rosada, reclamándole una seguridad cuya ausencia se ha cobrado innúmeras víctimas, el felón se ausenta sin aviso y enreja cautamente el perímetro de la protesta.
 
Si algún tirito zumbón y un par de mamporros sindicales cruzan el aire enrarecido de la quinta de San Vicente, desaparece castañeteando sus belfos y hundiendo su naso combo del que la voz emite.
 
Si acepta y anuncia su presencia en actos oficiales, mas los fisgones rentados le advierten que habrá en ellos protestas contra su gestión y persona, huye entre las brumas y tremulaciones de uretra.
 
Si de homenajear la causa justa de Malvinas se trata -y todo está dispuesto en elaborada ceremonia para que convalide con su rango los legítimos reclamos nacionales- mas le anotician que rondará el festejo un puñado de disconformes, pondrá pies en polvorosa. Al fin, que si se inunda una provincia, arde un buque, mueren cientos o peligran vidas, se dará a la fuga, engurruñado y tembleque.
 
Paralelamente, lo hemos visto, el hombre se agranda tras el atril, secundado por sus proxenetas, rodeado de su caterva, protegido por sus esbirros, asistido por sus festejantes, valiente como cazador de fieras en un museo de ciencias naturales.
 
Tiene esta conducta no menos de tres explicaciones. Puede acercar la primera la psiquiatría cuando registra la pronoia como una anomalía, según la cual, quien la padece, cree que el mundo entero ha nacido para admirarlo y bendecirlo, sin sombras de reproches ni señalización de yerros.
 
De allí esas espantosas zambullidas afectivas que necesita efectuar regularmente el pronoico Kirchner sobre ciertos núcleos de adeptos previamente arreglados, y a quienes se entrega al manoseo, la repartija de besos, arremuescos demagógicos y promiscuas gesticulaciones.
 
De allí, paralelamente, esos castigos burdos que propina a cuantos osen no amarlo o se permitan disentir con él.
 
La ciencia de la moral acerca la explicación segunda, para decirnos sin rodeos que se trata el presidente de un hombre inferior, dominado por la vileza, el torpor, y todos los modos constatables del resentimiento. Es, en suma, el fenotipo antropológico del cobarde.
 
Para él parecen escritas las palabras de Demóstenes a Esquines:
 
"Elegiste una conducta política tal que en los momentos de suerte de la patria llevabas una vida de conejo, asustado y tembloroso, siempre en espera de golpes que sabías merecías por tus perfidias; en cambio en las desgracias de los demás, muestras a todos tu descaro".
 
Ningún acto de arrojo engalana su biografía. Sobran en cambio los de usura y codicia, oportunismo, guaranguería y vulgaridad atroz.
 
Mas cabe una tercera explicación, tal vez la más relevante, que bien puede acercar la filosofía. Practica el malacruceño el principio de la inmanencia vital, que hablando fácil, consiste en hacer preceder las necesidades a los hechos. Dada una necesidad partidaria, mezquina, sectaria, ideológica o electoral, se fabrica un hecho que le permita satisfacerla, sin reparar en los daños causados o en las mentiras que tal montaje suponga.
 
Tal, por ejemplo, el escandaloso secuestro ficto del albañil Gerez. Si la necesidad es perseguir a las Fuerzas Armadas, se fabricará el hecho del genocidio; si ultrajar a la Iglesia, el de un capellán castrense que quiere arrojar al mar a un ministro; si legalizar el aborto, el de una desventurada encinta tras alegada; si legitimar las malandanzas del piqueterismo, el homicidio "mártir" de algunos de sus delictuales miembros; si desprestigiar a la policía, el caso de algún agente obligado a reprimir primero, y acusado después de asesino.
 
Si la necesidad es mostrarse soberano, se inventará el hecho de una pugna contra los Estados Unidos, cuando la realidad es que a su planes plutocráticos y mundialistas sirven dócilmente.
 
La verdadera política obra exactamente en sentido contrario. Parte de los hechos, de la realidad, de las cosas como sustantivamente son parte de los hechos para hacer posible lo necesario, en orden al Bien Común Completo, que supondrá el bienestar pero subordinado a la virtud, y la virtud encaminada a la salvación.
 
Esta es la arquitectura empírica de las sociedades por las que bregaba el lúcido Maurras, y que sólo podría ser viable en una patria concreta, si la conducción de sus destinos estuviera en manos de su personalidad más eminente, de su caudillo singular, de su varón de coraje, de inteligencia y de honor.
 
Dos bandos quedan trazados hoy sobre el cuerpo llagado del país. En el uno se inventan hechos para satisfacer necesidades espurias. En el otro, los hechos hablan de la necesidad de acabar con la ruindad kirchnerista.

En uno manda el cobarde maleducado y repelente, y quienes se prestan a su juego regiminoso. En el otro resistimos los patriotas.