Al cierre de este número no sabemos aún cuál sera el desenlace del desencuentro suscitado entre el gobierno y Roma, con motivo de la designación de un empleado kirchnerista como embajador ante la Santa Sede, y su eventual rechazo por parte de la misma. Sea cual fuere el curso que tomen los hechos, alguien tiene que decir la verdad.
La verdad primera es que el Vaticano tiene todo el derecho del mundo -y no sólo el derecho positivo sino el derecho moral- de rechazar a un sujeto que no trepida en vivir amancebado con una fulana, llamándose al mismo tiempo católico; como si por venida a menos que estuviera la preservación de la ortodoxia, se hubiera promulgado en la Iglesia la legitimidad del divorcio y del concubinato.
La verdad segunda y consiguiente, es que -parafraseando a Anzoátegui- nuestra Santa Madre debería tener una Sagrada Congregación de Patadas en el Traste, e inaugurarla no sólo con este módico esbirro oficialista, sino con la caterva toda que tiraniza a la Argentina, instando a los fieles a resistir heroicamente tamaño vejamen.
En tal sentido, que desde las más altas jerarquías eclesiales, locales o romanas, se siga reduciendo el problema a una simple “irregularidad canónica”, es un eufemismo molesto.
Alberto Iribarne -tal el cuestionado pretendiente- fue uno de los refrendadores del inicuo Decreto 1086/05, cuya repugnancia supera a la osadía, y cuyo ultraje al Orden Natural es tan explícito cuanto insolente. Un poder político que ha concebido tamaña aberración, y ejecuta en consonancia todos los postulados de la cultura de la muerte, debería ser condenado rotundamente, sin necesidad de rodeos ni de elipsis. Antes que unas bragas fuera de quicio, tiene el candidato cuestionado una conducta política puesta dócilmente al servicio de esta insufrible tiranía.
Si algo refrenda a posteriori cuanto llevamos dicho, ha sido la destemplada reacción del pingüinaje, llamando “hombre intachable” al potencial designado, y pretendiendo dar lecciones de jurisprudencia a la diplomacia vaticana. Sabido es que siempre hay un Fernández para decir una hediondez, y las que les ha tocado decir en la ocasión provocan una mueca de sardónica risa en los sufridos oyentes. Pero que uno de los tantos reciclados montoneros que cogobiernan -tal el caso de Kunkel- se permita ante las circunstancias vividas, enjuiciar y amenazar del Papa para abajo, supera el término medio de la canallada.
En sus “Tres filosofías de vida”, Peter Kreeft, de la erudita mano de los exégetas de la Biblia de King James, se detiene en la traducción más adecuada del versículo paulino: Filipenses III, 8, para encontrar la palabra exacta que define “a la vida sin Cristo, una vida llena de éxitos mundanos, dinero, poder, prestigio, privilegio”, pero contraria al Señor. Y pidiendo perdón a la sensibilidad de sus lectores -algo que también hacemos ahora nosotros- concluye en que esa palabra es skubala; esto es, “estiércol, bosta, mierda”.
Esta es la explicación última -como siempre, tras la lumbre de la teología- de lo que realmente encierra esta ofensa a la Fe y a la Patria. Quienes la gobiernan arrastran la vida que denunciara el Apóstol. Por eso hacen lo que son. En economía, política, cultura, educación, salud, relaciones internacionales o en el área que se elija. Su naturaleza no hay que buscarla en los manuales de antropología, sino en los sumideros y en las alcantarillas. No necesitó de esta hermenéutica bíblica ni de filológicas razones el extraviado Duhalde, cuando el 21 de octubre de 2001, en memorable confesión, reconoció a voz en cuello y textualmente: “somos una dirigencia de mierda, en la que me incluyo”.
Mas en vez del camino de Damasco, como hubiera sido dable esperar si su corolario brotaba del recto espíritu paulino, eligió el camino cloacal y nos entronizó esta deposición inmunda llamada kirchnerismo.
Acaso de la muchedumbre de ejemplos aprovechables para el entendimiento, como diría el Conde Lucanor, mídase lo que significa que un guerrero arquetípico como el coronel Losito (y no es el único) esté preso, juzgado y destratado, porque los asesinos a quienes les tocó enfrentar hoy gozan de cargos, sitiales y despachos públicos. Lo que significa que la posesa madre plazamayista goce de todo el respaldo estatal para sus evacuaciones fisiodeológicas, perpetuamente adorada por el presidente de género femenino.
Comentando aquel pasaje de San Pablo antes aludido -en su Super epistolam Sancti Pauli Apostoli ad Philippenses expositio-, Santo Tomás propone como remedio al desparramo de las heces de aquellos que son como los “perros sin rastro de vergüenza”, tomar por norte la compañía y trato de los Santos, alegrarse en la mirada de Cristo y practicar la justicia. Si lo hacemos, nuestra será la victoria. A pesar de las peripecias.
Porque en sus pliegos íntimos, perennes y verdaderos, la Historia no registra el protagonismo de las eyecciones y de los meconios, sino el testimonio de los grandes paradigmas.
Antonio Caponnetto
Revista Cabildo
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