Bajaban enmalonados y disfónicos de colectivos y camiones, rodeados de rostros que eran un solo rostro atrabiliario o convulso.
El vale para alguna vitualla extra por haberse movilizado a medianoche, les asomaba por los bolsillos, veteranos de plusvalías. Los gritos se les hacían babaza entre las comisuras, y corrían por las calles golpeando a tamberos y tractoristas, cosechadores y sembradoras, señoras con críos y jóvenes trabajadores, todos los cuales -como se sabe- son la oligarquía vacuna.
Hicieron lo correcto. Así se los he enseñado, que para algo soy su madre. De párvulos los habitué a distinguir. Si los que mandan son zurdos portentosamente ricos, no habrá reproches que alegar. Si los gobernados protestan exacciones desproporcionadas, son codiciosos terratenientes. Si los de arriba se enjoyan, viven en suntuosos palacetes, recorren las ferias de vanidades del mundo e instalan sus oficinas en los terrenos más costosos de la gran urbe, es el tributo merecido a sus luchas por los pobres. Si los de abajo suponen que están siendo saqueados, no tienen derecho a lamentación alguna: son ricachones ambiciosos de Barrio Norte. Si ellos están con el Comandante Castro, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, el Ejército del Pueblo, y las Armas Bolivarianas de Chávez, son pacíficos civilistas. Los civiles que trabajan en el campo, en cambio, son militaristas y golpistas. Si ellos les mandan a Haití las tropas que Bush les pide, están cooperando a la paz mundial. Reclamar por los frutos de la tierra labrada y sembrada, ya se sabe, es imperialismo puro. Alinearse dócilmente tras el lobby sionista internacional es practicar en antifascismo. Aspirar a que la soja y la papa, el cuero o la leche no sean gravados desorbitadamente, es colonialismo. El kirchnerismo de las bancas suizas y las cirugías parisinas, libera. El campo es la dependencia.
Sí, son mis hijos. Bienaprendidos y mejor educados están.
Los reconocí a todos, uno a uno. En especial al mantecoso de retardo mental y de mamporro presto, mientras esté rodeado de cientos de sus compañeros y solitario el vil agresor.
Estoy admirada de lo que hicieron. Tumbaron a un capitalista aislado que osó llamarlos mercenarios; golpearon valientemente por la espalda a un provocador que, solo y desarmado tuvo el tupé de nombrarlos ladrones. Insultaron a todo hombre blanco que ofendía con su tez la morochidad nativista. Y sin que encontraran a nadie a su paso, ocuparon bizarramente la Plaza de Mayo, en defensa de la democracia y de sus actuales representantes. Para que no se los suponga oficialistas rentados por el Gobierno para amenazar al común, a la presidenta la llamaron apenas por su nombre de pila. Si son todos hermanos, y yo soy la madre.
Convendrá que me presente, porque la gesta que estoy ponderando, y que he prohijado, sucedió los días 25 y 26 de marzo de 2008, y pasará a la historia.
Tengo varios nombres. Soy la lucha de clases, la guerra social, la democracia, la planificada revolución del lumpen, la ensangrentada y cruel dictadura del proletariado, la subversión marxista. También me llamo Hebe, Estela y últimamente Cristina.
Tengo otros varios nombres en el camino y por delante. Pero todos me conocen como La Puta que los Parió. Más nigromanta que Celestina, más promiscua que Areusa, más acosada que la Fiammeta de Boccaccio.
Por eso me invocaron en la Plaza de Mayo, reconociéndome y dedicándome la autoría de sus hazañas. Con un grito que llevaba mi rúbrica al pie de la última palabra: ‘La Plaza es nuestra. La Puta que los parió’.
¡Cuidado, hijos predilectos! Estoy inquieta por vuestra suerte. Oigo el clamor de los decentes, que crece y que resiste, y ya se vuelve a hablar de Reconquista. Cuidado que esa Plaza supo albergar patricios y gauchos bravíos, corriendo al invasor sin darle tregua ni resuello alguno”.
Por Antonio Caponnetto
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