La Secta Lefebvrista

Enviado por Esteban Falcionelli en Sáb, 28/02/2009 - 12:43pm

Ante la inusitada notoriedad que en los últimos tiempos ha tomado nuevamente la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, fundada por Mons. Marcel Lefebvre por el levantamiento de las excomuniones de los cuatro obispos consagrados por éste en 1988 por parte del reaccionario pontífice Benedicto XVI y las declaraciones contra la Shoá –dogma fundante de la hermandad universal del occidente cristiano por sobre todas las razas y religiones, menos una de cada una- formuladas por Mons. Richard Williamson, recientemente expulsado del país por el gobierno nacional popular y revolucionario de Cristina Fernández, logramos infiltrar un equipo periodístico en uno de los centros de concentración de la secta cismática, develando –único medio- sus secretos más celosamente guardados.

Como es sabido, ya que así lo afirman el Grupo Clarín, la Conferencia Episcopal, el Gobierno, la DAIA, el INADI y otras organizaciones piadosas de similar talante, la secta lefebvrista es un cisma dentro de la Iglesia Católica, que pretende restaurar la vieja doctrina de que ésta es la Única y Verdadera. Pero como suele ocurrir con todos los cismas, a partir de las declaraciones de Mons. Williamson, la secta se desliza hacia la herejía.

Nuestro equipo en Moreno

Al trascender que el hereje negacionista Williamson vivía en el Seminario Nuestra Señora Corredentora de La Reja, nuestro equipo se constituyó en el lugar. Para pasar inadvertidos ente los acólitos de la secta lefebvrista –o lefebvriana, como se la conoce más modernamente- llegamos en caballos blancos y vistiendo nuestras armaduras de gala.

Antes de seguir con el relato, se impone una aclaración: distintos medios colegas circunscribieron su información a la comunidad de Moreno. Sin embargo, estamos en condiciones de adelantar que dicha comunidad es sólo uno de los dos grupos en los que está dividida la secta. Los lefebvrianos de Moreno, que se radicaron en torno al Seminario, son sionistas. Viven en una nueva Tierra Prometida, con sus propios usos y costumbres. Los restantes, distribuídos en distintos puntos del país y más numerosos, son los lefebvristas de la diáspora.

Aclarada esta faceta poco conocida, continuamos con el relato. Preguntamos a un par de jóvenes como se ingresaba al templo pero por única respuesta recibimos la siguiente: “Reconocemos la labor pastoral de S.E. Mons. Williamson pero consideramos que sus imprudentes declaraciones comprometieron seriamente a la Fraternidad y al Santo Padre Benedicto XVI”, tras lo cual siguieron pintando una pancarta en la que podía leerse: “¡Richard, leal, te vamos a vengar!”.

Por nuestros propios medios llegamos finalmente hasta el patio que está adelante del templo, que para la secta se llama “atrio”; sobre la derecha, tras una pequeña mesa plegable, otro joven voceaba su mercadería: “A la gorrita de Monseñor Williamson, muchacho. Hay gorro, bandera y vincha”. Varias damas adquirieron el producto, sustituyendo la tradicional mantilla por el episcopal adminículo popularizado por TN y otros canales de televisión.

Ingresamos al cabo al templo y participamos del ritual de los lefebvrianos que ellos llaman Misa Tridentina. Según fuentes bien informadas, el nombre viene de la creencia medieval de que quien falta a misa es ensartado por el diablo con su tridente.

La Misa Tridentina: un opio de aquellos

El templo es majestuoso, lujoso, ostentoso, suntuoso, portentoso y lindo; nos llama la atención el silencio. La Iglesia llena de gente arrodillada y todo el mundo en silencio. Como si fueran ahí a hablar con Dios, o algo así. No hay guitarras, no hay jóvenes a los abrazos, no hay murmullos, nada. Asusta.

De repente entra el cura custodiado por dos monaguillos, y dándole la espalda a los fieles comienza a hablar en un idioma extraño, que se llama latín y parece que se hablaba en Grecia hace como cinco mil años.

La gente se arrodilla aparentemente sin darle importancia a la descortesía del cura que ni los mira y responde, algunos leyendo de unos libros amarillentos, otros de memoria, en el mismo idioma. No se entiende bien ni lo que dice el cura ni lo que dice el público.

Hace mucho calor a pesar de lo cual todas las mujeres llevan polleras largas y no hay ningún hombre en bermudas y ojotas, aunque La Reja es un lugar de casas quintas. Empezamos a maldecir la idea de nuestra producción de hacernos venir con armaduras.

Estamos en condiciones de adelantar –nuevamente único medio- y en honor a la verdad periodística debemos hacerlo, que la misa no es toda de espaldas: de vez en cuando el cura se da vuelta y le dice algo a la gente y la gente le contesta algo, y parece que con que les hable de vez en cuando, todos se quedan conformes. También el cura lee un par de cosas en castellano de frente al pueblo: una la escuchan sentados y otra de pie. Y después dice un sermón también en castellano. Después todos se sientan y una voz empieza a cantar. Era la primera cosa interesante desde el comienzo de la ceremonia. Pero la ilusión duró un segundo. La canción decía algo como “Recibe oh Dios…” y la música era re lenta, un plomazo. ¡Y eso es lo más emocionante!, porque a partir de ahí el cura se da vuelta y empieza a hablar en voz baja y no pasa nada que tenga interés periodístico, nada más suena un par de veces una campanita.

Aparentemente el público está dormido; pero si se los observa bien entran en una especie de trance letárgico. Después el cura dice en voz alta una oración que nos pareció que era el padre nuestro. Como ahí entendimos algo, esperamos el beso de la paz. Nada. Ni siquiera queda el consuelo de soportar el hastío sentándote al lado de la chica que te gusta. Ni eso. Luego todos van a comulgar, pero de rodillas. Nadie toma la comunión en la mano. Después dura un ratito más y se termina. Algunas personas salen, otras se quedan ahí arrodilladas en silencio. Nos preguntamos de qué hablará esta gente tan rara y salimos al atrio.

Después de la misa

Dos hombres de mediana edad, uno de traje, el otro de jean y camisa, ambos con la gorrita de Williamson, hablaban animadamente en una esquina del atrio. Uno levanta la voz.

-¿Es cierto o no es cierto?

-Sí, es cierto. Pero no tendría que haberlo dicho. Fue imprudente, es una provocación innecesaria.

Nos acercamos como al descuido. A ninguno le llama la atención nuestra armadura. Parece que mientras que la vestimenta sea “decente” a nadie le importa como se vista el de al lado. Nos metemos en la conversación:

-Perdón, ¿están hablando de Mons. Williamson?.

Los dos se ríen.

-No, ¿qué Williamson? Estamos hablando del último clásico que les ganamos a las gallinas éstas, cuando Ischia dijo “después de todo le ganamos al último”.

-Fue un imprudente, una provocación innecesaria.

-Sangrás por la herida, bataraza.

En eso llega un cura de sotana; les da la mano a mis dos ocasionales interlocutores y a mí me saluda con un movimiento de cabeza.

El cura los mira y les dice:

-Ustedes que están bien informados…

Pensamos que ahora la conversación se pondrá interesante, pero el cura sigue:

-¿No saben cómo terminó Independiente? Porque antes de la misa iba 2 a 2.

-Padre, a usted lo van a excomulgar. ¿Dónde se ha visto un cura hincha del Diablo?

-Tengo permiso del Obispo, dijo el cura riéndose.

Y siguieron hablando de fútbol.

Pero no podíamos volver a la redacción informando que los lefebvristas hablan de fútbol. Entonces tomando coraje nos presentamos:

-Somos periodistas…

El cura contestó:

-No puedo hablar con la prensa por órdenes de mi Superior –y se fue.

Y los otros dos se sacaron la gorrita y escondiéndola a sus espaldas dijeron a coro:

-Reconocemos la labor pastoral de S.E. Mons. Williamson pero consideramos que sus imprudentes declaraciones comprometieron seriamente a la Fraternidad y al Santo Padre Benedicto XVI.
 
Y también se fueron. Cuando se hallaban a unos cincuenta metros, vimos cómo se ponían nuevamente las gorras.

Mitos y realidades sobre la secta

Ya no quedaba nadie y las puertas del templo se cerraron. Hasta el vendedor de gorritas había desarmado su precario puesto. Nos dedicamos entonces a hacer encuestas por el vecindario. Las revelaciones fueron aterradoras. Descubrimos que los lefebvrianos:



* Comen solamente salmón ahumado.

* Tienen muchos hijos.

* No miran televisión (¡¿Cómo se puede vivir así?!).

* Sólo les pegan a sus mujeres e hijas los viernes (excepto en Cuaresma, en que les toca paliza también los miércoles).

* Limitan la educación de las mujeres, para mantenerlas sometidas (sólo se les permite obtener un Doctorado).

* No beben sangre humana, salvo en las fiestas de guardar.

* Desde la más tierna infancia, aprenden a escribir con pluma (método represivo que obliga a los niños a hacer buena letra).

* Comen carne de cerdo y sus derivados.

* Toman vino y cerveza (incluso algunos los fabrican).

* Para los sectores más ultramontanos, tomar Coca Cola es herético.

* Tienen un doble discurso, porque fingen ser conservadores pero usan luz eléctrica, automóviles, celulares, computadoras y hasta Internet.

* Niegan ser lefebvristas y afirman que el lefebvrismo no existe. Dicen ser católicos. Uno de nuestros encuestados, miembro de la secta que prefirió mantener el anonimato, llegó a afirmar que Henri Lefebvre fue un bolche cretino. Es conveniente aclarar que estos retrógrados designan con la palabra “bolche” a cualquier joven idealista que persiga la utopía de un mundo mejor por encima de todas las razas y todas las religiones (exceptuando una raza y una religión).

Pero lo peor del caso es que los lefebvrianos están allí: son profesoras (difíciles de distinguir, porque no usan mantilla para dictar sus clases, y algunas hasta van con pantalones), abogados, maestras, médicos, ingenieros, doctoras en letras, empleadas, obreros. Están allí. Nos acechan. Nos observan. ¿Cómo distinguir un lefebvrista de un ser humano?

Están allí.

¡Socorro!

Nota de la Redacción: este artículo está elaborado en base a las apreciaciones de distintos medios periodísticos que asistieron a misas de la FSSPX en distintos puntos del país. El diálogo futbolístico entre los feligreses y el sacerdote, está convenientemente desfigurado, pero es real.

Por un Periodista Argentino