La discusión originada por el espantoso artículo que sobre José Antonio nos ha puesto el editor, me lleva a la necesidad de iniciar la defensa de muchos de los cadáveres que allí se han declarado; fundamentalmente porque toda mi vida se basa en el convencimiento de que aquello que ha muerto en los corazones y en la magra fe de los hombres, sin embargo es posible que sea lo único que está verdaderamente vivo.
El articulista es un mierda, que partiendo de sufrirse a él mismo, supone que los hombres actúan sólo llevados por los intereses de poder y sus vericuetos cortesanos y que en el fondo la grandeza no es más que un recurso retórico. De esta manera asesinan tanto los buenos como los malos, nuestros pensamientos obedecen a un antecedente literario, los mártires no han muerto en manos de los malditos sino en una traición de su propio bando, y como en el tango, “todo es cuento todo es vil”.
No es tan fácil. Ni todo es mierda. La guerra civil española es uno de esos pasajes de la historia donde la grandeza y la vileza se enfrentan en dos bandos definibles. Donde unos saben que les espera el cielo y los otros marchan decididos al infierno. Mal que le pese al pusilánime, legiones de hombres magnánimos se conjugaron en aquella encrucijada. El monumento de esa gesta erigido por Franco no es una astucia baja de un protervo demagogo. Es un reconocimiento cabal desde lo mejor que un hombre conserva en esta vida entremesclada, es un intento con éxito de mostrar al mundo que hay cosas sublimes.
Estoy de acuerdo en no hacer historia inventando vidas de santos al estilo salesiano, pero mucho menos acuerdo con el abajamiento generalizado para concluir que el hombre es incapaz de la grandeza a la que su creador lo llama y que para ella lo auxilia. No puede hacer historia quien no es capaz de descubrir el detalle del cálculo en las acciones humanas, pero mucho menos puede hacerla quien no tiene la capacidad del llanto emocionado ante el gesto del magnánimo. Quien no puede ver que es este gesto el que realmente constituye la historia y el resto es la escoria que la humanidad deja a su paso.
José Antonio es un hombre para la admiración. Un patriota y un santo. Hubo hombres que pudieron serlo y frente a los cuales nuestro corazón no puede hacer si no sangrar. Franco fue un estadista, un soldado que cumplió su oficio, pertinaz para la victoria, capaz de salvar a España de los peores males de la época. Si no partimos de esto y queremos solazarnos con sus pequeñeces que los emparentan con nosotros, de juzgarlos desde su decandencia, hasta el punto de reducirlos a nuestra pobre consistencia, no hagamos historia. Sigamos deconstruyendo la humana condición a partir de un psicologismo que nos tiene a todos como alimañas. El hombre moderno no quiere ser un Cristo, prefiere reconocerse con todos como sepulcros blanqueados.
A partir de este reconocimiento que se hace con los ojos empañados, podemos seguir las consideraciones que querais.
Cuando digo que José Antonio es un Santo, muchos saltarán en su asiento por aquello de que no queremos que nadie sea santo, de que ese asunto sea un tema de curitas y monjas y no un tema a tocar por gente serie que sabe por experiencia que todos somos unos perros.
Fuera de los detalles y en grueso, cabe destacar que José Antonio fue un nacionalista Español y que para él España era lo que Dios quiso que España fuera, y que -no es un juego de palabras- España sólo fue España, cuando fue lo que Dios quiso.
Me explico: ser nacionalista español es ser católico, no hay otra.
La España verdadera fue parida por Isabel La Católica para ser un instrumento de la Iglesia de Cristo, para volver la Iglesia a sus carriles si fuera necesario y para “quemarse” (muy joseantoniano) en su servicio. No es concebible un interés Español que no sea un interés católico. En esta perspectiva en que la Patria terrena se subordina a la Patria celeste, el héroe es también un santo, mal que les pese a muchos.
No es cosa igual el ser un nacionalista Francés después de San Luis.
Ni nada parecido el ser un nacionalista Alemán, aún cuando ciertas notas nos puedan hacer parecer los nacionalismos como fenómenos comparables. José Antonio no es un fascista, es un Español que encontró cosas en el fascismo que servían en su momento a España, que convocó a los hombres de su tiempo y de diversas condiciones, para volver a ser España. Esa España que permanecía pura en la Graciosa tozudez de los Carlistas.
Los fascismos no fueron católicos y su nacionalismo estaba teñido de los intereses particulares, al punto que propugnaron en Estado-Iglesia que usurpaba la jurisdicción de la misma. Su resultado no iba a ser otro que monstruos ideológicos, con el beneficio de la duda frente a los monstruos de la democracia y el comunismo. Que quizá el fascismo italiano mostraba fisuras hacia una visión cristiana, concedo con reservas, pero no concedo con el asertórico diagnostico de su derrotero fatal hacia el cristianismo. El tradicionalismo español abrevaba en la novedad del Evangelio y los tradicionalismos fascistas y nazis se atoraban en un neopaganismo inerte.
El nacionalismo argentino es verdadero si es hispanista, y por ello es indudablemente católico. Y es nuestra enorme ventaja, podemos serlo porque somos hijos de la España católica. No se puede ser nacionalista inglés. Eso es ser un hideputa apóstata.
Y ahora vamos a los muertos que matais. Podeis decir que la monarquia es un muerto remuerto y que conviene a los prudentes cultores del hecho cumplido tomar las medidas necesarias para enderezar los tristes sistemas que la revolución nos ha legado. Es un viejo argumento del derrotismo que sus concretos frutos de traición ha dado en la historia de los dos últimos siglos. Pero, y esto no es jactancia, sigue siendo mi casa monárquica.
Y resulta que este mundo mal que le pese tiene a Cristo por Rey, que aunque parezca… no ha muerto. Y que la Iglesia, que aunque parezca frita y refrita, vive y es monárquica. Y que resulta que todo lo que es veraderamente “real” se rige aún hoy por un sistema monárquico, salvo claro, estas entelequias que se llaman estados y que están como el contenido indigesto de un sanguche. Pero no… resultan que estas últimas son lo real y a ellas tienen que conformarse nuestras familias y nuestra Iglesia, que ya no es de Cristo. Y que seguir bregando por aquella fórmula perimida, que es la que rige a las fuerzas del cielo, es de estúpidos, cuando la historia es cosa de los hombres y en ella nada tiene que ver Dios.
Quizá no os deis cuenta que sólo tienen verdadera entidad aquellas cosas que hoy en la tierra se rigen en forma monárquica y quizá, vuestro gusto sea manteneros en aquellas apariencias. Es probable que vuestra mala formación y percepción venga de que nunca han hecho nada útil y verdadero, desde una familia, una empresa o una banda de ladrones, ya que habriais notado que toda estas cosas sino son monarquias no funcionan y que tras cada aparato ideológico y publicitario, o hay un monarca o hay una anarquía. Pero lo que realmente quereis decir al dar por muerto el sistema, es que quereis blandamente adherir al sistema del lacayismo vergonzante en el que los más capaces se abandonan para servir a la mentira que paga.
En suma, lo que quereis es ser alcahuetes. Pues bien hombre, que te sea dado, y que con ello te sea dado el don del intelecto para retorcer la verdad y sobrevivir a la tormenta que tanto te aterra. Pero no me llames a ello, tengo en la retina a aquellos hombres que como rocas (los nombres marcan estimado amigo) mantienen su señorio en lo suyo y su vasallaje en lo verdadero.
Como mal se dice, cague quien cague. Y de los que aquella guerra civil dio innumerables ejemplos.
Los muertos que vois matais, gozan de buena salud.
Cristo reina y amén.