María Antonieta

Enviado por Esteban Falcionelli en Dom, 09/03/2008 - 1:21am
Sobre la visión MTV de “María Antonieta” de la hija de Coppola, podemos decir que esta “obra” parece escrita por Jacques Hébert, esa bestia ateoide inmunda (un demonio), calumniador de profesión, que desde ese pasquín (“Vágina 12” de la época): “Pére Duchesne”, difamaba a la dulce Reina mártir. Ese ser minúsculo y despreciable que en los últimos días de María, se dirigió al Comité de Seguridad Pública para ladrar:
“Les he prometido (a mis lectores) la cabeza de Antonieta. Voy a ir a cortársela yo mismo si se tardan en dármela”.
La hija de Coppola, o mejor dicho, hija de la bestialidad jacobina, de la superficialidad moderna y de los billetes de su padre, bien le vendría que Multitud, esa chusma sin Dios, invadiera su mansión, le prendiera fuego a Zoetrope, degollen a su padre, y un zapatero le haga firmar que su madre la pervirtió sexualmente.
Y aún así no entendería a la Revolución francesa, ese torbellino demoníaco que intento destruir a la Iglesia, la familia, la realeza, ...y aún lo sigue intentando cada vez que alguien entona la “Marsellesa”.
Y frente a esos cobardes, animales que degollaron a la dulce Reina Mártir; ella, una Habsburgo que no temía a la muerte, heredera de la misión divina de la Casa de Austria en este mundo, les enseño a esas bestias que se revolcaban en la gran hipocresía de la revolución, de la democracia de masas y de la gran apostasía francesa, la diferencia entre la Realeza y el racionalismo ateoide ilustrado a la hora de enfrentar la verdad.
Benedicto XVI en Deus Caritas Est escribe:
”El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido -cualquier ser humano- necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiaridad, las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontaneidad con la cercanía a los hombres necesitados de auxilio”.
Tocqueville en “Democracia en América” y el “Antiguo Régimen” escribió:
“En los pueblos democráticos, los individuos no son muy poderosos, pero el Estado, que los representa a todos y a todos tiene en su mano, es muy fuerte. En ninguna parte parecen tan pequeños los ciudadanos como en una nación democrática”. (Democracia en …, cap. XII).
“Resulta de ello que en los pueblos aristocráticos no se triunfa sino mediante grandes esfuerzos que pueden dar mucha gloria, pero nunca mucho dinero; mientras que, en las naciones democráticas, un escritor puede ufanarse de obtener sin gran trabajo una fama media y una gran fortuna. Para ello no es preciso que se le admire; basta con que guste”. (Democracia en…, p. primera. cap. XIV).
“El Estado recibe e incluso a menudo toma al niño de los brazos de su madre para confiarlo a sus agentes; es él quien inspira a cada generación sus sentimientos e ideas. En los estudios como en todo, reina la uniformidad; la diversidad, como la libertad, va desapareciendo continuamente”. (Cuarta parte, cap. V).
De Maistre en sus “Consideraciones…” escribió:
“Hay en la revolución francesa un carácter satánico que la distingue de todo lo que se ha visto y quizá de todo lo que se verá. ¡Recuérdense las grandes sesiones!: el discurso de Robespierre contra el sacerdocio, la apostasía solemne de los curas, la profanación de los objetos de culto, la inauguración de la diosa Razón y esta multitud de escenas inauditas en las que las provincias intentaban superar a París. Todo esto sobrepasa el círculo ordinario de los crímenes y parece pertenecer a otro mundo”.
Alexis:?
“Recorro con la mirada esa inmensa muchedumbre compuesta de seres iguales, en la que nada se eleva ni se rebaja. El espectáculo de semejante uniformidad universal hiela mi sangre y me entristece, y casi estoy por echar de menos la sociedad desaparecida”.
A Dumas le pasaba lo mismo, quizás por eso soñaba con ser un Mosquetero al servicio del Rey.
Y como diría el Barón de Batz, en su heroico intento de rescatar a Luis XVI: “¡¡A nosotros los que son leales al Rey!!”.