La fe en la Cruz y la lectura del termómetro

Enviado por Esteban Falcionelli en Dom, 05/12/2010 - 2:08pm

La fe misma es un misterio. Es un don del cielo, pero que recibimos nosotros. Puede observarse que el modo de funcionar que caracteriza, en general, al estado de la inteligencia en nuestra época tiende por su naturaleza, si lo descuidamos, a repercutir inconscientemente en la manera en que recibimos la fe, en el camino que la fe sigue en nosotros. [...] a veces hasta en filosofías que se ufanan de hacer sitio a la religión, incluso de protegerla, hay una modalidad de funcionamiento de la inteligencia que es en sí misma atea, porque en lugar de sen­tir el celo del ente lo elimina y lo evacua.

[...] Pero las observaciones que quisiera formular son de un orden menos general y conciernen a dos caracteres típicos del funcionamiento medio de la inteligencia de nuestra época. [...] Hablo de la manera concreta de usar el intelecto que las costumbres de la época imponen a un gran número de individuos que piensan, y de las cuales, por lo demás, las teorías filosóficas del conocimiento no son quizá más que un espejo. Esta manera concreta de hacer uso de la inteligencia me parece caracterizada por dos síntomas, que me permitiré llamar productivismo mental, por una parte, y primado de la verificación en la verdad, por la otra.

Ese productivismo tiene por objeto los conceptos y los enunciados conceptuales, los signos y los símbolos. Si consideramos el comportamiento intelectual de muchos de nuestros contemporáneos, puede decirse que descuidamos todo lo posible y desconocemos el momento de pasividad en que escuchamos antes de decir, en que lo real captado por el sentido y la experiencia se imprime en la inteligencia antes de ser llevado en el concepto o la idea al estado de inteligibilidad en acción. No nos interesamos más que por el aspecto productivo de la actividad de la inteligencia, por la formación de los conceptos y de las ideas. El resultado es que los signos así formados son lo que más nos importa, y no el ente manifestado por ellos. Vamos al encuentro de las cosas entre un chorro de fórmulas. Propulsamos conceptos elaborados sin demora. Al menor contacto se produce un nuevo concepto, del cual hacemos uso para sacar partido del ente preservándonos de él, eximiéndonos de sufrirlo. No procuramos ver, nuestra inteligencia no ve. Nos detenemos en los signos, en las fórmu­las, en el enunciado de las conclusiones. Hemos conseguido una información sobre lo real, que nos servirá; es todo lo que necesitamos. No se trata de llegar por medio de ella a una visión de lo real propiamente dicho. Leo en el termómetro la temperatura que hace hoy; cogeré o no el abrigo para salir; se trata tanto menos de buscar con ello penetrar lo que es el calor, cuanto que esta cualidad no nos ofrece un asidero inteligible. Igualmente, me entero de que uno de mis amigos ha perdido a su padre; le escribiré unas líneas dándole el pésame; no se tratará de llegar a la visión de su dolor.

Esta manera de funcionar el intelecto -llamémosla «fijación en el signo»- conviene perfectamente a las ciencias físico-matemáticas, porque éstas no piden a la realidad más que fundamentar los entes de razón sobre los cuales traba­jan. Pero no conviene a la filosofía, ni tampoco a la fe. En la una y en la otra la modalidad de funcionamiento de la inteligencia no pertenece al tipo «fijación en el signo», sino que corresponde al tipo «paso a lo real significado»; como cuando saber que mi amigo ha perdido a su padre es verdaderamente para mí penetrar en la visión de su pena, advertir que mi amigo está sufriendo. «La fe -dice Santo Tomás de Aquino (S. T., II-II, 1, 2 ad 2)- no se detiene en los enunciados, en los signos conceptuales; no tiene su fin más que en la realidad, incluso si se alcanza por medio de esos signos.» Es decir, en el misterio sustancial de la Deidad comunicándose a nosotros.

Pues bien, es eso mismo lo que desconocemos en la práctica, cuando nuestra fe se deja contaminar por el productivismo mental del que acabo de hablar y toma el camino que la inteligencia moderna ha seguido en su funcionamiento. Entonces la fe se fija en el signo, no pasa, o pasa lo menos posible, a lo real significado. Y de este modo injuria a esos signos conceptuales infinitamente preciosos que son las fórmulas dogmáticas, por las cuales el Dios viviente se describe a sí mismo en nuestro lenguaje, y cuya virtud y dignidad sagradas se deben, precisamente, a que son los vehículos de la realidad divina.

Siempre ha habido cristia­nos para quienes saber que Cristo rescató los pecados del mundo es una información del mismo tipo noético que saber que la temperatura era esta mañana de 12 grados centígrados. El enunciado les basta, como les basta la lectura del termómetro. Se proponen utilizar esta información para ganar el cielo; jamás han sido puestos en presencia de la realidad del misterio de la redención, de la realidad de los dolores del Salvador; nunca han experimentado el choque del conocimiento de fe, las vendas no les han caído de los ojos.

 
Lo que quiero decir es que la modalidad de funcio­namiento de la inteligencia moderna corre el riesgo de hacer que se considere normal esta manera de andar en la fe, que, en verdad, tiende de por sí a evacuar la fe.


 

Jacques Maritain

[Primera parte de una reflexión sobre la crisis de la inteligencia de la fe. La tercera y última, el día 7].

El Brigante