Introducción:
Luego de algunas discusiones producidas en el foro de Argentinidad y ya salidos del calor de la reyerta que muchas veces nos hacen decir cosas que no surgen de una tranquila reflexión, intento por el presente alcanzar algunos conceptos que hagan luz sobre los aspectos de debate.
Veíamos en la expresión de Donoso esa necesidad de establecer un compás de espera a la inteligencia para ponerse a la altura de la Fe, y no podíamos hacer otra cosa que coincidir en esta necesaria actitud de paciencia frente al hombre moderno que encuentra su cultura en medio del desarraigo y la orfandad y muchas veces la Fe lo sorprende en el camino de Damasco tirándolo del caballo. Sin embargo la inteligencia permanece en muchos viejos esquemas que su mala formación viene pergeñando y se produce un estado de cierta perplejidad y confusión, en el cual conviven en una misma persona pequeñas y enormes contradicciones que atentan contra la integridad de su espíritu y no pocas veces contra su salud mental.
No es vano recordar que San Pablo, luego de aquel famoso camino a Damasco, se retiró a contemplar la verdad revelada por el Cristo. Dice la Tradición que fueron ocho años. Tiempo necesario para formar su inteligencia en concordancia con una Verdad que le había salido al encuentro de forma vertiginosa. ¿Tuvo maestros? Muy probablemente y dada su providencial misión, tuvo al Maestro y tuvo “visiones” y arrebatos que fueron iluminando su entendimiento.
Lo dicho viene al caso de que esa espera paciente que debemos mantener para que nuestra inteligencia alcance la Verdad que nos muestra la Fe y conforme un bloque íntegro con nuestro pensamiento y nuestra constitución anímica (no quiero decir psíquica, pero queda incluida), exige del estudio y de maestros que deben procurarse en aquellos que han dado testimonio de una trayectoria en este campo. Exige humildad, condición muy extraña al intelectual, y sin embargo imprescindible para este trabajo.
En estos tiempos malhadados nos es más frecuente ver a las personas “convertirse” y desde esa conversión comenzar el camino de adecuación de la inteligencia. Somos en gran medida todos, lo que en viejo castellano se llamaba, “cristianos nuevos”, mote que no dejaba de ocultar cierta desconfianza y cierta precariedad. Unos y otros mantenemos reflejos liberales, o fascistas, o marxistas, o simplemente arrastramos antiguos “gustos” o viejas simpatías por estilos o modelos personales, aún amigos dilectos, que de alguna providencial manera hicieron con nosotros el recorrido que terminó en la Fe. Y les estamos agradecidos de una especial manera, olvidando la mas de las veces que no fueron ellos, sino el milagro de la Gracia que escribió derecho sobre renglones torcidos, y aquellos renglones siguen siendo torcidos y hay que simplemente, superarlos.
Este “cristiano nuevo” tiene un especial defecto, esta conquista personal de la Fe lo envanece por lo que entiende de “meritorio personal” y tiende a despreciar al cristiano viejo al que las cosas le han venido en la facilidad de la herencia. Sentimiento que no es otra cosa que el remanido vicio liberal del “self made man” que entiende en que hay más mérito en hacer una fortuna que en heredarla y al que el final de la vida lo sorprenderá la angustia de la discontinuación de su esfuerzo; cuando sus hijos desarmen la obra por el construida para con los restos hacer otra cosa, diferente, que satisfaga la vanidad del descubridor, del fundador, del inventor; prototipos del gentleman anglosajón del siglo XIX. No escapará a este personaje el necesario reproche a su descendencia por desconocer la enorme deuda de gratitud que se le niega y la no tan velada sospecha de que esa nueva construcción que se planea no es otra cosa que una ordenada demolición de lo que él ha hecho.
El cristiano nuevo no entiende la importancia de la herencia, de la tradición y del “linaje” y se convierte en un snob (sin nobleza, quiere decir), y con ello traiciona su propia obra limitándola a la efímera duración de su corta vida útil.
Cuando alguien nace dentro de una tradición, llámese esta de oficio, de profesión, política o religiosa, la inteligencia de alguna manera se adelante a los conocimientos propios de ese ámbito, el espíritu se moldea para recibirlos y estos encuentran en él el espacio propicio para su desarrollo. La Tradición conforma en el hombre que la recibe “una forma de ser” adaptada para recibir el conocimiento propio. Podemos decir que en el campo de la Fe, el hombre de tradición adelanta desde lo anímico su inteligencia a la Fe. Desde niño toda su disposición anímica lo prepara para recibir en la integridad de su postura intelectual esa Fe que lo ilumina, lo completa y lo refuerza en su personalidad.
Quiero señalar, antes de entrar en el punto que me lleva, este asunto de la nobleza, por ser el valor que conlleva el mantenimiento de una tradición. La nobleza, virtud propia del héroe, es el mantenimiento y engrandecimiento de las actitudes vitales de un pueblo para la posteridad del mismo. Aún siendo un rasgo personal, implica la continuidad de ese rasgo personal en las generaciones. Los españoles también la llamaron hidalguía, es decir hijos de algo, lo que señala más acertadamente que se trata de una herencia que se sostiene y se trasmite. La madera es noble por provenir de un noble árbol. Nobleza indica así mismo un sustantivo colectivo, es una clase de gentes, un grupo, pero no un grupo del tipo del partido o de la empresa; lo es en la medida que perdura en las generaciones como portador de valores.
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El excursus aquí esbozado se anuncia frente al hecho de que hubo (y aunque queda muy poco; hay) una forma de vida que prepara la inteligencia del hombre para la Fe desde su más temprana infancia, y donde la Fe es recibida “como en su casa”, sin esos estertores y sufrimientos de los que da cuenta Donoso, y a partir de la cual se construye un hombre íntegro. Que muchas de las discusiones entre católicos, entre amigos, entre esposos, entre connacionales; son frutos de esta falta de integridad que les hace parecer que un católico pueda ser nacionalista, fascista, liberal, marxista y lo católico no agota todas las posibilidades de ser, dentro de lo cual sólo cabe soportar las diferencias de talantes, siendo esa discontinuación de la inteligencia con la Fe que se da en el hombre moderno, un mal a tolerar mal que nos pese, pero un mal.
Para ello llevaremos la reflexión sobre estas realidades que anuncia el título. Herencia, Tradición y Fe. Pero cada una en un siguiente capítulo.
Dardo Juan Calderón