No vamos a hablar aquí de la tradición religiosa. Hablamos de la tradición como influencia activa de los modelos que conforman la modalidad de un pueblo. Sigamos con Scheler: “Se encuentra entre la herencia y la recepción comprensiva (enseñanza, educación) comunicada automáticamente, anímicamente. Es adopción de modos mentales volitivos y de valoración por medio del contagio, imitación inconsciente de las manifestaciones de la vida del contorno…
Mucho antes de que una educación y enseñanza conciente tome entre sus manos al niño, este, por involuntaria imitación, por actitudes, modos de expresión y acciones previas a toda comprensión consciente, ya ha esbozado un esquema de su destino futuro…”.
Simplificando, cuando una herencia marca un rumbo, y esta se comparte con otras familias, se va conformando una tradición. Una familia de bailarines de cueca, que hacen de la cueca su razón de ser y de procrearse para transmitir este saber, constituyen una herencia y pueden llamarse “familia”, si…, por el simple hecho de cultivar la cueca. Ya es algo. Todo un pueblo de cuequistas conforma una tradición “cuyana”, por decir. (Y lo peor es que creo que fuera de la cueca ya no hay otra forma de definir a los cuyanos).
Una familia de domadores, en que el padre espera ansioso al varón para enseñarle el oficio, es una herencia. Todo un pueblo de centauros constituye una tradición (eso fuimos algún día los argentinos). Pero aclaremos lo dicho, lo cierto es que una tradición es lo que constituye un pueblo, de lo contrario es un rejunte de gente que busca cada uno algo diferente y en nada se emparentan ni fraternizan.
Así como podemos asegurar sin sonrojo, que una pareja de padres con hijos que no cultivan un mismo objetivo (la cueca por ejemplo) NO SON UNA FAMILIA, tampoco un grupo de personas que no tienen una herencia común y se dirigen a conservarla y mejorarla de común sentir, pues no son un pueblo. Duro puede sonar para aquellos que creen tenerla por los vínculos amorosos, pero no es así, sólo se la tiene si tienen un tesoro común que conservar y trasmitir. Si cada uno va por su lado y se mandan cariños en postales, pues los felicito, son buenas gentes, pero no son una familia. Resulta más funcional el que todos estén un poco hartos unos de los otros, pero sigan pechando por su herencia, no son tan buenas gentes, pero son una familia.
No sé si me van barruntando, pero a poco de reflexionar, se van a encontrar con que hay muy pocas familias, ninguna tradición (por lo menos que cuantitativamente haga pensar en una fuerza social) y por lo tanto mucho menos un pueblo y para qué decir sobre la posibilidad de una política. ¡¿Y entonces de que corno me hablan cuando quieren hacer política?! Probablemente estén hablando de imponer un modelo a la masa informe… y entonces les preguntaré con cuanto dinero cuentan, con cuales medios de publicidad, o si por lo menos tienen un flota de teléfonos… de lo contrario, no queda otro camino que empezar por el principio.
Volvamos por los conceptos. La familia se asienta sobre los valores vitales de un grupo consanguíneo. La tradición hace a los valores vitales de un pueblo. Muy parecidos en su formulación, pero muy diferentes en su concreción.
Habíamos dicho que la familia institución, gira en torno del modelo “padre” ( o padres). De igual manera la Tradición gira en torno del modelo “Héroe” (o héroes), personaje que encarna esa tradición y produce en un momento un “hecho” incontrastable, un punto fundador, un esfuerzo que impresiona la historia de ese pueblo y plasma por mucho tiempo un ánimo coincidente, una emulación que permanece, un “gasto” que nadie de buena leche puede dilapidar tan fácilmente. Este “hecho” implica un “derroche de vitalidad”, como un rayo de energía, y que casi siempre implica “la muerte”, el agotamiento fatal de la vitalidad en pos de los otros.
Un padre no debe ser un héroe; debe ser un padre. Su elemento es la vida larga y la enorme descendencia. Es el semen. Es la acumulación serena y paciente de energía. Un Héroe es la “sangre”. “Pronto muere el amado de los dioses”. Es un derroche, un gasto excesivo y exagerado. Un hito. Es una especie de estallido de la acumulación de los padres. Ellos lo producen. De a poco. Con el tiempo. Y un día surge como el rayo, cuando los elementos positivos y negativos llegan al máximo de fricción. Nace para un día.
Lo que podemos llamar la Argentina tuvo Padres (estos padres de pueblos se diferencian del padre de familia, son mejor llamados Genios, grandes en sabiduría y comparables a aquellos que aportan la ciencia sobre la tradición), yo los veo en Isabel la Católica, en Don Pedro de Cevallos, (me olvido varios), y tuvo héroes… Facundo, Don Juan Manuel. Aquellos acumularon una tradición, estos últimos fueron la fuerza positiva que estalla contra la negativa y producen el hito. El gasto exagerado. La sangre.
En estos últimos se mostraba la tradición en toda su expresión, desde el detalle hasta lo más general. Eran “gauchos”, eran centauros (Sarmiento decía que Rosas, entre un pueblo de jinetes, era el mejor jinete), eran guerreros, estaban dispuestos a perderlo todo, representaban las clases hispanas y católicas (también decía Sarmiento que los Rosas eran “Casa de Godos”, y acertaba el malandrín). Ambos venían de viejas familias, funcionarios del Virreinato, con fortunas sólidas y actividades progresistas, eran emprendedores. No creo que haya sido muy cómodo ser hijos de estos personajes. Y dieron una nota que marcó de forma indeleble la argentinidad, fueron la argentinidad, la única que hubo.
Don Bartolomé y sus hermanos tres puntos nos fabricaron otro padre de la Patria y otra Patria. Se que con esto me meto en camisa de once varas, pero… Don José de San Martín es lo más alejado del héroe con respecto a la Tradición de su pueblo (si es que era su pueblo), más allá del valor que algunos encuentren en su figura. Pero dejemos los detalles para otra reyerta. La Argentina después de ellos ya no conformará una tradición unificante y por tanto no tendrá más héroes. Inauguramos de a poco la masa informe tras el paciente trabajo de demolición que la masonería hizo de nuestras tradiciones y de los cuales la Iglesia nacional fue una gran cómplice. De una masa que se llevó a empujones y asesinatos, pasamos en el otro siglo a una masa que se seduce para el oportunismo, ya la política no funciona para asegurar los objetivos (fines, diríamos en buen romance) sino que marcha tras los caprichos de la historia para mantener a alguien en el poder. Esto es Maquiavelo, pero es más cerca la Masonería que se plantea la política en esos términos y en la medida que sus fines son de destrucción de los enemigos concretos: La Iglesia, las naciones, los Borbones, los Austrias y España como tradición católica. (Si les llama la atención lo de los Borbones, existen pruebas escritas a este respecto).
Metidos al siglo XIX y XX, las opciones eran solo dos, o ser funcionales al plan internacionalista de la masonería que atacaba esos baluartes concretos, o ser funcional a la restauración de esas realidades que venían siendo demolidas (muchas veces esta demolición se ayudaba desde dentro; por ejemplo los Borbones, luego España, luego los Austrias, luego la Iglesia). A los que nos acusan de “godos”, como Sarmiento acusaba a Rosas, dejan de ver que se hacen funcionales a los planes masones a los que toda confusión o malentendido sirve. Para construir sólo sirve la claridad. Sin duda San Martín fue funcional a este plan, si lo hizo consciente o no es harina de otro costal. Nuestros héroes verdaderos no lo fueron y así terminaron.
Facundo tiene mayor pureza en su expresión, pero Don Juan Manuel, y dado que pocas veces hay categorías puras -como además de héroe fue un estadista (en toda la letra)- tiene sus vericuetos y no conforma el tipo a su perfección. Pero si consideramos lo que puso en juego y lo que perdió (su fortuna y su familia) no escapa con mucho al sacrificio final.
En fin, sin familia ni herencia no hay tradición, sin tradición no hay héroes, porque estos son la encarnación de aquella. Sin tradición no hay pueblo y sin pueblo no hay política. Me ha tocado ver algunos bien intencionados el aconsejar a los jóvenes la entrada en política, es más, con el aditamento de ser política “municipal” (¿?) con lo cual se cometen dos torpezas. La primera, es que “los jóvenes en política” ya es un concepto revolucionario, una forma de quemar la energía fundacional de la familia en una actividad para la que no están aptos y desmerecer el trabajo que les toca por una dosis de adrenalina. Es cierto que parte de esto nos viene de aquellos grupos juveniles tan heroicos de la reacción fascista y que malamente se usan de modelos. Todos sabemos que la guerra debe hacerse con caballeros; hay veces que la necesidad tiene cara de hereje y hay que sacar las mujeres y los niños a tirar aceite por las terrazas, producto claro está, de que el enemigo es un patán y ha llevado la guerra a términos diabólicos. Pero no es lo egregio ni lo que corresponde. Facundo devolvería la familia de Paz con esta consigna “no hago la guerra contra mujeres” y a pesar de haber sido su propia madre enjaulada por el enemigo. Está bien, hay veces que hay que hacer grupos juveniles de política, pero… no se hace política con pendejos, porque la más de las veces, sólo se obtiene una política pendeja o simplemente se hacen pendejadas. La segunda, es que como ya hemos señalado, la política se hace cuando estás “sobrado”, sobrado de conocimiento, de experiencia, de tiempo, de dinero… sino lo que estás proponiendo es ser “funcionario” , invento revolucionario. Un técnico funcional al poder y dependiente del sueldo, lo que en buen romance mi abuelo materno (que era un italiano fascista) llamaría: una verdadera mierda. No hace mucho un caro amigo llamado a hablar de política a los jóvenes, se refirió a las “Virtudes del Político”, claro… resultaba un poco desentusiasmante para lo que se esperaba. ¡Hacerse virtuoso! ¡Pero eso lleva un toco de tiempo!.
Lo único parecido que queda de un pueblo a nuestra Argentina es la posesión de un territorio. Es decir lo material. Somos como esas familias que quedaron atadas a una vieja estancia (recuerdo la película La Ciénega). Algo es. Pero bien poco. Malvinas ( y aquí me meto en camisa de once mil varas) fue una guerra por territorio, llevada por un pueblo que no coincidía más que en eso. Para que de algo sirviera debió ganarse, lo que era bastante improbable. Para que sirviera de mucho, debió plantearse desde la perspectiva tradicional y con valor simbólico, a fin de que la derrota fuera una victoria de los valores (las termópilas), pero salvo algunos (que sin duda hay que escarbar en la nobleza familiar para explicarlos) los demás estaban bastante decididos a seguir viviendo. ¿Hubo héroes en Malvinas? En el sentido clásico no; más allá de que los reconozco como tales para mi altar familiar. Su gesto no deja ni marca en la masa decadente que no pasó de un entusiasmo inesperado, de una sorpresa que luego se hizo amarga. De algo parecido sufrió la guerra antisubversiva y aún peor, terminó siendo una guerra por el mantenimiento del modo de vida burgués y liberal y así le pagaron esos mierdas a los que enfrentaron la metralla.
Como dijimos más arriba, una familia que se forma sobre una propiedad, está bastante embromada por las leyes sucesorias si pretende mantener esto como razón de su existencia. Ya casi podríamos decir lo mismo sobre las naciones dado el avance internacionalista y la permeabilidad de la adquisición de dicho territorio a extranjeros o peor aún, a empresas internacionales. El territorio comienza a ser una ficción. A quien no le importa mucho trabajar para una multinacional (que por la fuerza ya somos casi todos), en breve ya no le importará vivir en cualquier lado o bajo cualquier bandera.
Suele también propugnarse en la juventud el modelo “heroico”, sin alcanzar a definir de que se trata esto, y llevando simplemente los relatos ejemplares para ser emulados así en crudo, como emulaba el Quijote las hazañas de los caballeros y dejarlos colgados del primer molino que encuentran a su paso. Lo he visto de joven y de trágica manera con un montón de muchachos de buena madera a los que unos viejos de mierda -que luego se quedarían atados a sus sueldos- les presentaron los Che guevaras y otras yerbas y así terminaron. Yo entiendo que nadie es tan tonto y que los héroes se presentan a los efectos de ser imitados en sus virtudes y no en sus anécdotas, pero hay que ser muy claro con los tiempos. No son tiempos heroicos en el sentido clásico, estos surgen de una acumulación de virtudes familiares. Hoy el modelo es el simple y panzón padre prudente, que resiste el embate de la decadencia moral, intelectual y vital y retoma un linaje para mañana. He tenido a mi lado a varios que quisieron ser héroes o “santos” y terminaron sin ser siquiera padres, salvo por el avatar biológico. No quiero recitar a Pascal.
Nuestra tradición y nuestro pueblo naufragó en el gran complot masón de los dos siglos pasados, como igualmente naufragaron las tradiciones de todo el mundo. Este gran complot gnóstico, internacionalista y demoníaco, que tuvo a Inglaterra como base territorial de influencia, nos apuntó especialmente como objetivo no solo comercial, sino principalmente como una pata del Imperio Español que era su gran enemigo declarado. Francia le fue fácil y Alemania había sido su cómplice. La última gran tradición que nos comprende y de la cual se puede rescatar algo para restaurar, es por desgracia para muchos, Española. (Siempre les hago recordar a los franceses que tengo cerca, que cuando España era la Catolicidad, Francia estaba pactando con los turcos para traicionar la cristiandad). El último gran combate del espíritu universal fue este, y del cual nosotros somos herederos del mejor bando. De ese espíritu católico de la España Imperial de Carlos V salimos, por gracia de Dios, y es allí donde debemos reencontrar nuestro rumbo ( y si se es Francés, lo debe buscar en el mismo lugar, mal que les pese). Es la única tradición católica que mal que mal subsiste en el mundo, aunque en ínfima medida y a pesar de las traiciones.
Y subsiste en algunas pocas almas de la España peninsular y la América Hispana. En el resto, quedan católicos, si. Pero no queda tradición alguna palpable. Y esto es difícil de entender para algunos europeos que ya se han sacado de encima el peso de una tradición y llevan un catolicismo desnudo, sin cuerpo político, y que nos miran arrastrar lo que creen un cadáver, que casi lo es… pero que todavía respira… que agoniza en nosotros… y al que no nos atrevemos a dejar hasta escuchar su último y noble aliento.
Dardo Juan Calderón