A no olvidarlo, aunque haya Alzaimer pisoteandoles la nuca...
Fue echado "de mala manera" de su parroquia, la Inmaculada Concepción de la calle Independencia. Su "delito", aferrarse a la Misa Tradicional. Y así fue como recaló en el Priorato de la Fraternidad San Pío X de Buenos Aires.
Hasta allí llegaba cada domingo con su valija marrón, desvencijada y vieja, un rato antes de las once de la mañana. Saludaba a algunos fieles sin detenerse demasiado en las palabras, porque prefería repasar el breviario antes de entrar en la sacristía para cambiarse.
Unos minutos después, cerraba su Oficio Divino con una banda elástica para que las hojas no volaran -lo cual denotaba cuán fatigadas estaban aquellas páginas-, y entre las oraciones de práctica comenzaba a lavarse las manos, y a ponerse su alba de siempre.
Es que todo en él era "de siempre". Su fe, la mejor herencia que recibió de su madre, cuando el pequeño Raúl daba aún sus primeros pasos en la entrerriana Nogoyá. Su sacerdocio, apegado a Santo Tomás y la Santísima Virgen. Su Misal de San Pío V.
-Alguna vez me comentó que, cuando muriera, deseaba que pusieran sobre su pecho el Misal Romano con el cual día tras día convocaba al Rey de Reyes a hacerse presente sobre su patena. Sacerdote para siempre, no consentiría dejar ni siquiera tras su fallecimiento la Misa de su consagración.
Le gustaba, para realzar la Misa dominical, que se encendieran dos velas de cada lado.
Mientras se acercaba a la credencia, controlaba que estuvieran ya encendidas. Si no era así, su voz grave tronaba enseguida: "¡Che, las velas!". Y esperaba lo necesario hasta que el pabilo prendiera aquellas llamas.
Cuando llegaba el momento, se quitaba su manípulo y, portando su inseparable Misal, se dirigía al ambón, donde traducía el Evangelio directamente del latín impreso. Nunca lo vi usar una traducción. ¡Si casi ni miraba los apuntes que preparaba en minúsculas hojitas!
El sermón era lo más esperado por los fieles. A golpes de puño sobre el ambón, cuando había que fijar un concepto o denunciar una canallada laica o clerical, su voz que tronaba sabía también quebrarse en un llanto silencioso cuando se emocionaba hablando de la Madre de Dios, sobre todo en las Misas del día de la Inmaculada, que celebraba con ornamentos celestes. Los cuales, sobre el alba blanca, le daban los colores que defendió no sólo desde el púlpito, sino desde la misma rectoría universitaria, y en los estrados judiciales en no pocas ocasiones.
Un Miércoles de Cenizas no se presentó a la ceremonia que inaugura la Cuaresma, pese a que había quedado en celebrar él. Al domingo siguiente, cuando tampoco llegó para rezar su Misa, se encendió la alarma, y un par de amigos, entre ellos su médico personal, se presentaron en su departamento. Lo encontraron muerto, con su breviario abierto a centímetros de su mano.
Y así, en medio de sus oraciones "de siempre" fue a presentarse a su juicio particular. Fue a presentar su alma ante el Dios de los Ejércitos para el cual peleó toda su vida. Habrá llegado al cielo, quizás, para sentarse cerca de los Padres Meinvielle y Castellani.
Rezará desde allí por nosotros. Y aunque desde el 25 de febrero de 1996 nos sentimos todos un poco más solos, el Padre Raúl Sánchez Abelenda estará en el lugar que supo ganarse con holgura.
Después de trabajar tanto en la tierra, es justo que ahora descanse para siempre en aquel lugar del refrigerio, de la luz y de la paz.
Rafael García de la Sierra
Nota de Argentinidad: No es el aniversario de su muerte, pero vale recordarlo todos los santos días. Su tumba -vale aclararlo-, está en el cementerio de la FSSPX; en el Seminario de La Reja. Por lo tanto, o por lo cuál, recomiendo a quienes vayan, le dediquen una simple Oración y algún ramillete de flores, se entiende...
Otrosí digo:
¡Gracias mi querido negroide!