Algo he dicho la vez anterior, pero no todo. Tampoco creo haber sido bien comprendido, por lo que por caridad y mi espíritu scout ahondaré un poco a ver si entienden. Se hace necesario hacer el esfuerzo para tratar de comprender mejor el estado de nuestra patria y una, no digo la única, pero sí una de las causas de la tragedia.
Y allí está el tango. Pero pongámoslo en contexto histórico y apelemos a grandes maestros.
Este lado del Globo tuvo la particularidad de haber llegado tarde, para cuando el mundo se descajetaba a nosotros nos descubrían.
Tras cartón, vinieron con el chamuyo que gobernar es poblar y una buena cantidad emigraron a parlar cocoliche; piadositos en sus primeras generaciones, después ya no tanto, luego supersticiosos y hoy ni eso.
Esto al argentino le cuesta entenderlo pues al día de hoy sendos arengadores democráticos le hicieron creer que el emigrante no sé qué cosa, que el crisol de razas y una buena cantidad de monsergas más que le dificultan en buena medida una visión objetiva de lo que fue aquello. Pero, a decir verdad, quien no necesitaba emigrar, lo mejor de aquella Europa, como es natural se quedó en su pago viejo.
Y como es habitual para nosotros y nuestro endiablado sino, esto no es todo; todavía quedaba un federalismo ilusorio que llega hasta hoy y el hacinamiento de emigrantes que se concentró mayoritariamente en la ciudad portuaria y ya sabemos por los autores clásicos de qué modo el puerto y su actividad mercachifle ha modelado desde siempre a sus pobladores. He ahí la cuna donde se batió este merengue, el lúgubre y prosaico ámbito en el que se gestó la desgraciada música y que así visto de algún modo la justifica.
Esto puso, -y sigue poniendo- al habitante de estos lares ante un par de posibilidades si de mantener o recobrar la salud se trataba: o descendía de una vieja familia criolla o realizaba un enorme esfuerzo que le amueble la cabeza.
Para que no sean interpretadas estas líneas como un capricho o simple inquina y porque desde que el mundo es mundo han existido los sabios y siempre fue de buen tino darles bolilla, acudamos a Platón que viene al pelo.
Aclaro que él habló de los poetas y nosotros de tangueros, pero lo mismo tomamos ahora sus enseñanzas por la perfecta analogía y por momentos coincidencias con el asunto de marras; pero no, jamás, por esto vaya usted a creer que les concedemos a estos truchimanes el título de poetas, que si lo son entonces también nosotros.
Bien. El maestro ya es su Ion advertía sobre el “entusiasmo”, la “embriaguez” y el “delirio” del poeta y, en sus obras mayores, la República y Las Leyes, nos advierte sobre ciertos peligros en orden a la educación deseable para el hombre de la polis, explicando que ésta debía tener apoyatura en la filosofía, donde residen las fuerzas ordenadoras y normativas del alma y no en la poesía que debe someterse a los preceptos del logos.
Es necesario aclarar que Platón hablaba de la poesía antigua, la que tuvo especial ascendencia en la educación del hombre griego. Esto puede hacer complejo su entendimiento para el hombre moderno, donde la poesía solo es literatura; pero, como el habitante promedio de los conventillos utilizó al tango como santo y seña pedagógicos, nos ofrece con sus reflexiones una total aplicación que no requiere que forcemos los textos.
Notaba Platón que los sentimientos de otros se hacen infaliblemente nuestros y que con los males ajenos es difícil modelar la propia sensibilidad, recomendando mantenerse firmes y tranquilos, abandonando a las mujeres aquellas lamentaciones.
Y comentándolo Jaeger agrega que corrompe nuestros juicios estimativos el entregarnos a las manos de estos expertos en lloriqueos, pues arrastrados seguimos por el movimiento de simpatía ensalzando así al que más movilice nuestros sentimientos, mientras que el ideal de hombre se encuentra en el extremo opuesto a estos inconvenientes espasmos que quedan tan feos.
Esto no supone en Platón el desprecio de los poetas. Nos dice que debemos respetarlos en los estrictos lindes de su competencia., de modo tal de no destruir “el estado dentro de nosotros”, la más excelsa forma interior del alma. Ponerlos en vereda.
El hombre del arrabal en que aquella “poesía” creció y se “educó”, lo hizo prácticamente con este mal como su único bagaje. En rigor se dedicó a la administración de emociones ajenas que hacía propias y poco más.
Salvando las distancias, algo de esto también parece suceder con ciertas personas educadas, y hasta intelectuales de nota, en relación con la poesía a la que no logran poner en su específico sitio, tal vez olvidando que la cima de la paideia, la cresta de la ola, top en el ranking, estuvo en Platón y no en Homero, Píndaro o algún otro a los que no es bueno darle más bola que la justa. Una suerte de tangueros refinados, pero nadie les quita lo de tangueros… Es grave, y mariquita.
No tenemos nada contra la conmoción ordenada causada por la auténtica belleza poética, pero, por lo mismo, desearíamos enterarnos que lo rigurosamente feo fue caritativamente incendiado para que su decadente descenso hacia el bolero, y con el mismo envión llegado a la cumbia, no derive mañana en una nueva música africana que se acompañe con danzas de a saltitos alrededor de alguna fogata donde al grito de ¡llore! la gente llore.
Y no está bien. Me temo que la vida nos pone más de una vez ante el llanto incontenible de Aquiles tras la muerte de Patroclo, como para andar haciendo el llorón porque sí nomás.
Pero en ésta no estoy solo. En la mesa más oscura, en una esquina del fondo, con el Monárquico con Trono y los del Comando Vegetal los venimos calando. Los vimos lamentarse, sórdidos, cornudos, timberos, canallas. La ginebra corre como fuego por las gargantas entre flato y flato. Pucho tras pucho los escuchamos llorar abrazados a la barra mientras relojean quinceañeras pecosas, para ya borrachos marcharse con el culo enmerdado y convencidos que valen un Perú. Y aunque solos han inventado la cruz que cargan, aunque en aquellas contorciones de reptil de lupanar está la causa de sus lumbalgias, estamos dispuestos a ponerles fin en honor al buen gusto, y es la hora de la venganza.