Los Embajadores

Enviado por Pito Catalán en Mié, 05/06/2013 - 12:13pm

Con esto de la política estoy hasta las orejas. Digo: la politiquería mugrosa d’este suelo. Y tan hasta las orejas que se me han vuelto como radares de la Nasa.
La anterior semana, un jueves, me pescó caminando por Liniers y me metí en una iglesita en la que se celebraba Misa (no sé si de la santa o de la otra) para socorrer mi alma de las cuitas domésticas.
El cura estaba en medio de la homilía, que bien se diría responso por el tono de su voz y las caras lívidas de los pocos paisanos presentes.
Fue entons que le oí decir que los sacerdotes eran ministros embajadores de Dios, que era tal su dignidad y que no debían ser injuriados, que se los debía tratar como a gente dotada de ministerios divinos y no como a un cualquiera. Dijo que lo dijo San Pablo.
Me fui intranquilo, más inquieto que cuando entré. Partí p’al barrio, me metí en la casa y me puse a reflexionar sobre esas palabras. Pa’ mala suerte no encontré la Biblia ni cerca del calefón. Así que debí ayudarme con mi magín no más.
Es cierto: embajadores de Dios son los buenos curas, por eso si son buenos se visten de talar; hacen y dicen cosas de Dios, sin más miramientos que la caridad y la misericordia (¡cómo me cuesta esta palabra y su allegada virtud, tanto como la otra!)
Pero la verdad es que hoy parecen embajadores de los hombres (por no decir de otro personaje escabroso que ahorita anda suelto y metiendo la cola en todo lado).
Me acordé del rechoncho párroco de unas cuadras cerca de acá: pantalón gris apolillado, camisa roja de cuadros multicolor, polera marrón de cuello holgado y sucio, “zapatillas de medio basket para salir volao”. Y lentes oscuros, “pa’ que no sepan que’stá mirando”, como dice el pueta panameño.
Eso es un cura hoy, retratado de prisa y a trazos gruesos. Que no todos caen en la descripción grosera, por cierto.
Y no quiero entremeterme con sus dichos y quehaceres. Si dan miedo. Hablan de los derechos humanos y no de los de Dios; promulgan sentencias éticas de corte hedonista y facilongo; opinan más ligeros de cuerpo que en un baño. En sus menesteres son más descuidados que elefante en plantación; los enfermos suelen morirse sin ser asistidos; la confesión se ha convertido en amena charla sobre nuestros agradables desvíos; la comunión es una comida que no requiere de dignidades ni precauciones. Y así y así.
¡Que estos embajadores no dicen del Jefe! Y, a pesar de todo, los necesitamos.
Eso sí, ¡hasta que Él vuelva! Amén.