Ante una nueva y grave profanación de la Catedral Metropolitana

Enviado por Esteban Falcionelli en Mar, 12/11/2013 - 10:13pm
El próximo martes 12 de noviembre —si la ira justiciera de Dios no dispone lo contrario— la Catedral Metropolitana de Buenos Aires sufrirá un nuevo y gravísimo agravio.

No se trata en la ocasión del regular desfile sacrílego que frente a ella, y con la anuencia explícita del Gobierno, realizan en tropel los sodomitas y sus aliados de depravada especie. Tampoco de la invasión de las Madres, cuya sola presencia es una deposición irreverente y procaz. Ni del arribo oficial de la masonería, ultrajando el espacio sacro so pretexto de un indebido homenaje al Gral. José de San Martín.

No; en la Festividad del Patrono de la Ciudad, la Arquidiócesis de Buenos Aires mediante su Comisión de Ecumenismo y Diálogo Interreligioso, por un lado; y la tenebrosa B’Nai B’rith por otro, co-celebrarán una “liturgia de conmemoración” en el “70 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos”. Tamaño oficio religioso —según lo anuncia la invitación oficial que tenemos a la vista— suma, además, los auspicios y las adhesiones de cinco instituciones judaicas, unidas todas con la jerarquía católica nativa para “honrar y recordar” a las víctimas de “los nazis” que “en la noche del 9 de noviembre de 1938, profanaron y destruyeron más de 1000 sinagogas, mataron a decenas, encarcelaron a 30.000 judíos en campos de concentración [saqueando] negocios y empresas”.

El hecho, por donde se lo mire, constituye una mentira infame y una abominación que clama al cielo.

Mentira es que se acuse
, sin más, a los nazis, de los luctuosos y reprobables hechos conocidos como la Kristallnacht o Noche del Cristal, repitiendo por enésima vez la versión canonizada por la propaganda sionista y las usinas aliadas, ya varias y científicas veces rebatida en trabajos como los de Ingrid Weckert (“Flash Point, Crystalnight 1938. Instigators, victims and beneficiaries”).

Mentira es que se oculte el asesinato, a manos del judío Herzel Grynscpan, del diplomático alemán Ernst von Rath, cuya alevosía —sumada a otras acciones judaicas de similar tono— motivó la reacción violenta contra los israelitas aquella noche trágica y condenable. Mentira es que se calle la evidente responsabilidad —tanto en el crimen de otro funcionario alemán, W.Gustloff, como en el aprovechamiento político de los desmanes— de la siniestra Ligue Internationale Contre l’Antisémitisme (LICA), sobre cuyo mentor Jabotinsky podrían escribirse páginas de negras acusaciones.

Mentira es que se silencien las fundadas sospechas de la provocación intencional de este pogrom por la mencionada LICA, eligiéndose cuidadosamente para su estallido la noche del 9 de noviembre, fecha emblemática en la historia del Partido Nacionalsocialista. Mentira es que se escamoteen arteramente los repudios públicos y privados,enérgicos todos, de los principales dirigentes nacionalsocialistas a aquella jornada de desmanes y tropelías, que incluyen declaraciones de Goebbels, Himmler, Hess y Friedrich de Schaumburg; así como órdenes expresas de reponer el orden y de castigar a los culpables, a cargo del mismo Hitler, de Viktor Lútze, jefe de las S.A, y del precitado Goebbels, en su famoso discurso de la madrugada del 10 de noviembre. Mentira es que se omita el Protocolo del 16 de diciembre de 1938, firmado por el Ministro del Interior de Hitler, Dr. Whilhelm Frick, repudiando tajantemente el criminal atropello, no sin analizar seriamente sus reales motivaciones.

Mentira es que se hable de “1000 sinagogas destruidas”, cuando no llegaron a 180, a manos de una chusma incalificable, y de “30.000 judíos encarcelados en campos de concentración”, cuando 20.000 fueron los detenidos para su propia protección, y liberados pocos días después de aquella demencia nocturna, según consta en el Informe de R. Heydrich del 11 de noviembre de 1938, aceptado en el "juicio" de Nuremberg.
 
Mentira canallesca al fin, la que se asienta en el volante oficial de invitación a los festejos, y según la cual “el mundo se mantuvo en silencio”. En el mundo entero no se habló de otra cosa que de la supuesta barbarie germana, consiguiéndose ipso facto ventajosos acuerdos de emigración para los judíos alemanes hacia Palestina, lo que se consumó ese mismo año 1938, con un número aproximado de 117.000 hebreos. Los tres objetivos sionistas se habían cumplido con creces: la difamación sin retorno del régimen nacionalsocialista, el principio del movimiento internacional que llevaría a la caída del Tercer Reich, y el abandono de su supuesta tierra natal, Alemania, de los israelitas allí radicados, trazándose cuidadosamante el plan de ocupar Palestina. ¿A quién benefició aquella noche de sangre y fuego? ¿Quiénes la armaron realmente, si los más destacados jerarcas del Nacionalsocialismo se quejaron amargamente de la misma y ordenaron su inmediato cese?

Somos católicos
, y se nos crea o no, lo mismo da, nuestras espadas no se cruzan por defender una ideología sobre la cual han recaído oportunas y sucesivas reprobaciones pontificias. Pero por modestos y mellados que puedan estar nuestros aceros, saldrán siempre en defensa de la verdad histórica, de los vencidos de 1945, a quienes ningún alegato en su defensa se les permite. Y saldrán siempre en repudio y en ataque de la criminalidad judaica, por cuyas víctimas, que suman millones —sí, decenas de millones— no hay un solo obispo guapo que quiera rezar un sencillo responso.

Mentiras múltiples, por un lado, decíamos. Pero abominación que clama la cielo, por otra. Y esto es lo más desconsolador, porque peor que la falsificación del pasado es la falsificación de la Fe. Lo primero es oficialismo historiográfico y puede tener el remedio del buen revisionismo. Lo segundo es la entronización del Anticristo y sólo hallará el remedio definitivo con la Parusía.

En efecto; nada les importa a los obispos que las entidades judaicas con las que se unirán en esta parodia litúrgica, tengan un amplio y ruinoso historial de militancia anticatólica. Nada les importa que la B’nai Brith sea sinónimo documentado de malicia masónica, mafia mundial, ideologismo revolucionario y plutocratismo expoliador y artero. Nada les importa si una de esas instituciones, el Seminario Rabínico Latinoamericano, amén de su frondoso prontuario sionista y marxista, ostente con insolencia el nombre público de Marshall Meyer, conocido y castigado otrora por su flagrante inmoralidad. Nada les importa a estos pastores devenidos en lobos, que todas y cada una de estas entidades, hoy llamadas a una concelebración farisea y endemoniada, hayan sido y sean la prueba palpable del odio a Cristo, a su Santísima Madre y a la Argentina Católica.

No; lo único que les importa es consolidar la herejía judeo-cristiana, convertirse en sus acólitos y adalides, y exhibirse impúdicamente ante la sociedad, no como maestros de la Verdad, crucificados por ella, sino como garantes del pensamiento único, tramado en las logias y en las sinagogas. Bergoglio el primero, y tras él sus muchos heresiarcas —más o menos activos o pasivos, acoquinados o movedizos— no quieren ser piedra de escándalo ni signo de contradicción, ni sal de la tierra y luz del mundo. Quieren ser funcionarios potables a la corriente, empleados dóciles de la Revolución Mundial Anticristiana.

Dolorosamente hemos de acotar —como hijos sufrientes y perplejos de la Santa Madre Iglesia— que en tal materia, el mal ejemplo llega de la misma Roma, desde donde parten y se extienden las más innecesarias majaderías y adulaciones a los deicidas. Empezando por la más grave de todas, cual es precisamente la de exculparlos del crimen del deicidio, renunciando a su conversión.

Nuestro respeto es sincero y creciente por los tantos Natanaeles, en cuyos corazones no hay dolo, según lo enseñara el Señor. Nuestra veneración es mayúscula hacia aquellos que, como los gloriosos hermanos Lémann, Sor Teresa Benedicta de la Cruz, el inmenso Eugenio Zolli, o nuestro cercano Jacobo Fijman abandonaron las tinieblas para arrodillarse contritos —victoriosos en su metanoia— ante la majestad de Cristo Rey.

Pero nuestra guerra teológica sigue siendo sin cuartel y declarada contra este sincretismo indigno, ilegítimo y herético, cuyos fautores eclesiásticos —ya hueros de todo temor de Dios y de toda genuina fe neotestamentaria— no trepidan en ofrecerles a los enemigos de la Cruz el templo mayor de la Patria. Hospitalarios con los perversos para celebrar la mentira, quede marcado para ellos el estigma irrefragable de quienes traicionan el Altar del Dios Vivo y Verdadero.

Con palabras eternas del Evangelio les llegue, a los intrusos del martes 11 de noviembre y a quienes les abren las puertas, la admonición jamás periclitada: “¡Matásteis al Autor de la Vida, crucificásteis al Señor de la Gloria!”.

Con palabras veraces seguiremos repitiendo lo que todos cobardemente callan: el único holocausto de la historia, lo tuvo a los judíos por víctimarios y a Nuestro Señor Jesucristo por víctima inmolada.

Con palabras del martirologio seguiremos proclamando:


Cristo Vence,
Cristo Reina,
Cristo Impera.
¡Viva Cristo Rey!
 
Antonio Caponnetto 
Nota de Argentinidad: El artículo fe escrito antes del despelote, pero es tal cual lo escribe el amigo y maestro.
¡Viva Cristo Rey!