Con ocasión del funeral de Don Paul Merle des Isles, la Hermandad de Nuestra Señora de las Pampas quiere hacerse presente para cumplir la justa y grata obligación de recordar su persona y rendirle póstumo homenaje.
Hace poco más de quince años, don Pablo conoció la Pampa.
Aquí, donde comienza la sugerente Patagonia, se enamoró de estos parajes al punto de fijar en estas tierras – luego de mucho haber recorrido y conocido – la que sería su última residencia. Y tan a gusto se encontró, que nuestra querida Pampa llegó a ser también “su” querida Pampa.
Casi simultáneamente conoció la Hermandad de Nuestra Señora de las Pampas, a la que se incorporó muy pronto porque tuvo la grata sorpresa de encontrar en sus Estatutos reflejados sus propios ideales de vida de campo. Porque en don Pablo no había, como se dice ahora, un amor a la naturaleza, o a los animales. Lo suyo era un amor al Creador en la contemplación de las creaturas. Vivir en el campo era la oportunidad para elevarse desde esta realidad natural a la realidad sobrenatural. Un peldaño necesario que el mundo artificial no puede proporcionar.
Vivir en el campo le permitía también, de un modo más evidente, colaborar con el Creador por medio de su trabajo. Y para don Pablo el trabajo debía siempre ser bien hecho, desde que la idea se comenzaba a planificar en la cabeza, porque iba a incorporarse en la perfección de la creación. El trabajo no debía nunca ser mezquino, temeroso del esfuerzo o del cansancio, porque era también una oportunidad para mortificar el propio cuerpo.
Desde hace poco más de una década pasó a ser Hermano Mayor de nuestra Hermandad. Y ocupó su lugar con toda la responsabilidad y dignidad que correspondía. En primer lugar, reafirmando la certeza en esos principios que el mundo quiere relativizar o ridiculizar. Luego, con su propia actividad, siempre sin medida. Con una generosidad dispuesta a resolver problemas, y por medio de un incesante apostolado de la conversación a favor de la causa que nos reúne.
Su piedad era ejemplar e inmutable. Su reverencia por el Santísimo Sacramento, frente al cual hacía largas meditaciones. Su devoción por la Santísima Madre de Dios, a Quien se confiaba diariamente con el rezo del Rosario. Su amor a la Cruz, que lo llevó a levantar varias de dimensiones inusuales que quedarán como testimonio de su paso por este territorio.
Quedará también la capilla que levantó en honor de Nuestra Señora de las Pampas. Y las casas, los corrales, los alambres, los pozos, los tajamares, los galpones. Los cientos de árboles plantados con una visión de futuro impropia de su edad. Y los ecos de las historias con que enriqueció la cultura de los muchos que lo escucharon.
Fue un hombre de contrastes. Mezclaba la sabiduría de un anciano con la energía y entusiasmo de un joven. La profundidad con que trataba temas serios, incluso angustiantes, podía en cualquier momento dar paso a una alegría contagiosa. Su naturaleza austera y detallista no le impedía ser largamente generoso.
Cumplió con justicia aquel objetivo esencial de nuestra Hermandad que dice: “Solo nos proponemos el mejoramiento de nuestras pobres almas, y tratar de hacer de nuestras propiedades rurales, fortalezas de la Fe”.
Serán celebradas las misas por el descanso del alma de nuestro Hermano, según está indicado en los Estatutos.
Queremos, por este medio, hacer llegar a sus parientes la participación de nuestro dolor por su pérdida terrenal; dolor atenuado por la alegría que nos queda de haberle conocido, y la esperanza de volver a encontrarlo en el Cielo, todos juntos a los pies de la Santísima Virgen, Nuestra Patrona.
Hermandad Nuestra Señora de las Pampas