No hace falta el deporte para ser duro de Verdad. Don Camilo y su escopeta desde un campanario me gusta más

Enviado por Esteban Falcionelli en Sáb, 08/02/2014 - 8:45pm

"Llevamos una temporada que de Rusia nos vienen buenas noticias"

En este caso se trata de los sacerdotes que acompañan a los equipos olímpicos rusos, con el beneplacito, como no pude ser de otra forma, de sus autoridades.

Lo describe magníficamente Pablo J. Ginés en ReL titulado “Los 7 «curas más duros» y los Juegos de Sochi: luchadores, pugilistas, el capellán de los SWAT rusos”

Aunque yo opino que no hace falta el deporte para ser duro de Verdad.

Me parecen excelentes los religiosos que sirven como ejemplos del artículo porque frente a la crítica de una comentarísta del  artículo, Sofía, con todos los tópicos del momento a estos sacerdotes, ellos no pasaron de ser curas a deportistas, sino que de deportistas pasaron a ser curas (no fumaban mientras rezaban sino que mientras fumaban empezaron a rezar). Y además son caracteres no “buenistas” sino buenos.

Pero a mi parececen también gente más dura, de verdad un Don Camilo, amigo de la persona pero que sabe usar la escopeta desde el campanario de su Iglesia cuando se trata de defender los derechos de Dios en la Sociedad frente al alcalde comunista (el representante de un Estado de un Sistema liberal italiano que quiere imponerse).

O el padre Boggiero, héroe de los Sitios, consejero de Palafóx y que enardece a los defensores en las trincheras de Zaragoza contra los servidores de la Revolución Liberal.

O los tres frailes mercedarios españoles que viajaban frente a la costa de Cerdeña en el conocido relato de Pérez Reverte que “resolvieron cenar con Cristo antes que en Constantinopla”.

O sin ser sacerdote pero si auténtico modelo espiritual y consejero religioso un Antonio Rivera diciendo “tirad sin odio pero tirad” defendiendo el único núcleo de libertad religiosa que había en Toledo. Esta gente no perdía el tiempo con el deporte, muchas veces autonarcisista, sino que siendo como por ejemplo describe Baroja a otro de esos héroes, el Cura de Santa Cruzhombre regordete, más bajo que alto, de tipo insignificante eran capaces de mantener en jaque, en este caso a la Revolución Liberal, y en general al Mal.