Si quien lee, cree que las crisis son momentos gracias a los cuales se logran las superaciones, y no le asustan ni se inquieta mucho de las crisis, y aún más, encuentra que son momentos de una dialéctica que debe terminar bien y que por tanto no hay males, sino movimiento, está usted pifiando. Las crisis son malas y los males causan males. Por supuesto que no me falta Fe (como se me ha acusado en un comentario) al pensar que Dios puede romper la cadena causal y sacar bien de mal, pero no corresponde al hombre ser temerario tentando a Dios y debe enfrentar el mal, porque hay veces que Dios no tiene ganas de sacarnos del entuerto si no ponemos lo nuestro, que es: tratar el mal como mal y el bien como bien.
Esta posición provoca el llamado “moderantismo” , muy típico entre los católicos, que suelen ampararse en el relato evangélico de la barca y la tormenta. ¡No te inquietes! Hombre de poca fe… Pero claro, Antonio Caponnetto nos da una descripción distinta; parece que en medio de la tormenta y mientras el Señor duerme, Pedro, que no está para nada nervioso, sino que parece entender que él – el hombre- debe solucionar el problema con la política, la ciencia y la tecnología, ha llamado por el móvil una moderna lancha a motor que pertenece a la marina del estado de Israel, fabricada en astilleros norteamericanos con fondos de la indemnización alemana, y está negociando para ser remolcado a la orilla . (Ya no sé si decir que Cristo duerme, o con un ojo entrecerrado lo está apuntando para un patadón a la cordobesa. Dejemos esto para los teólogos).
En fin, nadie en su sano juicio piensa que la Iglesia no está en una crisis enorme. Crisis de choque contra la “modernidad”. Esta crisis se ve con optimismo desde el modernismo, no en sí misma (no son tan obtusos) sino como etapa (antítesis y dolores de parto), de una forma mejor a lograrse para el futuro.
El “moderantismo” o “línea media” sí que son obtusos; como no pueden caer en la dialéctica, aminoran el problema, no creen que sea para tanto, tratan de no ver tanto, adoptan la miopía como forma de vida, (que como todo recurso cómodo, pasa a ser el más incómodo a la corta) buscan un entendimiento posible entre las partes en pugna y por fin, ya alejados –salvo en la moral- de la postura tradicionalista, se hacen personalistas y siguen jugando al tomismo desde esta voltereta mariteniana; o a veces se contentan ocultando a Maritain (por cierta vergüenza de camaraderías del pasado) pero con la doctrina del fin propio de lo humano en lo político, tímida y posteriormente subordinado al fin último, pero subordinación que ya no implica la del todo social, sino la de la suerte personal. Con esto van arreglando el queso pudiendo citar en su defensa algunos de los personajes “considerables” del tomismo católico que ya venían tragándose ese sapo, a veces junto con el de los derechos humanos y algo de la libertad religiosa. Otra falacia que he encontrado a este respecto de los “fines” (debo confesar que dentro de las filas tradi en Fernando Segovia) es el argumento de que “siendo el fin sobrenatural, primero en la intención y último en la realización” – se ponen con cierta astucia las cosas ontológicas bajo un modo temporal- pues hay que dedicarse ahora al fin intermedio – político – para después ver que pasa con el fin sobrenatural. De esta manera, salvando el principio, se deja para un después indefinido lo sobrenatural y se avoca por ahora a lo político, como si el proceso fuera una carrera de obstáculos en los que hay que concentrarse, para luego pensar en la meta, y de allí el “politique d’abord”. Aclaremos, “hay que buscar el reino de Dios y todo lo demás se dará por añadidura” y lo político es una añadidura; el fin último no está “para después”, es el que “informa” toda la acción, esta presente y tiñe todo el obrar humano, los fines intermedios no es que “se busquen” mientras lo otro no llega, sino que más propiamente dicho, “se encuentran” en ese camino de búsqueda del fin sobrenatural, “por añadidura”.
La línea media es una mezcla del espíritu del “ralliement”, es decir acuerdo práctico, pero ya “aceptando la cosa”, es decir, aceptando el planteo democrático: derechos humanos; el propio fin y regla de la política; la aceptación del agnosticismo y laicismo de la sociedad política que no necesariamente tiene que ser el reino de Satán del esquema agustiniano; el reduccionismo del concepto de Iglesia Católica dentro de esta sociedad eclesial mayor; y fundamentalmente ese argumento de Pio VI que lleva a la aceptación de todo régimen político como dado desde lo Alto, estableciendo el dogma de la tolerancia, más otras pequeñas bellezas. “Da pena, cuando se leen las crónicas de esa época, ver los esfuerzos hechos por los católicos para hacerse servir por Los derechos del Hombre o el sistema de libertades democráticas, inventadas, precisamente, para reventarlos” nos dice Calderón Bouchet.
Sufre este bando hoy una crisis interna con el abajamiento moral del último papado, porque hay que reconocer que no son mucho más que la expresión de una moral de conveniencia de cada vez mayor tinte antropocéntrico, sobre la que se arma un cierto cuerpo doctrinal con conceptos que den una idea de continuidad con la tradición; una ideología para sostenerse “cerca” de los factores de poder (no son muy ambiciosos, son más bien, burguesosos) y mantener más o menos a salvo la lencería de sus hijas.
Los tiene locos la “internacional de la piombina” - como decía Alberto- pero confío en que van a ir con el tiempo perdiendo las cosquillas. Su trabajo se basa en la típica acción de las épocas del “ralliement”: los Obispos bien sentados en sus hipopotámicos culos - con sueldo del estado y tertulias con el gobernador- no les permiten atacar la legitimidad del poder moderno conseguido en la más abyecta corrupción intelectual, moral y social que se da en llamar democracia, porque “esta se ha impuesto” (la historia manda) como primer argumento, y porque es la “nueva revelación de la historia” como argumento conciliar; y con un criterio mas cercano al orden público que al bien común – siendo este último bastante manipulado últimamente, ya que aclaramos que para la buena doctrina el bien común es criterio legitimante en la medida que declara bajo reglas jurídicas concretas su subordinación – no en sentido temporal - al bien común finalísimo que es el Dios trinatario del catolicismo (que joder, hombre) - y bajo la perspectiva del “ interés general, la moral y las buenas costumbres” , sólo pueden encabronarse contra leyes particulares concretas como el divorcio, la educación laica (oh tiempos¡) y ahora, contra el aborto, el putimonio u otras cortinas de humo creadas para distraer la destrucción general, con el cual la autojustificación se logra a pesar de estar siendo funcionales con el régimen más satánico que se haya conocido desde Sodoma a esta parte.
Estos muchachos no quieren reconocer que el “ralliement” ha sido superado, y aquí vemos una gran diferencia que se perfila entre los “como uno”. Lo que está pasando ahora no es lo mismo y no sé si fui lo suficientemente claro en mi anterior artículo. Ya no se trata de una Curia de buena doctrina y mala política. Esa pésima síntesis de contradicción y acomodo ya “todos” sabemos que fue un error. Hasta sus detentores se dieron cuenta del furcio cuando a la salida de las dos guerras se hizo el inventario y las pérdidas eran increíbles. Juan XIII empujado por la nueva teología que se nutría calladamente y amparada por el Movimiento Litúrgico, llegó a la conclusión de que no había que “pactar” con el régimen y que por “pactar” nos había ido mal. Había que “ser parte” del régimen, modelar el régimen, estar a la vanguardia del régimen, estar en su vientre y trabajarlo desde sus entrañas; ser sin más, su alimento (y como sucede, fueron al fin el detritus). Y el Concilio, ya lejos de aquella Iglesia monárquica del Medioevo, y aún más lejos de esa Iglesia decimonónica que levantaba la indiferencia con respecto a las formas de gobierno, se hacía claramente democrático, se achicaba como iglesia particular entro otras, blasfemaba contra sí misma reconociendo culpas y errores, aceptaba el humanismo como nueva religión y propugnaba la paz mundial con la instalación de un supragobierno internacional entregando sin más y sin sonrojo su jurisdicción y condición de árbitro de las naciones a la ONU en discursos que harían avergonzar al más caradura de los alcahuetes.
Tomaba la opción americanista de la mano de otro traidor – Maritain - llamando caritativamente al orden a los díscolos marxistas sin más que tímidas amoniciones (el martirio de Sacheri y de Genta fueron picardías comprensibles de los de la teología de la liberación, casi tiros al aire) y claramente excomulgaba al pensamiento tradicional con la anuencia del disciplinado conservadurismo republicanista, que ponía su jeta de mármol de altar menor y sus inviolables braguetas al servicio de una faena de silenciamiento y ridiculización de cualquier reacción verdaderamente tradicionalista. Simplemente a “nous les chiéns”, se nos había “saltado la térmica”.
En esto debemos ser claros si no lo fuimos en el artículo anterior. No se trata de un proceso en que paso a paso el preconcilio llega al concilio. Se trata de que en un momento se produce una revolución en que los apóstatas, junto a los enemigos históricos declarados de la Iglesia, incidiendo sobre flancos débiles de la Iglesia preconciliar (en especial el decaimiento moral de las “gentes de Iglesia”), realizan un golpe de mano e inauguran una nueva religión humanista. En esto ya vemos una cierta diferencia en algunas lecturas tradicionales. Algunos ven al Concilio como parte de un declive, más o menos agudo, pero no como un giro de ciento ochenta grados; lo ven como un nuevo desacierto político por acordar con la modernidad que siempre se les va corriendo a la izquierda y los deja offside. Pero los nuestros ven algo mucho peor, el giro es en la doctrina, que se ha hecho humanista y por tanto, satánica. Ven que su expresión insidiosamente ambigua no esconde otra cosa que una gran blasfemia, y en esto remito entre otros a la detallada obra teológica del Padre Álvaro Calderón. Giandoménico Mucci (citado por Dumont) trae un glosa de Augusto Del Noce en un escrito titulado “Porqué el postconcilio ha favorecido la crisis” : “Augusto Del Noce había tenido la intuición de que la fractura con el pasado inducida por la secularización tendría en la Iglesia el contragolpe de la crítica de toda autoridad y el rechazo de toda forma de dependencia, incluído Dios, no por negación explícita, sino, según muchos, por extinción, por un sutil proceso de omisión… Veía reducir toda la teología a la cristología, pero sin que esta fuese enseñada según la fe de siempre, sino reducida a una ciencia del hombre modelada sobre Jesus: un Jesús puramente humano, despojado de la divinidad, y como tal, hecho ejemplo del hombre. Al ser suprimida la esencial dimensión sobrenatural el Evangelio se convierte en un proyecto humano. La Iglesia en una estructura solamente humana y la historia sustituye al ser. Una vez reducido el dogma al silencio, quedaba la moral antropocéntrica.”
El bando tradicionalista o el pensamiento tradicional, no se engaña. Quiere ver la crisis en su anchura y hondura. Honestamente, aún bajo peligro de quedar perplejo por un rato. La ve venir desde el fondo de la ilustración con el humanismo, la devotio moderna y la ruptura protestante, pero ve la Iglesia hacer agua en “los hechos” del siglo XIX con el derrotismo y las concesiones frente a un poder político que no sólo no acepta su magisterio, sino que se propone borrarla del mapa político para arrinconarla en la subjetividad de la vida privada a la que alegremente la llevaban los errores y herejías a los que nos referimos más arriba. Cobardemente la jerarquía vaticana, aún sosteniendo los principios y más aún, produciendo la fundamentación doctrinal más certera de la historia con respecto a la relación Política-Iglesia, pacta por una “Iglesia libre en un Estado libre” confiando en una especulación numérica.
Muy lindo, pero el resultado es adverso. La Iglesia pretende ser libre para crecer espiritual y patrimonialmente dentro de ese estado, confiada en su mayoría de número (lo que era cierto), pero se encuentra con que el Estado libre debe, para ser libre, quitarle el manejo de la educación, controlar sus bienes (ahorcamiento económico y hasta expropiación) sacarse de encima las internacionales de la órdenes religiosas y tratar con curas “estatizados”, coelegir las jerarquías nacionales (elección de obispos, que increíblemente se otorgaba porque había antecedentes con la Monarquía, que era socia declarada de la Iglesia, siendo que este poder ahora se otorgaba a la revolución, enemiga declarada de la Iglesia).
Todas linduras de un equívoco que teníamos muy sabido. Si tu vecino tiene que ser libre, tú tienes que ser esclavo. Si el Estado tiene que ser libre, ya sabemos qué le espera a la Iglesia. (Un viejo chiste decía: medecins sans frontiers, infirmieres sans culottes). La subordinación del estado a la Iglesia, como toda subordinación de los elementos sociales, no puede nacer de un juego abstracto de concreción de fines personales; o hay una subordinación real por el hecho de que ese pueblo ES la Iglesia, y todo bajo reglas jurídicas concretas ancladas en la tradición política de una nación, o buenas noches.
El asunto es que la Iglesia salió del siglo XIX debilitada de su juego republicanista y democratista ( a pesar de que efectivamente era la mayoría de la población y de que tuvo momentos maravillosos de posible restauración) porque simplemente admitir este juego implica aceptar reglas adversas por contrarias a la naturaleza, naturaleza que es al fin, la ley de Dios. Maurras no se equivocaba en el planteo, la Monarquía necesita a la Iglesia y la Iglesia necesitaba a la Monarquía. Las consignas masonas habían dado en el clavo: cayendo una, caerá la otra. Nunca sabremos qué resultado se hubiera dado, si como San Pio X , la Iglesia hubiera apoyado los movimientos monárquicos. Pero los hechos dieron la razón a los derrotistas. No hay más perro que la gata y queda ¡caput¡ - (como decía Celine) o tratar con el Nuevo Orden. Y así lo hicieron. Se hicieron parte del Nuevo Orden con la Nueva Religión Humanista Católica.
Ya aquí no estamos todos de acuerdo. Cómo cayó la Monarquía? ya lo sabemos. Pero cuál fue la estrategia para que cayera la Iglesia, resulta bastante intrincado y cada uno busca una causa principal que determina un plano, y que normalmente va a sugerir la respuesta restauradora desde ese plano. A ver si me explico.
Si la causa principal es política y la Iglesia sigue reteniendo en puridad – o casi- su doctrina, pues la restauración será buscar – contra viento y marea- las condiciones políticas para que se pueda revertir la crisis de la Iglesia; para que se pueda revertir a partir de condiciones de orden social la espiritualidad católica perdida.
Si la causa principal es un error intelectual sin mala intención y como producto de la invasión del “lenguaje” moderno que provoca malos entendidos; pues hay que ponerse a estudiar y corregirlo, cosa que una vez bien explicado desde las usinas universitarias y los grupos de estudio, se restablezca un nuevo lenguaje capaz de abarcarnos a todos en un ámbito común.
Y si es un problema espiritual y esto causó el desorden político que causó el intelectual – o al revés- , pues comencemos por una renovación espiritual, y esta traerá una consecuencia en el orden social e intelectual (por supuesto que nadie es tan zote como para no saber que es todo un conjunto, y que lo que se necesitaba es un nuevo Trento).
Pero… si por casualidad todo esto es un algo más complejo, si por desgracia dejamos el academicismo que nos encierra en una causalidad sociológica y en un malentendido lingüístico y nos impide la teología de la historia, si nos volvemos un poco “locos” y adoptamos ciertas “teorías conspirativas” como la existencia de Satán, la de un Príncipe de este Mundo, la de organizaciones masónicas que proponían todo lo relatado en forma programática y definida y, entonces: esto es un “golpe de estado universal”, una “revolución mundial” que viene siguiendo pasos concretos y establecidos y hoy ha vencido en establecer una forma de gobierno que no sólo se propone realizar una tarea política, sino que ha logrado asumir el poder espiritual e intelectual que era propio de la Iglesia (ahora por expresa delegación de la Iglesia que se declara culpable, impotente y errada) para modelar las almas ( no ya en la Verdad, sino en el error), y que las gentes de Iglesia han pasado a participar activamente de este gobierno, abandonando sus funciones, delegándolas en un poder internacional al que sirven como “asesores” o “publicistas” más o menos encumbrados, y que esta nueva forma es recibida como el cumplimiento de un mesianismo que niega expresamente el mesianismo de Cristo – en su versión exclusivamente judía- o que pretende que es la culminación histórica de ese mesianismo cristiano por evolución y progreso – que es la versión católica judaizante – y que la gran coincidencia de todos los puntos es la RELIGIÓN DEL HOMBRE , pues… estamos bien jodidos… porque no se trata de curar un enfermo, sino de exorcizar un poseso. Y estamos agarrando para los tomates en todos los casos, y para peor, no sólo no tenemos curas, sino que les tenemos bronca y desconfianza; no somos “clericales” (que significa tarado de parroquia), y por tanto seguimos buscando la forma de restaurar un orden humano en medio de un orden satánico sin recurrir al único remedio que se nos ha dado que es el Sacerdocio de Cristo y en su consecuencia, el Sacerdocio católico.
Sin embargo podemos ir perfilando el asunto que nos ocupa. La acción restauradora a la que todos estamos llamados como católicos:
1.- ¿Debe hacerse desde un estadio primordialmente político? (politique d’abord, que le dicen) porque el asunto presenta aristas y resortes que HOY pueden utilizarse; hilos de los que pueden tirarse, por supuesto, sin descuidar el asunto de los estudios que forman la retaguardia de la acción y aún contemplando la lejana posibilidad de que esto tenga una consideración sobrenatural; o quizá como dicen algunos, porque lo político es el paso imprescindible – fin intermedio presentado como necesario y previo – para el logro del fin sobrenatural?.
2.- ¿Debe hacerse primordialmente desde los estudios filosóficos políticos que vayan aclarando el malentendido, o por lo menos, al estilo Aristóteles, conservando un gérmen de verdad para que alguien alguna vez pueda asirse a algo verdadero en un mundo de desorden? (por supuesto mirando si hay oportunidad política, pero conscientes de que no puede ni remotamente plantearse algo programático, y sin descartar del todo que esto tenga consideraciones sobrenaturales.- Dumont)
3.- ¿Debe partirse de una recuperación espiritual mediante un trabajo místico-moral , en cerradas capillas y aún a riesgo de ser acusado de Devotio Moderna? ¿Se trata de fundar seminarios, escuelitas y de a poco cultivar una espiritualidad y una moralidad que ejemplarmente vaya ganando la masa como levadura? Se trata de ir incidiendo desde el lugar de trabajo, desde el oficio, desde la obligación de estado, sin hacerse demasiado planteo por un cosmología o una visión integral de lo social? Es cuestión de contabilizar las “vocaciones”, como con cierto desdén – justificado - nos señala Antonio Caponnetto?. Desde ya les anuncio un problema en este caso: lo normal es que las fuerzas se gasten en conservarse contra el ímpetu de la agresión externa y que este desgaste va a dar siempre un resultado de tendencia negativa; o terminas con una nena preñada o un muchacho se te hace de la Cámpora. Es el viejo y remanido argumento de que o atiendes a lo social, o la corrupción no va a dejarte realizar lo familiar. Y es cierto. Acá se mezcla en parte el “entrismo”; lo normal es que las “fuerzas de campo” sean superiores y termines “convertido” vos. Por otra parte no nos es ajeno el observar en la experiencia el enorme virus de división y contradicción que corroe estas comunidades como efecto de las presiones externas que con voces de amenaza, o con voces de amistad la tientan. Relaciones profesionales externas, relaciones políticas externas, relaciones familiares, económicas, amorosas, amistades, etc.
Entonces? No va la acción política dentro del medio que plantea la época (democracia) . No va la acción intelectual en los medios en que se cuenta hoy (universidad) . Esa acción de base social familiar de grupos de influencia y testimonio no resiste el embate externo... Este tipo no deja salida!
¿Está planteando este tipo que está ocurriendo un misterio y lo que queda es “ir al desierto” como los Esenios, a fin de no contaminarse y esperar místicamente la venida del Señor? Pero para eso hay que tener “un campito” y unos ahorros. Así en pelotas como los indios no se puede. La vieja tiene que parir en un hospital y a los chicos hacerlos atender.
Y entonces? qué corno tenemos qué hacer?
Porque estamos casi seguros que no hay un ápice de posibilidades políticas en por lo menos mil años; porque estamos seguros que el intelecto humano ha llegado a un grado de soberbia demoníaca y se encuentra necesitado de una “purificación” sacrificial para salir del círculo vicioso entre oradores y auditores que le plantea el medio “universitario” y lo convierte en la víbora que se come su propia cola; expresando en esta figura la total inutilidad de su esfuerzo. Y porque el establecimiento de comunidades apartadas – que se van perfilando como fenómeno histórico junto al “final de la política” (fenómeno no sólo cristiano, sino del análisis sociológico posmoderno más up to day; el “country y la villa” – sabiendo también que el country no resiste - y el “que se vayan todos”) . Ya todo esto no es parte de un plan programático restaurador o simplemente defensivo, sino el cumplimiento de signos de los tiempos que todos experimentamos a escala global sin saber qué rumbos debemos tomar. Comunidades que llevan en su interior (en todos los casos, ya sean religiosas o burguesas) dinámicas de disgregación y no de expansión, porque para bien o para mal la fuerza de lo social y lo unitivo, que persiste como anhelo (como trasfondo cristiano diría Schmidt, con tono optimista) presiona de mil maneras y va imponiendo el principio de tolerancia como única ley de vida.
Volvemos a Calderón Bouchet: “No obstante la existencia radical de esta voluntad de separación, la vida social tiende, por su propia naturaleza, a recomponer la unidad perdida; pero careciendo ya del principio viviente que la hacía posible, trata de lograrla por el camino de un escepticismo que borra el trazo demasiado firme de las oposiciones espirituales y las diluye en una indiferencia universal, sostenida por la virtud de tolerancia que, como decía Claudel, no es virtud ni puede sostener nada.”. Porque no se trata de misionar en un paganismo que era “el tiempo” dispuesto para la primer venida sino que ya nos encontramos probablemente frente a la segunda venida, y el medio es un ambiente claramente “anticristiano”.
Más o menos son estas las tendencias dentro del pensamiento tradicional, y trataremos de ver quienes las encarnan, algunas de sus variantes, sin de dejar de avisar como más arriba, que nos vamos a perder de muchísimos matices.
Dejamos la página no sin antes avisar – para no dejar un ambiente de pesimismo ineludible - que todas estas soluciones propuestas nacen de un “condicionamiento histórico” de la modernidad del que no podemos desprendernos porque lo asimilamos a una voluntad expresa de Dios, o lo entendemos como una situación de hecho insoslayable, o finalmente porque hemos malamente aprehendido con el peor ralliement, que “todo poder viene de Dios” y que eso implica aceptarlo como bueno. Y este condicionamiento es esa mentalidad de que la sociedad es una cierta masa informe e ignorante que hay que manipular a través del poder, de los medios, de la educación moderna, de las instituciones establecidas, para ser llevadas hacia fines planteados por élites preclaras. Es un pesimismo antropológico por el cual se nos presenta inútil el esfuerzo elevador y ennoblecedor del hombre común y recurrimos a las mismas herramientas del enemigo para mover un rebaño de imbéciles hacia el bien, como si eso fuera posible (los medios adecuados de Calmel), “en una situación así – dice Calderón Bouchet – el repertorio de la vitalidad se agota en la consecución de objetivos utilitarios y queda ciego para el cultivo de valores nobles”.
Y no se nos ocurre otra herramienta que el poder; el poder político, el económico, el mediático, el institucional, o ya simplemente un cierto poder sociológico o psicológico emotivo o pavloviano aprendido en las escuelas fruedianas. Hemos defeccionado de la fe en el poder de Cristo, en el poder de ese acervo sapiencial que trae la tradición católica y que con la infusión de la gracia sobrenatural permite a cada hombre en su mayor simplicidad alcanzar toda la hondura de su ser por participación en la fuerza creadora. Y es debido a esta magra concepción de la tarea de arriar borregos, que estamos aún aplicando con los propios, que hoy nos aquejamos de una pérdida del vigor vital y espiritual en las filas católicas y que las nuevas generaciones acusan en un ámbito de flojera que parece incomprensible. Puedes llevar un burro a beber, pero no obligarlo a tomar agua