La llegada de Nuestro Señor Jesucristo y la predicación de su doctrina significará una radical transformación de la filosofía y del saber antiguos.
El Cristianismo no se presentó como un sistema filosófico de carácter especulativo, ni como un código de moral que regulara las conductas humanas, ni tampoco como una religión inmanente de raíz humanitaria, pero tampoco como una asociación establecida en la mutua solidaridad o sentimientos comunes de sus integrantes.
El Cristianismo se definió como una Religión trascendente, un religamiento, un reencuentro entre Dios y los hombres, por iniciativa de Dios. Para la tendencia permanente de los hombres hacia el infinito, para la vocación humana de eternidad, para su continua tentación de endiosarse con desprecio de Dios, el Cristianismo trajo a los hombres la posibilidad de divinizarse, de hacerse divinos, de ser dioses, pero en Dios, por Dios y para Dios. De satisfacer la vocación a lo absoluto y a la posesión de la felicidad sin fin en la vida eterna. De conocerlo todo y alcanzar la plenitud del ser en la visión beatifica, en la contemplación inefable de Dios, Fin último del hombre y Bien Comunísimo de todos los redimidos.
Pero esta religión trascendente se estableció sobre el fundamento de una Misterio, de una Verdad trascendente que sobrepasa la razón humana, de un misterio no abstracto que sólo se dirija al conocimiento racional, sino de un Misterio Encarnado que ordena al hombre en su integridad, por ello el Cristianismo no es exclusivamente una doctrina, una moral, un culto, una asociación, es todo esto y “algo más”, es la Persona Divina de su Fundador: Jesucristo Nuestro Señor.
El Misterio central es el de la Encarnación en el tiempo del Verbo increado, la “Palabra que se hace carne y habita entre nosotros”, Dios que se hace hombre para que el hombre se haga como Dios, “para que conociendo a Dios visiblemente, seamos por El arrebatados al amor de las cosas invisibles” (Prefacio de la Misa de Navidad).
Jesucristo se proclama verdadero Dios y verdadero Hombre. Así pues de ésta su trascendente afirmación, se sigue la posibilidad de una doble actitud:
1) Jesucristo es Dios y por ello es Divina su doctrina y divina la Iglesia por El fundada.
2) Jesucristo no es Dios, pero entonces es un blasfemo y su doctrina no es Santa ni sus ejemplos imitables.
Quien niega la Divinidad de Jesucristo queda imposibilitado de sostener que sólo es un gran profeta o un Superhombre o un genio o un místico o un hombre extraordinario. Si no es Dios es un sacrílego, un soberbio, un loco.
Negada su divinidad no hay modo lógico de rescatar su obra y sus palabras. Sin su Divinidad no hay “civilización occidental y cristiana”, “estilo cristiano”, “principios cristianos”, “amor cristiano”, etc…
Pero, si Jesucristo es Dios:
a) Tiene exigencias estrictas respecto de los hombres, a los cuales quiere santificar por aplicación de los frutos de su redención.
b) Tiene derechos exclusivos a reinar en las sociedades, públicamente, como Rey y Señor de ellas. Derecho a crear una sociedad cristiana donde TODO (política, derecho, economía, educación, cultura) se inspire y conforme a su Doctrina.
c) Su Iglesia es también divina y depositaria única de sus enseñanzas, y fiel intérprete de la mismas.
Tal es el sentido profundo y dilema de hierro traído por Jesucristo, Signo de Contradicción y Espada Divisora de los hombres, de las sociedades y de los tiempos; antes y después de Cristo, con o contra Cristo. En él no hay términos medios. Si la sociedad y sus dirigentes se dicen cristianos han de saber que ello implica confesar la Divinidad de Jesucristo, reconocerlo públicamente DESDE LAS MAGISTRATURAS, DESDE LOS CUARTELES, DESDE LAS CÁTEDRAS, DESDE LAS EMPRESAS, DESDE LOS TALLERES, DESDE LAS FAMILIAS, y actuar en consecuencia.
Y es vano sublimar instituciones
“cristianas” cuyo espíritu, de nuevo
Lo crucifica entre dos ladrones
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Más si se clama: ¡A Barrabas elijo!
No se entronice en ágoras ni hogares
La gloria y el dolor del Crucifijo.
Irrevocable amor bríndale altares
No ambiente liberal, de componenda,
A quien los mismo dan nones que pares.
(Carlos Obligado en “Patria”)
Dr. Ricardo Fraga y Prof. Manuel Fernández, extraído de Curso de Filosofía. Orientado a la Filosofía del Derecho. Ediciones Epheta, 1985.