Francisco ha dedicado gran parte de su homilética al tema del pecado, centrando su concepto en “la discordia” entre los hombres.
No en el disenso, que es imposible de solucionar, pero que debe ser llevado en espíritu de concordia a partir del respeto de la opinión contraria y de someterse a reglas de un juego que se constituye como una “verdad” por encima de todas las verdades, como un método al que son sometidas todas las posibles verdades para que no se crispen. Es la moral democrática, la de Habermas, la que supone tanto que ninguna verdad tiene el peso específico para ser impuesta a la razón humana, como que nada puede ser considerado un error en la medida que no concluye y deja abierto el espíritu de diálogo, y en donde cada puesta puede agregar algo valioso al decurso de un “desvelamiento” que está por darse en la historia.
En este proceso hay sólo un error y un pecado, el de considerar que hay una verdad concluida y terminante, a partir de la cual podemos distinguir los errores. No hay mucho problema en que alguien adopte algún tipo de verdad como modo de vida y que aún más, la promueva con los demás, pero este tipo de experiencia no debe tener la pretensión de poder distinguir en los otros el error. Este pecado antidemocrático, fundante de la discordia, tiene un aliado poderoso y maligno, que es el sistema conceptual – la teología- que utiliza una filosofía realista o aristotélico-tomista; que se plantea como principio el descubrir la verdad y distinguirla del error, y tiene una cura que es la filosofía moderna, que no pretende tal cosa, sino que partiendo de una concepción gnoseológica pesimista, da por sentado que la razón no puede concluir, sólo discurrir, a la espera de una realización existencial histórica. Cristo sería para ellos una prueba, un preanuncio, de esta posibilidad histórica de una expresión existencial de la concordia humana, pero esta “experiencia” no puede fundar una “doctrina”, sino ser sólo eso, una experiencia vital. De allí que no hay Dios, que “Dios no existe” -según expresas palabras de Francisco- si es que con esta aseveración pretendemos fundar un pensamiento argumentativo que se deriva de su existencia y de un mensaje revelado a la inteligencia, sino que Dios son unas “personas” con las que podemos tener una experiencia personal de trato en la que Su verdad -incognoscible- se convierte en “mi” verdad existencial. Dios no es algo que se presenta a la razón humana para luego ser amado en la pasión, sino que se presenta sólo a la pasión.
No decimos nada nuevo si afirmamos que esto supone la negación de la inteligencia en la expresión religiosa, la clausura de la razón en el ámbito de la fe, con lo que el mensaje cristiano deja de ser algo que captando la razón humana modela desde dentro sus pasiones legítimas, sino que es algo que enerva las pasiones y que deben ser controladas desde fuera por un sistema de límites. Sólo existe la razón política que contiene dentro de límites de “convivencia” el entusiasmo religioso. Lo religioso es el rio que fluye desbordante, y lo político es el cauce.
Tampoco es muy original el denunciar el enrevesamiento del entendimiento, ya que en buen romance, la religión es el cauce que conduce a partir de la razón iluminada por la fe, el rio de nuestra existencia tumultuosa hacia el fin, con lo que la desconfianza se centra sobre el hombre político y no sobre el religioso. Pero en fin, pedido de perdones de la Iglesia de por medio, parece que debemos desconfiar sanamente de este entusiasmo religioso, que sin embargo es bueno y necesario, y ponernos en manos de la dulce vigilancia del estado democrático.
Cuando Francisco dice que Dios no existe, se refiere concretamente a esa ciencia que deriva del primer tomo de la Summa y que parte de esa demostración. Es eso lo que no existe. Existe un espíritu paternal, uno espíritu consolador y un espíritu fraternal, que experimentamos en el fenómeno religioso, pero que debe ser contenido por el espíritu de convivencia que determina el sistema establecido por la razón humana, a la que sólo le alcanza saber a ciencia cierta estas leyes del “juego” y fuera de las cuales campa un misterio que desvelará la historia en la medida que se ciña a las reglas de convivencia. Creo sinceramente que Francisco sabía exactamente a qué se refería y no era un simple chascarrillo.
De tal concepto de pecado, el de la discordia, surge indudablemente que el proceso de purificación que supone, es un proceso de “concordia” humana. Dios está por fuera de este proceso, ya el pecado no es una ofensa contra Él, sino contra el hombre, y el que determina como un árbitro que vigila la corrección del juego y frente al cual el hombre debe presentarse para solucionar esta litis, es el estado. Con Dios hay encuentro o desencuentro, pero no más pecado.
Tampoco hay pecado contra la naturaleza, ya que bien demostrado por el querido Jean Paul Sartre, la naturaleza es un subproducto de esa argumentación que parte de la existencia de Dios y concibe un plan que le fija al hombre un fin para su existencia; si no existe tal Dios y no es posible conocer tal plan divino, pues no hay naturaleza a la que contrariar. Algo de este equívoco ya se impone en la cabeza deformada de los defensores de la “vida” ( los provida) que argumentan desde una naturaleza que escamotea la idea de Dios. Esta naturaleza, como ya lo demostró Sartre, es inconcebible e indefendible. El francés – dice Pieper- “formula una sentencia irrefutable, la cual expresa los fundamentos de la existencia mucho más claramente que una convencional filosofía tranquilizadora, la cual se conforma con fundamentaciones penúltimas”. “El orden de la naturaleza procede de Dios mismo, por lo cual en la infracción contra la naturaleza, acaece una injusticia contra la naturaleza de Dios mismo” . Si el fundamento de la defensa no recorre el camino correcto desde el tradicional concepto de “pecado contra Dios”, pues se clausura en esta “filosofía tranquilizadora” de la que habla nuestro autor, y el obligado testimonio que debemos dar de Dios se transforma en un testimonio de un esfuerzo racional que se funda en su propia luz. El testimonio de nuestra razón es el de que “nuestra razón no es una luz encendida por nosotros mismos, sino una luz comunicada, una participación en aquella luz originaria… conforme a la razón o contrario a la razón significa siempre en lo decisivo, según se deduce de un pensamiento formulado ya por Aristóteles, orientarse o dejarse orientar por el Logos creador que se manifiesta tanto en la realidad objetiva, como en nuestra propia fuerza cognoscitiva”, remata Pieper. La defensa “próvida” se ha dejado encerrar por el temor ante el nuevo concepto de pecado político, se priva de la certeza que da el fundamento divino, para no caer en esta falta mortal e imperdonable que es clausurar el diálogo frente a la blasfemia, y ya alejado de la fuente, no logra expresar una idea consistente de la naturaleza que evite caer en la decisión electoralista, que es al final, la única posible y admisible para la convivencia pacífica.
La erradicación del concepto de pecado como falta contra Dios, parece dar un golpe de “aire fresco” para nosotros los pecadores, pero se nos escapa la horrible trampa que es haber creado esta engendro que es el pecado político. Ya algo de él podemos ver funcionar en el “derecho penal del enemigo” y en aquellos juicios que se han llevado contra los réprobos de la humanidad (como los militares) donde la cesación de todos los principios del derecho nos muestran a las claras que el estado está puniendo no un delito, sino un pecado. Francisco va acrecentando este soporte político de la falta moral contra el orden establecido, a la vez que debilita o simplemente destruye el concepto tradicional del pecado, ejerciendo en esta acción, como claro precursor de un poder anticristiano, que ya comienza a considerar nuestra doctrina como una causa grave de incordia social y que fundará las razones de la conducción al patíbulo de los justos. Ya de esa manera lo están expresando diferentes obispos (ayer en Italia y hoy en Argentina) cuando se expresan contra la FSSPX en términos estrictamente procedimentales, no están en la organización, no mantienen el diálogo, ergo están fuera de la comunión . Entendamos; si lo que se busca es la concordia como fin de la sociedad – y no a Dios mismo- el mundo nos propondrá su paz.
Con dos incordias comienzo a cerrar esta reflexión. Una, contra aquellos que rompiendo el “contexto” saludan “textos” de Francisco (como su reciente homilía paulina sobre el demonio, el mundo y la carne que se felicita desde Panorama Católico), que bien leídas, se dirigen a reforzar un concepto de pecado contra el hombre -las aludidas son fuerzas de división para la sociedad- y desdibujar el tradicional concepto de pecado “contra Dios”. Estos ataques de ingenuidad enajenante confunden signos de los tiempos que se están mostrando preclaros.
Y dos, el mantenimiento de un culto degradado y privado de su sentido “expiatorio” ya no puede ser justificado en una obediencia pavota y comienza a ser una complicidad dolosa frente a la clara expresión de la apostasía vaticana.
Y ustedes dirán, porqué sale con el culto al hablar de pecado?. Porque el concepto de pecado en el hombre cobra su verdadera dimensión frente al culto. Francisco insiste en que “siamo tutti pecatore”, lo que parece obvio, y sin embargo no es así en su conceptualización. Él quiere decir que todos hemos colaborado en esta incordia social con nuestras dogmáticas creencias y, por otra parte, ninguno es merecedor de la repulsa Divina. Estamos acostumbrados a decir “quién soy yo para juzgar”, y de esta manera dilatar el juicio sobre los réprobos hasta tanto se exprese el juez Divino allende la historia. Pero todo es una falacia. No somos todos pecadores en el sentido que él lo expresa. La cristiandad y la Iglesia no lo ha sido al proponer al hombre una doctrina de vida que emana del propio Creador y que se expresa a partir de su dogmática. Esta ha sido Santa. Y en segundo lugar, el hombre debe enfrentar a Dios Vivo en el culto, y es frente a esta aproximación al misterio que debe previamente “purificarse”, “expiar” o como decían los griegos, cantar la “palinodia”. La participación en los misterios de la religión exige el reconocimiento de las faltas y la purga de las mismas, de lo contrario, esa falta, se convierte en Sacrilegio. En el sacrilegio el pecado cobra toda su dimensión de ofensa Divina de la que nos habla Pieper, quedando en casi nada la falta contra el hombre ante la enormidad de la ofensa de presentarse en forma impura ante el acto cultual.
La petición de recibir en la comunión a los divorciados tiene el claro objetivo de hacer desaparecer el concepto de desaprobación que Dios expresa en la inadmisión del réprobo para la participación de sus misterios, y por ende, lo que busca es la degradación del culto y del misterio que él encierra. Recordemos que en la Misa tradicional, se diferencia la Misa de los catecúmenos de la de los fieles, y que comenzada esta última, antiguamente los no bautizados debían retirarse. No somos todos lo mismo. Ya Sócrates concebía la culpa como un óbice para el culto, se tapaba la cabeza en señal de tener faltas y, ejercida la “palinodia”, podía entrar descubierto a la liturgia del culto divino.
Primero reconcíliate con tu hermano y luego ve al Templo. No porque sea más importante la reconciliación con el prójimo, sino porque sólo puedes participar del misterio una vez expiado los pecados; porque al entrar sin vestido apropiado al banquete cometerás el Sacrilegio. La Iglesia sí es quién para juzgar. La destrucción de la Misa, su falsificación en una ceremonia de encuentro fraternal, la pérdida del carácter expiatorio, el olvido de la expresa necesidad de estar purificado para la participación del misterio, destruye en nosotros el concepto de pecado. Pero creo que el asunto es al revés en la diabólica intención. La distorsión del concepto de pecado invalida la Misa, la invalida para el celebrante que tiene esta confusión; o en su caso, hace imposible la obtención de las gracias para el fiel que concurre, a quien además, lo hace caer en el sacrilegio.
Cada vez estoy más convencido que no han sido la malas doctrinas las que han destruido la Misa católica, sino que una vez destruida la Misa católica, todas las malas doctrinas han surgido como un cáncer. El Novus Ordo no surgió como efecto de las malas doctrinas que se expresaban en el Concilio.
El Novus Ordo fue concebido como el catalizador y fortalecedor del mal que no había logrado su total victoria y que veía amenazados sus funestos designios, de allí que surgió de una cerrada comisión entre gatos y medianoche, cuya única consulta a teólogos mereció una reprobación (Ottaviani y Bacci) y que tiene como a único responsable a Pablo VI. La actual locura es el efecto de haber sido privados de la Misa.