Traemos tres párrafos del Padre Calmel que pretendemos nos asistan en nuestra pendenciera y apocalíptica condición:
Hay épocas desgraciadas donde la absurdidad amenaza con ser soberana, donde todo se encarniza contra aquello que tiene el remedio contra nuestros malos obispos, príncipes y poetas; donde la desesperación con su cortejo de horrores deviene la tentación universal y cotidiana. Si nos toca vivir en esos tiempos de infortunio, creamos con firmeza que se trata de una gracia y bendigamos a Dios por ella, agradezcamos, no capitulemos y no renunciemos a preparar días mejores.
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El entendimiento delicuescente y malsano que no quiere ver que hay maldad en el malvado, no es caridad si no caricatura de la caridad. Uno comienza por cerrar los ojos ante la realidad, lo que permite sin duda esparcir la fatiga de las emociones y de las luchas.
Cuando uno ha decidido que las ofensas no existen, cuando uno ha decretado que no hay iniquidades sino solamente «malos entendidos», uno acaba de economizar el esfuerzo que es indispensable aún tanto para perdonar las ofensas como para combatir las iniquidades. Es bien cómodo. Pero ¿quién osará sostener que es evangélico? El Evangelio no sostiene tal cosa, sino lo contrario, y con toda la rotundidad necesaria nos dice que el conflicto del mundo con la Iglesia no procede de un malentendido, sino de un odio inexpiable; de la misma manera que la ofensa de un hermano contra su hermano es una realidad terrible y no un quidproquo insignificante. Yo no dudo que Juana de Arco rezó por los ingleses, pero ciertamente no para que se queden en Francia… San Pio V rezó por los turcos, pero ciertamente no para que destruyan a los cristianos en la batalla de Lepanto.
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Santa Verónica no se encerró en una celda cuando las maquinaciones de los furiosos, los pérfidos y los tibios avanzaban hacia la consumación de la iniquidad; ella se volvió hacia el Señor sin importarle la locura de la soldadesca, para retener en ella la santa faz. Es quizá el único gesto que puede tener un cristiano en ciertos períodos de la historia. Ella lo cumplió en lugar de soñar con retirarse al desierto, porque su vocación era la de avanzar audazmente y rendir su testimonio. Tal actitud es posible siempre que recordemos que la historia dura « propter electos »; si la consideramos por referencia a Jesucristo y a la eternidad, y no por referencia a este mundo, a este pequeño período que es nuestra historia en este mundo; si sabemos que aún en los grandes peligros y así mismo en la apostasía general del fin de los siglos, «el Señor viene» y nada ni nadie le impedirá reunir sus elegidos.