Llevado de alguna mala curiosidad y de malos consejos, pegué una mirada a una reedición de un artículo en The Wanderer , que se titula “La Segunda Redención”.
El artículo, escrito en el 2007, ya era tilingo, pero su reedición establece una especie de contumacia en la tilinguería. Creo como Anzoátegui que ser tilingo no es un pecado, salvo que se sea sólo eso. Y este no es el caso, así que queda absuelto por lo demás. La afirmación que allí se hace es la siguiente: “Puedo estar equivocado, pero me parece un error la pretensión de constituir a la doctrina tomista en la regla de juicio de la catolicidad de una persona o una doctrina.”. Entiende el sofista, que de esa manera no sería católico todo lo anterior a Sto. Tomás, salvo que se entendiera como una prefiguración del mismo, y de esa forma, la redención necesariamente se haría tomista y no cristiana. Afirmación que sólo puede ser contestada de una sola manera: está equivocado y debería dejar de parecerle lo que le parece.
Pero demos una vuelta. Lo que el artículo plantea es la vieja y remanida postura de un esteticismo católico que transcurre fuera del tiempo y del espacio, que se perfila en la romántica postura de un “caminante” sin arraigo, que toma y deja lo que le gusta o no, y cuyo único criterio de catolicidad es una libérrima relación con un Cristo al que encuentra en las nubes y no en la encrucijada histórica en que El lo ha puesto, y que puede libar de las flores del jardín, la que más le place a su “bon gout”. No quiero caer en psicologismos hirientes, pero como no sé quién escribe, tiendo a imaginarlo como soltero, asexuado, cosmopolita, acomodado, un poco flácido y pituco. Es posible que esto sea por influencia de la foto del blog, de esa repugnante habitación atemporal e impoluta, donde no pareciera que pudiera florecer ni un amor, ni una mala palabra, ni lavarse el culo de un niño y ni que pensar en algún lugar específico para pegar un moco. Donde el orden de los libros habla de una calma indiferente y no presenta la acumulación y la fiebre de una sala de armas en tiempos de combate, que es lo que estoy acostumbrado a ver en los verdaderos intelectuales.
No hay una segunda redención, pero sí necesariamente una segunda “conversión”. Uno se redime con Cristo y se convierte a Cristo, pero luego viene la circunstancia histórica donde se produce ese encuentro con la redención y con Cristo mismo, donde Cristo nos pide la respuesta adecuada al momento que El eligió para mi vida y del cual espera la acción concreta. No quiero entrar en una disquisición literaria, pero aquella muchacha de Evelyn Waugh que tan oronda molestaba a las monjas porque no se hacía de tal cofradía ni necesitaba poner las zapatillas de tal forma para ser “católica”, terminó en medio de un gran batuque espiritual, porque normalmente lo que corresponde es hacerse de la cofradía y poner las zapatillas en orden, de acuerdo con el esfuerzo común e institucional que para tu bien te rodea, aunque te resulte pacato o grasa.
No se trata de elegir si soy Agustinista, monacal, escolástico, carlista o rosista. Es legítimo tener y hacer amigos en la historia. Simpatizar más o menos con algunos de ellos. Pero hoy, lo que se exige no deja para muchos meandros. Si no sos tomista, no sos católico (más allá de que podamos discutir varios años sobre cuál es el verdadero tomismo), porque de lo que se trata es de que hoy debo tomar posición, clara y expresa, en contra y a favor de lo que hoy se me presenta, frente a los errores actuales, junto con la gente que está haciendo frente, y la única vía en el plano intelectual, es el tomismo, del que no dudo su disposición providencial para enfrentar los tiempos que venían, aunque sea más tentadora una forma más poética y literaria. Para esa necesaria toma de posición valiente, Dios nos envía sus Santos que muestran el camino que exige el momento. No se trata de combatir el arrianismo o el nestorianismo, tampoco estamos combatiendo al “cristinismo” borbónico, ni a los salvajes unitarios, se trata del modernismo, se trata de la democracia partidocrática. Hoy por hoy, se trata de San Pio X. Y se trata - y voy a darles el gusto de que me carajeen - de la reacción del tradicionalismo francés con Calmel, con Lefebvre y los que desde el tomismo, están encarando la crítica al Concilio Vaticano II.
La redención no es un asunto que se tramita entre mi individualidad atemporal y sin espacio, es un asunto que transcurre en la historia de mi entorno, y que depende de los si o de los no que expreso en mis circunstancias concretas, circunstancias que son puestas por Dios para que me confirme en ellas. Sin dudas estoy en acuerdo a las decisiones prácticas de Mons. Lefebvre, y sin dudas lo hago porque pienso que hacen a mi salvación o condenación (ese es mi caso particular, porque Cristo te vive poniendo en encrucijadas de decisión personal), de lo contrario, sería con gusto un “caminante”, pero resulta que debo ser un “combatiente”. Ser católico en mi momento histórico y en mi situación geográfica, implica tomar partido por aquello que “sirve” a nuestra religión en ese mismísimo instante, y lo otro, es tibieza. Esto no quiere decir que los que no sean lefebvristas estén condenados, pero sí quiere decir que aquellos que fueron puestos en la encrucijada; deben tomar partido, o les irá bastante mal, y quiere decir que cada uno será puesto en especiales y particulares encrucijadas de las que debe tomar partido con urgencia. “Deja todo y sígueme”, sin tiempo para enterrar al padre.
Lo que el articulista pretende defender, es esa “libertad” de no dejarse encerrar en una “encrucijada”, y mantenerse abierto a las muchas variantes que la vida muestra. Es lo que hace a este espíritu tibio e indeciso de los católicos esteticistas, que se olvidan que la vida del cristiano, siempre está , a cada minuto, puesta en la encrucijada del Señor. Para tomar estado, ¡ya!, para dar vida ¡ya!, para tomar partido ¡ya!, para apoyar tal obra ¡ya!. No se trata de que gozo mejor con Agustín o con Abelardo. Se trata de que debo usar las armas que el Señor dispone para combatir el momento, y, que muchas veces no responden a mi talante ni a mis gustos. Hoy el catolicismo verdadero no es más pituco, nuestros compañeros de ruta no suelen tener diez generaciones criollas, ni ser la élite universitaria, ni tener muy buen gusto. Están siendo buscados en las encrucijadas de los caminos porque los invitados no fueron a la fiesta.
No creo que nadie sea vomitado por haber escogido mal. Pero si por no haber escogido. Y este deseo cursi de no quedar encasillado junto a los que están dando la batalla, porque la estética de combate no es la que sienta bien a mi gusto personal ( el “curita” es así o asá, es más negrito o de barrio, no tiene vuelo literario o lo tiene de mal gusto) , es de un esnobismo decadente y desvitalizado, del que el blog mencionado hace una gala inexplicable y que constituye la más actualizada forma de fariseísmo.