Charlie es la vanguardia de una civilización que se goza de su apostasía, que encuentra su ser y su razón de existencia en la complacencia de su decadencia religiosa, moral y vital; que hartos de la virtud, del heroísmo, de la belleza y del espíritu que los puso en el centro del mundo, hoy quieren disfrutar como cerdos en el barro al corromper las perlas que una cristiandad acobardada les entregó. Quieren en el vicio, en el cinismo y en la befa a todo valor aún apenas humano, fundar su fuerza colonizadora, su apostolado de decadencia, como hace el musulmán del odio asesino, la suya.
No se trata de un bando desarmado y atontado que se sorprende ante el enemigo que arremete, ni creo que tan livianamente -en términos humanos- se pueda predecir una derrota. Se trata de una violenta arremetida, amañada y calculada, con la que un demonio súcubo se enfrenta a un demonio íncubo, intentando en su estrategia de prostituta que abre las piernas al enemigo violento, trocar su ímpetu iracundo en molicie lujuriosa, para luego en el hediondo lecho del revolcón derrumbar en el otro la reacción del resentimiento que al fanatismo le provoca la inteligencia, sanando con cinismo esta enfermedad que es el espíritu, para finalmente coincidir en que sólo es el hombre un ansia de placer con poscoito depresivo. Al fin, el musulmán pretende en su cielo esto que el occidente le ofrece en su casa con su mujer.
La estrategia ya funcionó con la fenecida Unión Soviética, a la que la gran prostituta democrática le prestó su dinero y demolió con lujo y decadencia burguesa los “altos” y duros ideales comunistas. No olvidamos el consorcio que en este proceso jugó la iglesia y el nunca bien ponderado Juan Pablo, promocionando la vie en rose de la civilización del amor, a cambio de la permanencia de algunos estúpidos valores socialistas porque se habían dado por muertos los valores cristianos. Putin busca en ciertas reacciones viriles la recuperación de una identidad en la que asentar un poder que pueda competir en la repartija del botín que se le escatima, pretendiendo con sus arrestos de macho inquietar a la recorrida bataclana, que espera tranquila recibir por sus nalgas el fruto del esfuerzo, que pondrá en administración de algún viejo y previsor hebreo.
El musulmán se confía en que la fuerza de su odio no lo hará caer en la trampa repetida que le tiende la infiel prostituta cristiana (perdón por repetir esta blasfemia, que debe ser con dolor, necesariamente considerada) y su infame regente judío. Pero Charlie te perdona, y entregando el culo de Paris, te amansa con burlas hacia lo tuyo y lo propio, invitándote a la bacanal atea y democrática. La reacción del musulmán es la del tentado con vértigo, el personaje de la novela danunziana que asesina a la amante a la que odia y desea.
Se nos dice que es esta la tercera guerra, y se nos pide tomar partido como en las dos anteriores, para llevarnos a la trampa consabida de que el pato de la boda somos nosotros, como lo fuimos en aquellas a las que la cristiandad debió privar hasta de su asistencia espiritual (son aleccionadoras las reflexiones de Calmel sobre el efecto devastador en la Iglesia de la participación de los sacerdotes católicos en la primera guerra, aún a pesar de la buena intención y, recuerdo el título de mi padre “La valija vacía” que recibió duras críticas de tener ribetes pacifistas).
Que sólo triunfará el odio a Cristo en cualquier caso, ya lo sabemos. El odio violento del sanguinario o el odio sarcástico del intelectual burgués. Pero si de apostar se trata, pongo dos pesos a favor de la decadencia. Porque al fin ambos coinciden en esa relación sadomasoquista que con tanta fruición ejecutan en la vieja Europa y, porque Cristo mismo, en su sermón esjatológico, nos previene más contra los que matan el alma que contra los que matan el cuerpo.
Yo no soy Charlie. Ni creo que ellos simbolicen un estado de indefensión bobalicona de un occidente que desconoce al enemigo. Ellos son los nuevos monjes malditos, los pequeños demonios que el Dante muestra saludando la entrada de Satán haciendo de sus culos trompetas, ellos son lo peor de nosotros, son la chusca morisqueta sacrílega de un cristianismo invertido que se propone corromper al hombre por la más baja de sus emociones y que lo está logrando. El musulmán no es su enemigo (hoy lo expresan en su última tirada), es su necesario contrapunto, con ellos occidente hace el juego homosexual que inventara Oscar Wilde con los brutales estibadores del puerto, que a veces sale cruel, pero no mal; aún el final sangriento es una victoria del súcubo.