Los riesgos del Milenarismo

Enviado por Dardo J Calderon en Lun, 19/01/2015 - 5:40pm

Mientras el mundo escribe su historia, que hoy parece transcurrir entre tres fuerzas que se disputan su protagonismo:

La Cristiandad apóstata con su ciudad de lujo y libertad basada en el poder del dinero manejado por una internacional judía; el fanatismo musulmán que avanza sobre ella basada en el poder del resentimiento y el odio; y … una posible Rusia que reacciona desde un vitalismo sintético, entre marxista y fascista, medianamente apoyado en una religión nacional como la ortodoxa, con la expresa metodología mafiosa que se impone para quien no puede imponer a las claras y normativamente su pensamiento si es que lo tiene. Con una Iglesia que ya de lejos abandonó la posibilidad de inspirar un mínimo protagonismo y se balancea, temerosa y balbuceante entre las fuerzas que le impone la historia, historia  a la que ha aceptado como expresión de una voluntad divina a la que está presta a obedecer aún en la más abyecta de sus contradicciones. Mientras tanto, decíamos, el católico, arrinconado contra sus últimas expresiones, trata de leer por sobre la historia, una teología de la historia que le marque el rumbo o que por lo menos le de una explicación mínima del momento.

Nuestro querido Alberto Falcionelli nos decía que en historia, “mañana puede llover mierda”, y precavidos de este consejo, no se nos oculta que es una diversión hacer ciertos pronósticos. Con ello podemos pensar que el fanatismo musulmán se tragará al mundo; o que por fin será engullido por la molicie del cristianismo apóstata y sensual, o que Rusia impondrá un orden a patadas. El hecho palmario es que ninguna de estas fuerzas tiene en su raíz el más mínimo ápice de cristianismo verdadero, aunque la primera sea una ilusión que mantiene el equívoco, la segunda incluya a Cristo entre sus profetas e incluya algunas suras de tinte cristianoide para uso de su estrategia política y,  la tercera reconozca una cierta necesidad de “moralización” cristiana al estilo de códigos mafiosos para contener un cierto orden en los negocios.

El Vaticano observa desde lejos, confiando mantener en cada bando la posibilidad de una supervivencia , y dejando en manos de la HISTORIA la decisión final, que como decíamos junto al historiador mencionado, puede ser cualquiera y puede ser cualquier otra impensada.

Pero ya haciendo teología de la historia, aquí no puede llover mierda, aunque a ciencia cierta no sepamos los tiempos. El ciclo es creación, caída y redención. Tiempo para la expiación y concreción del número de los elegidos. Segunda venida para el juicio. Y punto. El meollo de la historia ya sucedió, fue Cristo y la Redención. No hay otro “misterio” a realizarse en la historia que supere a este. “Todo ha sido concluido”.

El milenarismo es una forma de mezclar estas dos consideraciones. Es la esperanza de un “segundo misterio” que supere, o que explique, o que termine, la tarea de la redención que de alguna manera Cristo dejó inconclusa, o que pretende concluir en este resto de historia, o que dejó para concluir por el Hombre que se hace Cristo y culmina la tarea. Y de esta manera la visión teológica de la historia se entremezcla con la mera historia humana, para enrarecer una o la otra. Pasamos a ver a Dios obrando en la historia, que no es más que nuestro acontecer, o pasamos a ver al hombre teniendo un protagonismo en la teología de la redención que de ninguna manera es cristiano; viniendo este bicho a completar la obra que un dios dejó inconclusa.

Repetimos, no es tan difícil ver y explicarse la conducta de los hombres de Iglesia desde una perspectiva simplemente histórica. Ya sin fuerza moral desde la Revolución Francesa, abre su abanico a todos los resultados posibles, renunciando a toda reacción martiriológica, asiéndose de los restos falsificados de cristianismo que obligadamente moran en cada bando como producto de la influencia de una cultura enorme, confiados en que esta fuerza cultural persistirá y se impondrá tarde o temprano. En este juego, su doctrina pierde consistencia. Esta consistencia se ve un poco menos lacerada cuando enfrenta la vieja herejía (los hermanos en la fe), pero toma ribetes ridículos cuando enfrenta la actual apostasía de occidente, con la cual sólo puede esgrimir el compartir las pendientes viciosas que la cristiandad poseía. En el fondo son los más cercanos por que tienen nuestros vicios y esta nueva amistad es la amistad culposa y vergonzante del que se entiende de alguna manera cómplice y atraído por estos vicios (¿quién soy yo para enjuiciar?). Pero podemos tener un lugar aún con el furioso musulmán, si logramos hacerle creer en aquellas suras engañosas que se pergeñaron para los momentos de baja incidencia política y necesidad de conservación y penetración pacífica.

El milenarismo craso es el modernista y humanista. El que cree que la redención es una prefiguración de un estado de justicia humana que se va a dar en la historia, como producto de la internalización y racionalización de los principios cristianos, y que parece que se va dando en la nueva etapa mundial de la democracia liberal.

Pero hay otros, con distintos ribetes, con apoyaturas en apariciones y revelaciones, o simplemente en interpretaciones apocalípticas, que creen que viene un segundo misterio de triunfo de la justicia en la historia. En un Cristo que esta vez si viene a reinar el “mundo” de la manera que el mundo entiende el gobierno, por un lapso de simbólicos mil años. Y que este misterio trastocará la historia de tal modo que pone patas para arriba toda consideración estrictamente histórica, y a la vez pone en contradicción y enigma la misma verdad revelada. Produciendo de esta manera una desvalorización de la redención tal y como fue producida por Cristo en aquel siglo primero de la historia, y dando una posibilidad triunfalista de la cultura cristiana.

No están tan lejos del “fin de la historia” de Fukuyama, aunque para ello recurran a la parafernalia de las revelaciones enigmáticas y, más allá de las consideraciones teológicas sobre su base ortodoxa, que no me corresponde a mi valorar, perfilan un tipo de catolicismo con un optimismo histórico, no ya de raíz ideológica, sino de fuente mística.

Este nuevo perfil saldrá a otear todos los posibles signos de la prefiguración de este misterio, y fundamentalmente pondrá una gran confianza en los elementos ambiguos de este catolicismo en retroceso, por ser, al revés que nosotros, todavía protagonistas de la Historia de los hombres. Algo Nuevo va a ocurrir, como si la novedad de Cristo no se hubiera volcado toda en el Gólgota. Y por supuesto, no son buenos compañeros de quimera aquellos que entendemos que ya no hay novedad alguna superior a la ocurrida.

Me decía un amigo epistolar, que Calmel y Calderón Bouchet lo habían curado de milenarismo. Muchos nacimos con el antídoto inoculado. Y no quiero ocultar que estas reflexiones me vienen de leer el artículo de Marcelo González en Panorama, titulado  “No es la hora de buscar explicaciones, sino de salvarnos y de salvar”, en el que se ataca primordialmente a un sedevacantismo que da por cerrado el ciclo histórico por un diagnóstico de que los tiempos no dan para más, pero abriendo una posible esperanza a una etapa milenarista que justifica el cometer los viejos errores con respecto a los ralliements, los acuerdos, la revaloración de los “conservadores”  y otras memeces caritativas. Ya que no se nos oculta, que la crítica viene también a los que reconocemos que todos estos personajes y actitudes ambiguas, que con sus recursos místicos en un caso, o de “estrategia” política en otros, no logran escapar del recurso a la quimera, frente a la certidumbre del misterio redentor.

El sedevacantismo es, muy a pesar de su intención teológica, una consideración meramente histórica que pretende ser concluyente, pretenden saber exactamente qué está pasando y piden que suenen las trompetas del final. El milenarismo es el mismo error que busca un escape místico para salvar la historia.

Nuestra conclusión es más simple. La historia es ciencia del pasado que aún obra en el presente. Es maestra en el sentido que lo que comúnmente fueron errores, lo seguirán siendo, y en materia de la historia de la Iglesia, la ambigüedad y el pacto con el mundo,  ya ha demostrado todos sus frutos malignos, no siendo de buen tino creer que ahora funcionarán por razones místicas.  El curso de la Iglesia no debe verse engañado por consideraciones histórico políticas. Sólo debe buscar el Reino de Dios y esperar en ello las añadiduras. Sin titubeos. Ella ha sido puesta a la cabeza de la historia como respuesta definitiva y no para esperar de la historia la resolución de un enigma que su Dios dejó inconcluso. Esta fidelidad es la  única que puede torcer el rumbo de la historia. Por otra parte ya no hay enigmas. La redención cerró el ciclo histórico, es la Iglesia la gran novedad histórica y no hay otra, el milenio es la Iglesia misma en su transcurso histórico -o los mil años de la cristiandad medieval- y sólo queda esperar la segunda venida y el juicio.

El único protagonismo cristiano que puede existir, es la búsqueda del Reino. Lo demás es estar solos, sin Dios, frente a un enigma humano que es el futuro. Reemplazar este enigma por una certeza ideológica o una ilusión mística, es caer en el engaño y la estafa, y pasar a considerar que actitudes que no son claramente la búsqueda del Reino, pueden darnos alguna solución. Ambas esperan en la historia un ciclo de justicia que jamás nos fuera prometido y allí tienen su parentesco.

Mantener las puestas cristianas a macha martillo y pase lo que pase, con la confianza puesta en Dios, lejos de todo cálculo y estrategia humana, es la mejor estrategia. Tomar como centro y concreción de la historia  la Vida del Cristo Encarnado, sin esperar “nuevos” misterios, es lo recomendable para no errar en la historia por espejismos místicos. ¿Qué esto tiene visos de ser un final? Los tiene. Pero mañana puede llover mierda.

Ser conservador, ambiguo, balbuceante y veleta, es malo. Es cobarde. Ahora y siempre. Es esperar que los tiempos resuelvan nuestro problema sin pronunciarnos, para recién pronunciarnos. Cuando lo cristiano es pronunciarnos “ya”, para que se resuelvan los tiempos. “Callar por caridad” no es un lema cristiano. Ningún nuevo misterio vendrá a reunirnos en la justicia. Todo fue concluido. Es una linda ensalada el de pensar en la Santa Rusia o el jugar con conclusiones de revelaciones enigmáticas, pero la Rusia histórica no es más que eso que se ve y la redención del hombre ya ha sido efectuada por Cristo. Cuando jueguen, digan que están jugando, y lo acepto como eso.

Me quedo con lo de In Expectatione: reparar. Reparar y expiar por nuestras ambigüedades, por la ambigüedad de los hombres de Iglesia. De los Burke, de los Livieres, de los Müller, que se guardan cartas en la manga para un juego que los excede y para los que la historia siempre anuncia un mal resultado. Ya no hay más milagros para salvarlos, los tienen ya realizados sobre el altar al que por cálculo traicionaron. Les queda expiar y reparar. La historia es una donna móbile que sigue a los decididos, y Dios nos es un ladino que nos pone laberintos, sino un valiente que nos pone  encrucijadas, cruces.

Espero en breve tener traducido la Teología de la Historia de Calmel, para que otro con más autoridad, diga lo que balbuceo.