Hablando de democracia (Cuarta parte)

Enviado por Esteban Falcionelli en Mar, 10/02/2015 - 7:40am

LA ETERNA DIALÉCTICASumando y restando —visto que nuestros politólogos au goût du jour, a fuerza de simplificar se han vuelto simplotes hasta representar, no pocos de ellos, la función del tonto del pueblo—, sumando y restando, pues ¿qué es lo que llaman "reacción"?

Reacción es todo lo que pretende seguir oponiéndose al comunismo, y a todo lo que le abre camino, porque ve en él una amenaza mortal para su nación, para su familia, para su civilización, para su religión. Así de sencillo. Por ejemplo, en la época de su presidencia que tan cumplidamente desbrozó el terreno a las huestes de Salvador Allende, Eduardo Frei proclamó que "hay algo más repelente que el comunismo, es el anticomunismo. A comienzos de 1977, un cierto abogado Andrés Zaldívar, democristiano chileno él también, señaló como perfec­tos imbéciles a quienes definen al comunismo como "intrínseca­mente perverso", olvidando solamente recordar que la sentencia pertenece al papa Pío XI (santón de toda democracia cristiana futura con su voluntad de imponer al mundo católico la imita­ción del Zentrum, alemán, no ya la del viejo Windthorst, sino la de Matías Erzberger), lo que, admitámoslo sin reticencia, es un colmo tratándose de un dirigente de alto nivel —la altura de los niveles intelectuales y políticos ha bajado bastante de dos siglos a esta parte, y estiaje sería la palabra que más con viene—, que se pretende fiel seguidor de la doctrina social de la Iglesia, recibe la palabra pontificia como no dirimible en absoluto y, se lo supone, cumple con el precepto.

Pues bien, en la apreciación de los señores Frei, Zaldívar, Fanfani, et al., semejantes individuos, dispuestos incluso a em­puñar las armas para impedir la ocupación de la casa por el comunismo, son lastimosos y mefíticos "reaccionarios" y, por vías de consecuencia, "extremistas de derechas" infinitamente más temibles que sus compadres del "extremismo de izquierdas". Se puede intuir lo que dicen de ellos los demás demócratas, in­cluyendo a los del sedicente "centro derecha".

Todavía hoy, en Italia, país dominado durante varios de­cenios a continuación de la derrota militar del fascismo por una democracia cristiana festiva, corrompida y corruptora hasta el punto de que inspira repugnancia hasta a sus propios electo­res —ver los resultados de las elecciones de junio de 1983— se va a la cárcel en aplicación de la ley votada hace treinta y cinco años para castigar el delito de "apología del fascismo". Basta reconocer que Mussolini dotó a su país de una red de carreteras ejemplar, fertilizó el Agro Pontino, ganó la batalla del grano, hizo brotar trigo en miles de miles de hectáreas del desierto de Cirenaica, capeó con estupenda destreza la crisis de los primeros años 30, impuso durante veinte años una rigu­rosa gestión económica y financiera, etc., para colocarse bajo el martillo de la ley y, de pasada, al alcance del cuchillo largo del terrorismo.

En los demás países democráticos, en Francia, por ejemplo, basta tender a la derecha, a la derecha nacional por supuesto, para verse reducido al silencio a través de las intrigas sutiles del terrorismo intelectual y ser eliminado de los medios, editores, revistas, diarios, cátedras, etc., lo cual tiene su contragolpe inmanente: con la "revolución cultural" modelada para gloria del expresivo Mitterrand por el inverosímil payaso que responde al nombre de Jack Lang, se ha llegado a calificar de derechista a Giscard, centro-izquierdista notorio tendencialmente socialdemócrata al mismo  Jacques Chirac, que quiere evitar toda confusión proclamándose "degaullista", lo que en efecto, no contraría en absoluto a los jefes del PCF ni del mismo PC de la URSS. Porque, a fin de cuentas, a Giscard, a Chirac, etc., se los tacha de derechistas porque el momento llegó de hacerles entender que cumplieron su papel de desbrozamiento y que, de ahora en más, su acción política, su sola presencia no podría ser más que freno del movimiento de la Historia.

En el plano internacional que se sitúa más allá y por encima de las situaciones propiamente nacionales, siempre sujetas a las variaciones del monstruo electoral, la única derecha con plenas facultades de acción es la derecha económica, que es la que se encarga de los grandes negocios, por cuenta de todos los demás, con el comunismo soviético y chino. La otra, la verda­dera derecha, o sea, la "derecha nacional", que es pobre por lo general, es extremista y, por ende, virtual y fácticamente terro­rista. No espera más que una oportunidad para poner en marcha hornos crematorios actualizados y, mientras tanto, persigue con saña, y con bombas, a los judíos. Ahora bien ¿cómo se concilia esta acusación con el hecho de que, en Francia y en Italia, por ejemplo, los únicos sostenedores incondicionales de Israel perte­necen a la derecha nacional? La izquierda es anti-israelí y, a los efectos prácticos, antisemita. ¿Corre aún alguna diferencia entre antisionismo y antisemitismo? Conteste S. S. Juan Pablo II que concedió una audiencia prolongada, el día siguiente del atentado de la rue des Rosiers, al terrorista Arafat, eximia degollador de judíos y de... cristianos.

Como no dispone de grandes órganos de difusión para de­fenderse, a la derecha se le puede atribuir con toda impunidad el asesinato de los atletas judíos cuando los Juegos Olímpicos de Munich, la bomba de la sinagoga de la rue Copernic, el ametrallamiento del restaurante casher de la rue des Rosiers, atentados de los que se sabe que fueron cometidos por terroris­tas amaestrados en los campamentos ad hoc de la OLP o del otro lado de la Cortina, pero que, infaltablemente, el compañe­ro-multimillonario Gastón Defferre, ministro del Interior del clan mitterrandiano, atribuye sin pestañear "a la derecha", aun cuando su policía le entregue a los dos días los palestinos en cuestión. Por doquiera —aun en Francia, en Estados Unidos, en Inglaterra, en la misma Alemania Federal que no han tenido nada que ver con ello— si alguien se atreve a sostener: 1 - que el sistema corporativo mussoliniano logró dar a la cuestión social soluciones mucho más equitativas que las de los geniales aprioristas del liberalismo, como bien se vio, lo recuerdo, con la crisis general de los primeros años 30, que destrozó al resto del mun­do llamado capitalista; 2 - que el único totalitarismo ahora exis­tente es el marxista-leninista en razón de la eliminación de su cofrade nacionalsocialista; si alguien, recalco, se atreve a sos­tenerlo, no serán necesarios mucho tiempo ni mayores esfuerzos para que se lo borre del mapa. Y tal es la razón por la que, desde todos los sectores democráticos, aun desde los "orgánicos", se le dispara flechas envenenadas a Aleksandr Solzhenitsin, a partir del momento en que se ha descubierta que su oposición al régimen soviético no se sostiene en un "idealismo" liberal modelo Revolución de Febrero, esto es, pandemocrático y ma­sónico, sino de un inconmovible tradicionalismo ortodoxo, y monárquico, o sea, de un amor muy fervoroso, muy nacionalista en suma, por el legado milenario de la patria rusa.

Con toda intención, se deja entera libertad, una libertad full part, a otras apologías, a otros estandartes, a otras propa­gandas: la eminente. dignidad del "humanismo" marxista-leninis­ta, universalista y, por consiguiente, integral y, en su vertiente clerical, ecuménico; saludo con puño cerrado, visto como señal, no de odio, sino de unión para lograr la felicitad de la entera humanidad por la lucha contra el fascismo y la reacción, cuyo verdadero sentido es la remanida lucha de clases; banderas rojas con hoz y martillo, aceptadas como símbolos, no sólo de una irreconciliable lucha de clases, sino sobre todo de vigilancia común contra siempre inminentes despertares de la hidra fascis­ta y la incansable insidia de la reacción al acecho: todo ello, bien entendido, en defensa de la Libertad, del Progreso y ¿por qué no ahora? de la Religión.

Un revólver modelo 14, con caño oxidado y culata floja, encontrado en el desván de un sospechoso de nacionalismo es causal suficiente para que el pobre diablo se encuentre acu­sado de conspiración contra el Estado (de derecho liberal burgués, entiéndase bien) y para que se consuma en la cárcel durante seis meses o un año; después de lo cual, se lo suelta sin haberlo juzgado —no había motivos jurídicos—, pero debida­mente fichado para otra oportunidad, en la que será presentado como reincidente. Mientras tanto, si no se ha destruido su vida y la de los suyos, se las ha mutilado irreparablemente. Pero, en nuestra gran prensa democrática —progresista, burguesa, bien-pensante—, nunca se lee que el descubrimiento de arsenales ocultos de bombas, metralletas, morteros y municiones de todo calibre, suficientes para poner en campaña un batallón de guerrilleros, lleven a arrestos muy prolongados. Cuando a un activista de izquierda no queda más remedio que calificarlo de tal, la prensa se refiere a él señalándolo como "presunto terro­rista"; un activista de derechas, siempre se brinda en la prensa como "terrorista" sin aditamento.

La distinción es sutil, y eficaz. En estas condiciones, si ha tenida la suerte de desaparecer en misteriosas operaciones de limpieza ¿qué riesgos graves corre el juvenil Eróstrato capturado? ¿No hay amnistía general a cada resurgir de las instituciones democráticas? Y, siempre, allí están para proteger a las "presuntas" víctimas de la reacción, copiosos elencos de abogados en el Viento de la Historia que actúan sobre el contrapunto de los "cristianos para el socialismo", lan­zados al graznido planetario por alguna que otra Vicaría de la Solidaridad, o por un increíble Premio Nobel de la Paz a la cabeza de una pandilla de Madres de la Plaza de Mayo.

Así puesto en guardia, el magistrado interroga al "inocente inquilino" en cuyo domicilio se encontró el arsenal —por casua­lidad, pues lo que se perseguía por los techos era a un inocuo ladrón de gallinas— y se lo suelta el día siguiente, con toda delicadeza, cuando no con excusas, tras haber comprobado su real filiación democrática.

Esto es lo que sucede en la Francia de Mitterrand, en la España de Felipe González y aun, pese a todo el "resto", en la Argentina del general Bignone, A la espera de algo mejor.

Así anda el teatro del mundo...

Continuará.