Anuncian en mi pueblo, San Miguel, provincia de Buenos Aires, la realización de un carnaval criollo. Desconozco si tal festejo, por sus características, puede ser tenido propiamente como perteneciente al género de las carnestolendas, aunque como novedad, en esta época tan poco propicia al misoneísmo y donde uno de los valores más estimados es la “inclusividad”, no creo que pueda merecer la exclusión. En lo que me toca, apoyo la innovación, puesto que ello significaría que ha quedado sepultada –espero que sin esperanzas de resurrección- una versión exótica intentada fugazmente años atrás.
Sí, tiene en común con aquél que hoy reviste la condición de paradigmático, el haber sido programado con limitación temporal, a diferencia de los “promocionados” vernáculos –por lo demás muy poco autóctonos, que sí lo eran los candombes de la era de don Juan Manuel-, que entre ensayos y “bises” transcurren a lo largo de dos meses: ocupará el fin de semana previo al Miércoles de Ceniza, iniciación del período penitencial correspondiente a la Cuaresma.
Pero, la mención del carioca no impide la de tantos otros famosos, como ser el véneto, que contrapone a su rival la belleza de sus máscaras y la riqueza y abundancia –esto sobre todo- del vestuario, por lo menos hasta el tiempo en que allí pastoreaba el cardenal Sarto, que si bien advertía a su grey acerca de las desmesuras de esas fiestas, no se privaba de contemplar desde sus aposentos el deslumbrante espectáculo.
Mientras tanto, podrán preguntarse los que me conocen, amigos o no, a qué vienen estas divagaciones, cuando, por mi edad, más que dedicarme a murgas y comparsas debería disponerme para encabezar algún cortejo, y, no me atrae jugar con agua, atento que mi contacto con los líquidos se reduce al consumo de bebidas espirituosas.
El caso es que mi interés está dado porque iniciarán el aludido evento –aplicado así el término con propiedad, puesto que hoy es de suceso futuro, es decir, eventual- el próximo viernes, a las 21.00, el conjunto de Los Boyeros, cuyos integrantes son: Juan Ángel Gandía (primera voz y segunda guitarra), Diego Funes Soaje (segunda voz, primera guitarra y charango), José Funes Soaje (primera voz y guitarra), Juan Manuel Hernández Soaje (segunda voz y bombo) y Juan José Soaje (tercera voz y guitarra) en la Plaza de las Carretas, situada en la avenida León Gallardo (actualmente Pte. Perón) y Conesa, de la localidad de Muñiz.
Y éstos jóvenes son amigos de mis hijos e hijos de mis amigos, amigos todos, al fin, y todos, de una manera u otra, hijos del ejemplar connubio formado por el maestro Guido Soaje Ramos y doña Angélica de Elías, que tal es el vínculo entrañable que nos une en el lapso de tres generaciones, circunstancia, que en el mundo de hoy, de relaciones efímeras, reviste una especial significación.
Esa especial mención de la progenie aludida, a la que me acojo sin abuso puesto que mi matrimonio fue en cierta manera pergeñado por el viejo maestro –ahí tomo en préstamo el modo en que jocosamente se le dirigía el querido don Rubén-, corresponde por cuanto en dicho ambiente se criaron estos músicos y la muchedumbre alcanzada por su familia, baluarte de resistencia singular al momento de asumir la defensa de la religión en la integridad de los dogmas y de la verdad y belleza de la antigua liturgia y de las formas políticas tradicionales de nuestra civilización, que si alguna oportunidad aún le queda para su restauración, lo será como consecuencia de una acción originada en la fortaleza de estos núcleos.
Recuerdo que una vez, evocando el maestro Soaje a don Clemente Villada Achával, él, que era sumamente avaro en los elogios, calificó al cuñado del general Lonardi y consejero político del valiente soldado en su malogrado gobierno, como “flor de una raza”.
Por mi parte, no llegando a dicha estrictez en la valoración pero sin ser por ello demasiado pródigo en las alabanzas –como no lo soy en nada más que en defectos, según la opinión irrebatible de la patrona-, puedo decir sin cumplido alguno que la mentada tribu de Alta Gracia con sus avanzadas, entre las que se destaca Alto Alberdi, también es flor de una raza, de la que estos jóvenes son un amable y promisorio pétalo.
Llega así mi invitación para que sea mayor el número de los que puedan gozar del espectáculo, que Los Boyeros son buenos en todo y muy buenos por la calidad de su arte, reconocido recientemente en el Festival de Jesús María y que indudablemente lo será en el próximo Cosquín. Y desde mi mezquino espíritu localista, celebro que los términos del contrato hayan sido fijados con anterioridad a los éxitos que sus últimas actuaciones les han brindado, puesto que distintas hubieran sido las exigencias del conjunto: bien sabemos que cuando de paga se trata no hay amistad que valga.