Ya Marcel de Corte había dado las profundas razones que certifican la defunción de la inteligencia en su curso del realismo al idealismo, y Thomas Molnar señalaba la deriva de esta agonía en el recurso a lo trivial como objeto de estudio. ¿Qué se quiere decir con esto?
Cuando el hombre deja de pensar lo real y por ende, lo metafísico, el curso de su reflexión comienza a bajarse hacia lo banal, no sólo por efecto de esta pérdida del ejercicio de la inteligencia, sino como producto de una clara estrategia que bobalizando, condena por incorde y anti solidaria a toda reflexión profunda, a toda indagación de las causas profundas de los fenómenos, para dedicarse a la consideración de lo superficial, de lo fenoménico como externo.
Para ir aclarando, hoy nadie puede tratar del derecho o de la política indagando en sus más profundas causas filosóficas, ni mucho menos en aquellas sobrenaturales que las fundan. Sólo puede verse el fenómeno del derecho individual y su concreta violación, disponiendo medidas jurídicas que tratan de impedir ese daño concreto, sin consideración alguna a todo el entorno que realmente causa ese daño concreto. Vemos la violencia sobre la mujer - es un hecho que se da – y salimos de inmediato a ver como lo evitamos. Una primera observación nos da el dato superficial de que esta violencia se vive generalmente en la familia – y es verdad- por lo que debemos deshacer todo lazo de sujeción familiar. Otra fuente de esta violencia es sin duda una educación “machista”, por lo que hay erradicar todo culto a la “hombría” y educar en la asexualidad. Por supuesto que una vez negada la posibilidad de pensar a la familia correcta, en su valoración social y revalorización religiosa y sacramental, una vez cortados todos estos nexos, la conclusión de tener que terminar con ella se hace evidente a la reflexión fácil.
Esta reflexión fácil se ha hecho “científica” con el nombre de sociología, es decir, el estudio de los fenómenos que produce el hombre en sociedad, sin entrar a valorar que debe ser lo social, sino simplemente ver lo que se ve a simple vista y buscar la forma de evitarlo o manipularlo, sin necesidad de recurrir a “presupuestos” filosóficos. Ocurre hoy en todos los planos. La gente entiende que hacer política es entrar en el conocimiento y manejo de los sistemas abstractos que “parecen” regir la vida pública. Un politólogo es un tipo que sabe un montón de sistemas de votación, de partidos políticos, de estrategias electorales, de funcionamiento de los poderes establecidos, tanto legales como de hecho, etc. Lo que no se le permite es indagar sobre qué debe ser lo social. Hace ya tiempo que los politólogos católicos no se permitieron más plantearse el origen y fin religioso de lo político e inventaron el “orden natural” como un orden inteligible en sí mismo sin necesidad del recurso a lo sobrenatural. Esto ya era una trivialización imperdonable, por más palanganudas que parecieran sus reflexiones y tratados. De ahí en más la caída va llegando al absurdo de que un politólogo es un tipo experto en el proceso “constitucional”. Me ha tocado escucharlos en cátedras que se decían de derechas y cristianos.
Las instituciones que solventan las ciencias (del tipo CONICET) sólo admiten este tipo de reflexiones para que merezcan una beca. Se postula estudiar un tipejo -normalmente abogado- que anduvo en camándulas políticas y eructó una serie de sofismas, o de algún trasnochado literato y al sólo nivel lingüístico y gramatical, o indagar las opiniones de tal o cual sector en tal fecha y en tales publicaciones, sin por supuesto abrir juicio alguno. Datos y más datos. La Iglesia entra en el mismo juego, se trata de ver de qué están aquejados los fieles, y buscar las formas de aliviar su carga momentánea. Si sufren por los divorcios, por el sexo, por las tendencias contra natura o las ganas de juntar mucha moneda o vaya saber qué diantres les pica.
Lo que está absolutamente vedado ya en todos los sectores, e incluyo los más tradicionalistas (con menguadas excepciones) es plantearse el hecho de que el hombre es una naturaleza caída que está sujeta a un proceso de redención por efecto de la Encarnación de Dios en el Cristo histórico. Y que toda reflexión en todos los planos, cobra sentido en la medida de su resonancia con estos misterios. Política, literatura, historia, arte, derecho y etc. etc., deben ser considerados y valorados en la medida que reflejan este drama humano y divino. Y en la medida que estas realidades sobrenaturales no están en el curso reflexivo, el tratamiento de todas las cosas resulta trivial, banal, y provocará conclusiones que acelerarán el proceso de descomposición, pareciendo sin embargo, que por momentos alivian la tensión de una situación.
El problema de la “violencia de género” es sin duda alguna un problema religioso y que no tendrá solución sino devolviendo al hombre su sentido religioso. Si es sólo un fenómeno que debe reglamentarse para ser penalizado en su manifestación externa, ya que no podemos meternos en el sancta sanctorum de la libertad de pensamiento, lo más indicado será eliminar la institución donde se da el fenómeno. Si un árbol se enferma, necesitamos de la ciencia agronómica para curarlo, pero lo más rápido es arrancarlo y, muerto el perro… Si nos negáramos por alguna razón de principios o de celeridad al cultivo de esta ciencia, sin duda ya habría pocos árboles y no dudo que muchos católicos bien intencionados, formarían parte de las cuadrillas de motosierras que atacan la plaga.
Mucho hemos discutido en estas páginas por el tema político cuando se desancla de lo religioso que le da su fin y cuyo fin da razón de orden, siendo que la pérdida de este concepto sobrenatural del fin, lo lanza en un laberinto interminable de consideraciones vanas que sólo pueden terminar en la necesaria destrucción de lo social por medio de una tiranía reglamentaria y burocrática a la que piensan que pueden dar un sentido. Mucho hemos criticado la complicidad que aún de buena fe se produce con estas soluciones políticas que indica la urgencia ante criterios prácticos de evitar sufrimientos o malas consecuencias; soluciones que por su trivialidad y alejamiento del planteo esencial, tarde o temprano van a resultar mucho peores en sus resultados.
La llamada violencia de género (que debería ser de sexo), es sólo un síntoma de la familia enferma. Si, acepto que sin duda se va a ver aliviada momentáneamente por la anulación de los nexos sujecionales o “relaciones de poder” que ella supone. Pero claro, no podemos plantearnos la “sanación” de esos nexos sin caer necesariamente en una reflexión que nos lleva a los mismos cielos y que por ello está prohibida. Esto lo ve cualquier cristiano bien criado. Pero no lo ve de igual manera cuando hace lo mismo con respecto a los planos políticos antinaturales que se han conformado para aliviar cuestiones problemáticas, porque los resultados adversos están un poco más lejos. En breve ya tampoco verán estos tan evidentes.
Mucho menos lo ven cuando cultivan las ciencias cercenadas por la censura académica. Sin embargo son toda una misma conducta y todas llevan a un mismo resultado.
La trampa es evidente. Cuando una camarilla de condenados nos obliga a transitar las discusiones superficiales del catolicismo hodierno: homosexualidad, divorcio, liberación, ecología y otras; lo peor ya está pasando y ensartados en esta banalidad, muchos católicos entienden estar dando pelea por salvar al mundo de la peste homosexual, aún a costa de estar silenciando la Revelación esencial. Cuando lo político se trata de impedir el “hambre de los niños” o establecer una “sociedad de derecho”, o impedir “mayores daños”, todo ha terminado.
Veamos que nos dice Don Rafael Gambra al concluir el comentario al libro de Marcel de Corte: “A la par que hoy, en numerosas congregaciones, conventos, parroquias y seminarios hay jóvenes sacerdotes que tratan de volver a las enseñanzas tradicionales de la Iglesia, la clerecía dominante, formada en la época del postconcilio, persigue al mundo moderno con la esperanza de participar en el abrazo de la humanidad globalizada que creen eminente. Abandonada la realeza de Cristo, la confesionalidad del estado, defendida la libertad de cultos, convertido el pacifismo en precepto cristiano, metida la democracia en la doctrina social de la Iglesia y en su organización interna, sólo les falta abjurar de lo que la Iglesia ha representado en el mundo, cosa ya hecha con los perdones pedidos ante la humanidad divinizada. Pero, al final de su carrera, quizás no encuentren un fraternal abrazo, sino la exclusión y la persecución. Porque los acuerdos insensatos reavivan las enemistades y no hay enemistad más profunda e insalvable que la que se da entre el príncipe de este mundo y el Rey de los cielos”.
Valga esta conclusión para todos aquellos bien intencionados que han entrado de cabeza en la trampa de la inteligencia vulgarizada. Cada intento de mejorar la situación de sufrimiento que no provenga de un planteo nacido en la reflexión junto al Altar, está condenado a servir de mayor ayuda a la corrupción. Cada ley que atiende a los efectos sin retomar las causas, por más que hoy salve algunos inocentes, tarde o temprano será causa de mayores crímenes. Cada ciencia que se cultiva sin sujeción a la Verdadera Ciencia, será efecto de mayor ignorancia o confusión, por más que aparezca hoy como un avance. Cada aporte al sistema político actual, por más que suponga la mitigación de algunos efectos nocivos, será razón de mayores pérdidas a corto plazo. Las leyes con que se mitigan los sufrimientos nacidos en la pérdida del sentido religioso, serán con las que nos condenarán por intentar la inteligencia de lo profundo. El sistema que hoy muchos apoyan para mitigar los males y alimentar su prole, será el que condenará sin piedad a sus hijos en el futuro. La ley que prohíba el aborto, será el fundamento de la ley que lo permita.
La forma de que no caiga “ni una más”, es arrancar de cuajo la familia. La forma de evitar algunos daños colaterales y hacer algunos bienes posibles, acordando con el actual sistema político, es admitir la disolución de lo social y lo político. La forma de evitar mayores sufrimientos a los fieles de la Iglesia Católica, es arrancar de cuajo a esa Iglesia. La forma de evitar este ostracismo en que algunos vivimos, es cortar en su raíz el “desplante” lefebvrista.
La vieja fórmula es la única nueva. La fórmula del Sacrificio Redentor, en lo individual y en lo social. La única fórmula es Cristo con su camino de calvario y el gran enemigo es esta conducta burguesa que quiere aliviar y anestesiar. La única salida es llevar todo ese sufrimiento de los débiles al Altar. ¿Seria esto planteable como proyecto legislativo? (suenan risas cavernosas).