Resumen: En una conferencia del 20 de enero de 2015 el Cardenal Maradiaga considera que la misericordia debe insuflar un nuevo espíritu a las reformas introducidas por el Concilio Vaticano II, para abrir la Iglesia al mundo de hoy. Así instrumentalizada, la misericordia es amputada del arrepentimiento de las faltas; y ya no parece sino una mirada complaciente sobre el pecador y su pecado.
En vistas al próximo Año Santo, se debe realizar un discernimiento serio entre esta misericordia truncada y la misericordia cabal que invita decididamente a la conversión, al rechazo del pecado. Nuestras oraciones y penitencias, en el curso de este Año Santo, deben ser una respuesta al pedido del Corazón doloroso e inmaculado de María hecho en las apariciones de Fátima, cuyo centenario celebraremos en el 2017.
Queridos amigos y bienhechores:
No es necesario extenderse mucho para comprobar el estado de crisis en el que se encuentra nuestra Santa Madre Iglesia. Sin embargo, en estos últimos tiempos un cierto número de indicios inquietantes nos llevan a pensar que entramos en una fase todavía más intensa de desórdenes y confusión. La pérdida de la unidad en la Iglesia se hace cada vez más visible, tanto en el ámbito de la fe y de las costumbres, como en el de la liturgia y del gobierno, y no es aventurado presagiar un período muy difícil ante nosotros. A no ser por un milagro, se debe temer un tiempo en el que las almas estarán aún más abandonadas a sí mismas, sin encontrar un apoyo – tan necesario sin embargo– de parte de la jerarquía en su conjunto.
Una nueva misericordia al rescate de las reformas conciliares
Entre otros tantos ejemplos, consideremos para ilustrar lo que decimos una conferencia dada por el Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, coordinador del grupo de cardenales a los que el Papa Francisco ha confiado la reflexión sobre la reforma de la Curia Romana. Esta conferencia, impartida el 20 de enero de 2015 en la Universidad Santa Clara (California) tiene el mérito de ofrecer un panorama de la visión que guía a los más cercanos consejeros del Papa. Una primera idea es que este último se propone realizar sus reformas – con lo que se debe entender el conjunto de las reformas emprendidas después del Concilio Vaticano II – de un modo tal que se conviertan en irreversibles. Además, en otros pasajes de la misma conferencia vemos expresada también esta voluntad de ya no volver para atrás.
El cardenal hondureño reconoce, no obstante, que las reformas que ya se han realizado se encuentran en peligro por haber provocado una grave crisis en la Iglesia. La razón es que toda reforma debe estar animada por un espíritu, que constituye su alma. Ahora bien, las reformas conciliares no respetaron este principio. Por el contrario, ellas se realizaron, nos dice, dejando intacto el viejo espíritu, el espíritu tradicional, lo que tuvo por consecuencia que estas reformas en parte no fueron comprendidas, y que no produjeron los efectos esperados, hasta el punto de provocar una especie de esquizofrenia en la Iglesia.
Con todo, el Cardenal Rodríguez Maradiaga afirma que no hay que volver para atrás. Empero, según él, lo que falta es infundir un espíritu que se corresponda con las reformas para así poder motivarlas y dinamizarlas. Este espíritu es la misericordia, y precisamente el Papa acaba de anunciar un Año Santo de la Misericordia…
La verdadera misericordia según el Sagrado Corazón
¿De qué se trata exactamente? En sí, la misericordia es una palabra que todo católico valora mucho, pues expresa la manifestación más emotiva del amor de Dios para con nosotros. En los siglos pasados, las apariciones del Sagrado Corazón no son sino una revelación más intensa de esta misericordia de Dios para con los hombres. Hay que decir lo mismo de la devoción al Corazón doloroso e inmaculado de María. Sin embargo, la verdadera misericordia, que implica ese primer movimiento tan conmovedor de Dios para con el pecador y su miseria, continúa en un movimiento de conversión de la creatura hacia Dios: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Eze 33, 11). De allí la insistencia de los Evangelios sobre el deber de conversión, de renuncia y de penitencia. Nuestro Señor llegó a decir: “Si no hacéis penitencia, todos pereceréis” (Luc 13, 5). Este llamado a la conversión constituye el centro del Evangelio, que podemos ver tanto en San Juan Bautista como en San Pedro. Cuando los pecadores, conmovidos por la predicación, preguntan qué deben hacer, escuchan sólo estas palabras: “convertíos y haced penitencia”. La Santísima Virgen en sus apariciones en estos últimos siglos, tanto en La Salette como en Lourdes o Fátima, no dice otra cosa: “oración y penitencia”.
Ahora bien, los actuales predicadores de una nueva misericordia insisten tanto en el primer paso que hace Dios hacia los hombres perdidos por el pecado, la ignorancia y la miseria, que demasiado a menudo omiten ese segundo movimiento que debe proceder de la creatura: el arrepentimiento, la conversión, el rechazo del pecado. Finalmente, la nueva misericordia no es sino una mirada complaciente del pecado. Dios os ama… pase lo que pase.
La nueva misericordia amputada del arrepentimiento
Desgraciadamente los ejemplos de misericordia dados por el Cardenal Maradiaga no dejan lugar a dudas, pues concede un lugar pleno en la vida de la Iglesia a los cristianos que han roto su matrimonio y han fundado una familia “recompuesta”. Sin más…. E incluso anuncia un cielo igual al de los santos para las personas que han abandonado la Iglesia cuando se encontraban en situaciones de pecado y, por supuesto, reprocha a los ministros el haber expresado su reprobación a estos pobres pecadores… ¡He aquí la nueva misericordia, la nueva espiritualidad que ha de fijar para siempre las reformas de las instituciones y de las costumbres de la Iglesia, tanto las que ya se han realizado desde el Concilio, como las nuevas que ahora se prevén! Esto es gravísimo, pero puede también ayudarnos a comprender por qué nos oponemos tanto a lo que se llama “el espíritu del Concilio”. En efecto, las reformas se han introducido en nombre de este nuevo espíritu, un espíritu que ciertamente no es tradicional. Nosotros afirmamos que este espíritu ha echado a perder todo en el Concilio, incluso las partes que se pueden entender de modo católico… Se trata de un espíritu de adaptación al mundo, de una mirada complaciente de sus caídas y tentaciones, en nombre de la bondad, de la misericordia, del amor. Así, por ejemplo, ya no se dice más que las otras religiones son falsas, afirmación que, sin embargo, es la del magisterio de siempre. Ya no se enseñan más los peligros del mundo, e incluso el diablo ha desaparecido casi por completo del vocabulario eclesiástico desde hace 50 años. Este espíritu explica los actuales sufrimientos de nuestra Santa Madre Iglesia, cuya autoridad disminuye a pesar de sus aperturas en la dirección del mundo, y que va perdiendo cada día más miembros, sacerdotes, y ve cómo disminuye su influencia en la sociedad contemporánea. Irlanda, antes tan católica, donde el “matrimonio” entre personas del mismo sexo acaba de ser legalizado, es un ejemplo patente.
¿Se puede mutilar la misericordia, separarla de una necesaria penitencia, como lo hace el Cardenal Maradiaga, con el fin confeso de devolver un nuevo espíritu a las reformas conciliares que están en ruptura con el espíritu tradicional? ¡Decididamente no! En esta conferencia que pronunció tres meses antes de la bula de convocatoria del Año Santo, ¿es el intérprete de las ideas del Papa Francisco? Es muy difícil saberlo siendo tan contradictorios los mensajes que llegan de Roma desde hace dos años, como reconocen ciertos cardenales en privado y muchos vaticanistas abiertamente.
Saber discernir entre una misericordia truncada y la misericordia cabal
¿Habrá que privarse por ello de las gracias de un Año Santo? Todo lo contrario. ¡Cuando las compuertas de la gracia se abren, hay que recibirla en abundancia! Un año Santo es una gran gracia para todos los miembros de la Iglesia. Vivamos, pues, de la verdadera misericordia, como nos lo enseñan todas las páginas del Evangelio y de la liturgia tradicional. En conformidad con el “discernimiento previo”[1] sobre el cual Mons. Lefebvre fundó el proceder de la Fraternidad San Pío X, en estos tiempos de confusión, rechacemos una misericordia truncada y vivamos plenamente de la misericordia cabal.
Una palabra que encontramos tan a menudo y que manifiestamente debe encontrarse en nuestros labios es miserere. Esta palabra señala, de nuestra parte, el reconocimiento de nuestra miseria y el llamado a la misericordia de Dios. La conciencia de nuestra miseria nos hace pedir perdón, nos llena de contrición, y va acompañada de la voluntad de no pecar más. El verdadero amor que inspira este movimiento nos hace comprender la necesidad de hacer reparación por nuestros pecados. De ahí el sacrificio expiatorio y satisfactorio. Estos diferentes movimientos son necesarios para la conversión que alcanza el perdón del Dios misericordioso, que – en verdad – no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Pretender la felicidad eterna es completamente ilusorio en quien no quiere romper con sus hábitos de pecado, no quiere seriamente huir la ocasiones de pecado, ni tomar la resolución de no volver a caer.
Predicar una misericordia sin la necesaria conversión de los pobres pecadores sería un mensaje vacío de sentido para el cielo, una trampa diabólica que tranquilizaría al mundo en su locura y su rebelión cada vez más abierta contra Dios. El cielo lo dice claramente: “de Dios, nadie se burla” (Gál 6, 7). La vida de los hombres en el mundo de hoy clama por todas partes la ira de Dios. La masacre, por millones, de los inocentes en el seno materno, la legalización de las uniones contra natura, la eutanasia, son otros tantos crímenes que claman al cielo, sin hablar de todas las clases de injusticias…
La misericordia según el Corazón doloroso e inmaculado de María
Tomémonos en serio este llamado a la misericordia, pero ¡igual que los habitantes de Nínive! Vayamos en busca de las ovejas perdidas, recemos por la conversión de las almas, practiquemos en la medida de lo posible, todas las obras de misericordia, materiales y sobre todo espirituales, pues son ellas las que más se necesitan.
Si hace más de un siglo Nuestra Señora pudo decir que le costaba retener el brazo vengador de su Hijo… ¿qué no diría hoy?
En lo que a nosotros se refiere, queridos fieles, debemos aprovechar este Año Santo para pedir al Dios de la misericordia una conversión a la santidad cada vez más profunda, e implorar las gracias y los perdones de su misericordia infinita. Vamos a preparar el centenario de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima practicando y propagando con todas nuestras fuerzas la devoción a su Corazón doloroso e inmaculado, como Ella nos pidió. Seguiremos suplicando ahora y siempre que sus pedidos, en particular la consagración de Rusia, sean por fin escuchados como se debe. No hay ninguna oposición entre estos pensamientos dirigidos a María y el Año de la Misericordia, ¡todo lo contrario! No separemos a quienes Dios quiere ver unidos: los dos Corazones de Jesús y de María, como lo ha explicado Nuestro Señor a Sor Lucía de Fátima. Cada distrito de la Fraternidad os comunicará las obras particulares a practicar para beneficiarse con todas las gracias que la Misericordia divina nos concederá durante este Año Santo.
Así colaboraremos de la mejor manera posible con la voluntad misericordiosa de Dios de salvar a todos los hombres de buena voluntad.
Que Nuestro Señor os bendiga por vuestra generosidad, y en este día de Pentecostés, os conceda sus gracias abundantes de fe y de caridad.
+Bernard Fellay
Domingo de Pentecostés, mayo de 2015
[1] “En la práctica, nuestra actitud debe fundarse en un discernimiento previo, necesario para la circunstancia extraordinaria que significa un papa ganado por el liberalismo. He aquí ese discernimiento: cuando el papa dice algo que es conforme a la tradición, le seguimos; cuando dice algo contrario a nuestra fe, o cuando alienta, o deja hacer algo que daña nuestra fe, ¡entonces no podemos seguirle! Y esto por la razón fundamental de que la Iglesia, el papa, la jerarquía están al servicio de la fe. No son ellos quienes hacen la fe; deben servirla. La fe no se hace, es inmutable, se transmite.” Mons. Lefebvre, Le destronaron, Voz en el Desierto, México, 2002, pág. 263.