El pasado 14 de junio se cumplieron 33 años de la máxima resistencia ofrecida a los brits. por la gloriosa Cuarta Sección de la Cia. Nacar, del BIM 5, comandada por el heroico – y no reconocido al día de hoy ni por la propia Armada -teniente de corbeta Carlos Daniel Vázquez-. Los héroes de Monte Tumbledown.
A las 21, el enemigo comenzó a bombardear las posiciones en el Monte Tumbledown de la Cuarta Sección del BIM 5, comandada por el teniente de corbeta Carlos Daniel Vázquez. El ataque de la artillería de campaña británica continuó sin interrupción hasta las 23,10. Un momento antes, Vázquez se había ubicado en la boca del pozo para tener una visión amplia de lo que ocurría y al mismo tiempo, dar las órdenes y formular los pedidos a través del suboficial Fochesatto, quien había pasado a desempeñarse como radio operador. En ese instante, el conscripto Guida, desde un pozo situado a la izquierda, le grita:
- Señor! Señor! ¡Lo hirieron a Khin!
-Ya voy! -le responde Vázquez, dejando el fusil en el pozo para poder correr con mayor velocidad.
Cuando llegó, el conscripto Khin estaba afuera, tomándose el estómago, con la mirada perdida y tambaleándose, con las piernas muy abiertas. Con el mismo impulso de la carrera, lo empujó hacia el interior, al tiempo que le decía:
-¡Estás loco, parado afuera!
Una esquirla de artillería le había abierto el costado derecho del abdomen y no existía posibilidad alguna de evacuarlo. Otro soldado se introdujo en el pozo para ayudar. La oscuridad era total y sólo entraba algo de luz con el resplandor de las explosiones. Vazquez, tanteando la herida, intentó taponarla y comenzó a practicarle un vendaje de emergencia. En eso estaba, cuando cesó el cañoneo. No había pasado un minuto luego del último disparo de artillería, cuando se escuchó nítidamente el inconfundible sonido de una ráfaga de ametralladora Sterling, ahí nomás, en la misma boca del pozo de zorro. ¿Que había ocurrido? Los ingleses habían aprovechado el intenso fuego de artillería, para aproximarse a escasos metros de la Sección.
-¿Quien puede estar tirando con Sterling? Voy a ver qué ocurre, -exclamó Vázquez extrañado.
Cuando sacó la mitad del cuerpo fuera del pozo se quedó petrificado: dos ingleses, cada uno a no más de cinco metros y a ambos costados de donde estaba Vázquez iban avanzando y disparando. El de la Sterling, con la bayoneta calada y el otro con un FAL, con un cigarillo en la boca. Fue entonces que Khin comenzo a gritar de dolor. Vázquez se zambulló de cabeza en el pozo y la tapó la boca.
- Callate, Gringo, porque acá nos cocinan a todos -le dijo en voz baja-.
Era imprescindible que regresara de inmediato a su pozo, por varios motivos: se encontraba en el extremo izquierdo de la Sección, a unos 100 metros de su posición, que estaba en el centro, lugar desde donde tenía que dirigir el combate. Allí estaba la radio, único enlace con su jefe. Además, recordó que había dejado su fusil, cosa que lamentó.
-Terminá de vendarlo -dijo Vázquez al conscripto que le ayudaba con Khin -. Yo regreso a mi posición.
Sacó la pistola que llevaba en el chaleco y una granada de mano y le quitó el seguro. Cargó el arma y salió del pozo corriendo. En esos momentos pudo observar que el tiroteo se habia generalizado. Los británicos habian pasado al asalto con bayoneta empleando gran cantidad de hombres y a medida que pasaban cerca de los pozos disparaban sobre ellos.
Mientras corría, Vázquez se cruzaba con los ingleses a menos de cinco metros, justo cuando la ola de asalto estaba encima de las posiciones de la Cuarta Sección, caminando entre los pozos.
Los Guardias Escoceses, preocupados por utilizar todo el volumen de fuego que disponían contra los soldados argentinos que, enterrados, les disparaban sin cesar, se sorprendieron al ver a un hombre del otro bando corriendo entre ellos. Era una situación confusa e ilógica, que ocurría en segundos y que no dejaba mucho margen para la reacción. Es razonable aceptar que en medio del asalto un enemigo escape, pero resulta difícil imaginar que corra a lo largo de la posición. Por ello la reacción fue tardía.
En esos instantes, se encendió un iluminante y la zona quedo como si fuese de día. Ahí es cuando Vázquez comenzó a ver la munición trazante que se cruzaba delante suyo. Le estaban tirando con fusiles y ametralladoras. Ante esa situación, tenía dos posibilidades: o se tiraba en un enorme cráter que había cerca, provocado por un proyectil de artillería o se hacia el muerto.
Optó por simular que le habían pegado un tiro y se dejó caer boca abajo, con las piernas y los brazos abiertos. En la mano izquierda, la granada sin seguro; en la derecha, la pistola. La cara sobre la derecha, con el ojo derecho cerrado, porque le había quedado hacia arriba, y el izquierdo abierto.
Los escasos segundos que siguieron le parecieron una eternidad; para colmo, el iluminante no se apagaba. Algunos ingleses pasaron tan cerca, que la nariz solo le permitia verles desde las rodillas hasta las botas. Tuvo miedo de que los nervios lo traicionaran y que al moverse algún inglés se diese cuenta que no estaba muerto. Sabía que le podían dar el tiro de gracia o el bayonetazo y por ello puso dura la espalda, esperando el final. “Tengo que quedarme quieto, no moverme, no salir corriendo, porque no llegaré a mi pozo”, pensó.
Y comenzó a rezar.
Segundos después, cesó la iluminación. Como un resorte, se levantó y comenzó a correr, mientras tiraba con la pistola. El piso estaba lleno de piedras salientes, pequeños agujeros y cráteres de regular tamaño. Para colmo de males, una capa de hielo formaba un manto peligroso. Ya sin aliento, y con las piernas prácticamente sin responderle, observó que en la boca del pozo no había nadie. Sin dudarlo y a pesar de que tenía una profundidad de 2 metros, se zambulló de cabeza.
- «Foche, realmente creí que no iba a llegar nunca”, le dijo al suboficial Fochesatto, quien estaba sorprendido por la forma en que su jefe había caído dentro del pozo.
-¿Qué pasó, señor?
-Hirieron a Khin- -respondió Vázquez, jadeante.
- Señor! Señor! ¡Lo hirieron a Khin!
-Ya voy! -le responde Vázquez, dejando el fusil en el pozo para poder correr con mayor velocidad.
Cuando llegó, el conscripto Khin estaba afuera, tomándose el estómago, con la mirada perdida y tambaleándose, con las piernas muy abiertas. Con el mismo impulso de la carrera, lo empujó hacia el interior, al tiempo que le decía:
-¡Estás loco, parado afuera!
Una esquirla de artillería le había abierto el costado derecho del abdomen y no existía posibilidad alguna de evacuarlo. Otro soldado se introdujo en el pozo para ayudar. La oscuridad era total y sólo entraba algo de luz con el resplandor de las explosiones. Vazquez, tanteando la herida, intentó taponarla y comenzó a practicarle un vendaje de emergencia. En eso estaba, cuando cesó el cañoneo. No había pasado un minuto luego del último disparo de artillería, cuando se escuchó nítidamente el inconfundible sonido de una ráfaga de ametralladora Sterling, ahí nomás, en la misma boca del pozo de zorro. ¿Que había ocurrido? Los ingleses habían aprovechado el intenso fuego de artillería, para aproximarse a escasos metros de la Sección.
-¿Quien puede estar tirando con Sterling? Voy a ver qué ocurre, -exclamó Vázquez extrañado.
Cuando sacó la mitad del cuerpo fuera del pozo se quedó petrificado: dos ingleses, cada uno a no más de cinco metros y a ambos costados de donde estaba Vázquez iban avanzando y disparando. El de la Sterling, con la bayoneta calada y el otro con un FAL, con un cigarillo en la boca. Fue entonces que Khin comenzo a gritar de dolor. Vázquez se zambulló de cabeza en el pozo y la tapó la boca.
- Callate, Gringo, porque acá nos cocinan a todos -le dijo en voz baja-.
Era imprescindible que regresara de inmediato a su pozo, por varios motivos: se encontraba en el extremo izquierdo de la Sección, a unos 100 metros de su posición, que estaba en el centro, lugar desde donde tenía que dirigir el combate. Allí estaba la radio, único enlace con su jefe. Además, recordó que había dejado su fusil, cosa que lamentó.
-Terminá de vendarlo -dijo Vázquez al conscripto que le ayudaba con Khin -. Yo regreso a mi posición.
Sacó la pistola que llevaba en el chaleco y una granada de mano y le quitó el seguro. Cargó el arma y salió del pozo corriendo. En esos momentos pudo observar que el tiroteo se habia generalizado. Los británicos habian pasado al asalto con bayoneta empleando gran cantidad de hombres y a medida que pasaban cerca de los pozos disparaban sobre ellos.
Mientras corría, Vázquez se cruzaba con los ingleses a menos de cinco metros, justo cuando la ola de asalto estaba encima de las posiciones de la Cuarta Sección, caminando entre los pozos.
Los Guardias Escoceses, preocupados por utilizar todo el volumen de fuego que disponían contra los soldados argentinos que, enterrados, les disparaban sin cesar, se sorprendieron al ver a un hombre del otro bando corriendo entre ellos. Era una situación confusa e ilógica, que ocurría en segundos y que no dejaba mucho margen para la reacción. Es razonable aceptar que en medio del asalto un enemigo escape, pero resulta difícil imaginar que corra a lo largo de la posición. Por ello la reacción fue tardía.
En esos instantes, se encendió un iluminante y la zona quedo como si fuese de día. Ahí es cuando Vázquez comenzó a ver la munición trazante que se cruzaba delante suyo. Le estaban tirando con fusiles y ametralladoras. Ante esa situación, tenía dos posibilidades: o se tiraba en un enorme cráter que había cerca, provocado por un proyectil de artillería o se hacia el muerto.
Optó por simular que le habían pegado un tiro y se dejó caer boca abajo, con las piernas y los brazos abiertos. En la mano izquierda, la granada sin seguro; en la derecha, la pistola. La cara sobre la derecha, con el ojo derecho cerrado, porque le había quedado hacia arriba, y el izquierdo abierto.
Los escasos segundos que siguieron le parecieron una eternidad; para colmo, el iluminante no se apagaba. Algunos ingleses pasaron tan cerca, que la nariz solo le permitia verles desde las rodillas hasta las botas. Tuvo miedo de que los nervios lo traicionaran y que al moverse algún inglés se diese cuenta que no estaba muerto. Sabía que le podían dar el tiro de gracia o el bayonetazo y por ello puso dura la espalda, esperando el final. “Tengo que quedarme quieto, no moverme, no salir corriendo, porque no llegaré a mi pozo”, pensó.
Y comenzó a rezar.
Segundos después, cesó la iluminación. Como un resorte, se levantó y comenzó a correr, mientras tiraba con la pistola. El piso estaba lleno de piedras salientes, pequeños agujeros y cráteres de regular tamaño. Para colmo de males, una capa de hielo formaba un manto peligroso. Ya sin aliento, y con las piernas prácticamente sin responderle, observó que en la boca del pozo no había nadie. Sin dudarlo y a pesar de que tenía una profundidad de 2 metros, se zambulló de cabeza.
- «Foche, realmente creí que no iba a llegar nunca”, le dijo al suboficial Fochesatto, quien estaba sorprendido por la forma en que su jefe había caído dentro del pozo.
-¿Qué pasó, señor?
-Hirieron a Khin- -respondió Vázquez, jadeante.
- Los ingleses nos atacan con muchos hombres.
Se tomó unos segundos para recuperarse, guardó la pistola y tomó el fusil, asomando medio cuerpo fuera del pozo. Buscó al grupo de británicos que estuviese más cerca y lanzó la granada que lo había acompañado en su corrida. Tenía para elegir. La cantidad de soldados enemigos era impresionante; algunos se habían quedado combatiendo en el mismo sitio de la posición y unos pocos sobrepasaron el lugar llegando a unos 20 o 30 metros a retaguardia.
Comenzó a dar órdenes, a los gritos, las que a su vez eran pasadas de pozo en pozo, hasta ambos extremos de la Sección.
A la una y veinte de la madrugada y como el enemigo no cedía en su ataque, llamó por radio al puesto de compañía del teniente Villarraza. Por varios motivos, tenía problemas para comunicarse con su jefe: se habían cortado las líneas telefónicas, ambas posiciones se encontraban en las laderas opuestas de una misma montaña que hacía de pantalla y, como si eso fuera poco, desde la tarde del 13 los ingleses interferían los equipos radioeléctricos, primero con música y después hablando y con ruidos. Por ello, a veces, la Tercera o la Segunda Sección retransmitían las comunicaciones.
-Verde, aquí Verde Cuatro -intentó Vázquez,
-Verde Cuatro -fue la respuesta del puesto de comando de Villarraza, a unos 800 metros a retaguardia de la compañía Nácar.
-Solicito fuego de mortero sobre mi Sección.
- Recibido.
El suboficial Elbio Cuñé, jefe de la Sección Morteros de 81 mm. dependía de la central de fuego a cargo del teniente de navio Ubaldo Pagani, instalado en el puesto de comando del BIM 5.
Cuando comenzó el ataque sobre las posiciones del teniente Vázquez, Pagani lo liberó y le dijo que se comunicara directamente con el comando de la Nacar, para hacer más efectivo el apoyo.
Villarraza retransmitió a Cuñé el pedido de fuego de Vázquez. El suboficial tenía reglado el tiro sobre la punta que bajaba de Tumbledown a Dos Hermanas, en un pequeño valle a unos 300 metros delante de la Cuarta Sección. De todas maneras, tenía que recibir la orden del lugar exacto donde hacía falta el apoyo,
- «Verde, aqui Naranja - dijo respondiendo al llamado de Villarraza.
- «Aquí, Verde, adelante Naranja.
- Corrijame, va disparo!
Vázquez, que había alertado a sus hombres que les caería fuego de morteros, le comunicó a Villarraza la corrección del tiro y este le retransmitió a Cuñé:
- Alargue lOO, derecha 50.
- Recibido. Va -respondió Cuñé,
- Bien, está en zona batida.
De inmediato cayeron sobre la Cuarta Sección unas quince salvas provocando una gran sorpresa entre los británicos, que comenzaron a desbandarse. También hizo fuego el suboficial Lucio Monzón, con sus morteros de 60 mm, ubicado a 500 metros a retaguardia de la Nácar, con seis conscriptos. Ese fue un momento muy difícil, durante el cual quien estaba combatiendo desde su pozo no podía meterse adentro y tenía que seguir tirando. Si deja de disparar, el enemigo que lo tiene localizado perfectamente y que ya está jugado pues el fuego lo agarró desprotegido, se le va encima y, como hacían los ingleses, le arroja una granada dentro del pozo o se para en la boca del mismo y vacía un cargador en el interior, ocupando luego ese mismo agujero.
Además, el combate en esas condiciones es totalmente entreverado. A los proyectiles de los morteros 81 había que sumar los cohetes, granadas y misiles Milán que tiraban los británicos. Un infierno, donde las distancias entre contendientes no excedían los 8 o 10 metros y donde los disparos de cada uno eran su mejor cubierta. Nadie tenía tiempo de apuntar, solo de tirar al bulto, sin exponerse demasiado porque con seguridad uno o más enemigos le estaban tirando. Esa situación fomentaba la inseguridad de ambos bandos y dificultaba la precisión de los disparos.
Finalmente, ante la intensidad del fuego de morteros, los británicos se replegaron a la posición de partida que habían adoptado para el ataque, en el valle, al oeste de Tumbledown. Muy pocos quedaron a retaguardia de la Cuarta Sección, escondidos detrás de alguna piedra, al no poder escapar con el grueso. Era exactamente la 1,30 del 14 de junio.
El asalto de la Guardia Escocesa de la Reina había sido rechazado. Un silencio absoluto que se prolongó por espacio de media hora se apoderó del monte. Ni siquiera había viento y la visibilidad era buena, luego de haber pasado momentos de niebla cerrada, fuerte lluvia de granizo y nevadas.
De pronto, ese extraño silencio se rompió con los gritos de los argentinos. "'Viva la Infantería de Marina», "Vengan ingleses hijos de rata", “Que venga la Reina, carajo”, "Vengan, que acá está la Cuarta Sección", Los nervios, la tensión vivida durante más de dos horas de combate ininterrumpido, el cansancio, el miedo, daban paso a un desahogo merecido.
Los habían rechazado...
A esos hombres tenaces y a su extraordinario jefe, aún no reconocidos ni siquiera por su propia fuerza, les dediqué esta letra, que canta Carlos Longoni:
Se tomó unos segundos para recuperarse, guardó la pistola y tomó el fusil, asomando medio cuerpo fuera del pozo. Buscó al grupo de británicos que estuviese más cerca y lanzó la granada que lo había acompañado en su corrida. Tenía para elegir. La cantidad de soldados enemigos era impresionante; algunos se habían quedado combatiendo en el mismo sitio de la posición y unos pocos sobrepasaron el lugar llegando a unos 20 o 30 metros a retaguardia.
Comenzó a dar órdenes, a los gritos, las que a su vez eran pasadas de pozo en pozo, hasta ambos extremos de la Sección.
A la una y veinte de la madrugada y como el enemigo no cedía en su ataque, llamó por radio al puesto de compañía del teniente Villarraza. Por varios motivos, tenía problemas para comunicarse con su jefe: se habían cortado las líneas telefónicas, ambas posiciones se encontraban en las laderas opuestas de una misma montaña que hacía de pantalla y, como si eso fuera poco, desde la tarde del 13 los ingleses interferían los equipos radioeléctricos, primero con música y después hablando y con ruidos. Por ello, a veces, la Tercera o la Segunda Sección retransmitían las comunicaciones.
-Verde, aquí Verde Cuatro -intentó Vázquez,
-Verde Cuatro -fue la respuesta del puesto de comando de Villarraza, a unos 800 metros a retaguardia de la compañía Nácar.
-Solicito fuego de mortero sobre mi Sección.
- Recibido.
El suboficial Elbio Cuñé, jefe de la Sección Morteros de 81 mm. dependía de la central de fuego a cargo del teniente de navio Ubaldo Pagani, instalado en el puesto de comando del BIM 5.
Cuando comenzó el ataque sobre las posiciones del teniente Vázquez, Pagani lo liberó y le dijo que se comunicara directamente con el comando de la Nacar, para hacer más efectivo el apoyo.
Villarraza retransmitió a Cuñé el pedido de fuego de Vázquez. El suboficial tenía reglado el tiro sobre la punta que bajaba de Tumbledown a Dos Hermanas, en un pequeño valle a unos 300 metros delante de la Cuarta Sección. De todas maneras, tenía que recibir la orden del lugar exacto donde hacía falta el apoyo,
- «Verde, aqui Naranja - dijo respondiendo al llamado de Villarraza.
- «Aquí, Verde, adelante Naranja.
- Corrijame, va disparo!
Vázquez, que había alertado a sus hombres que les caería fuego de morteros, le comunicó a Villarraza la corrección del tiro y este le retransmitió a Cuñé:
- Alargue lOO, derecha 50.
- Recibido. Va -respondió Cuñé,
- Bien, está en zona batida.
De inmediato cayeron sobre la Cuarta Sección unas quince salvas provocando una gran sorpresa entre los británicos, que comenzaron a desbandarse. También hizo fuego el suboficial Lucio Monzón, con sus morteros de 60 mm, ubicado a 500 metros a retaguardia de la Nácar, con seis conscriptos. Ese fue un momento muy difícil, durante el cual quien estaba combatiendo desde su pozo no podía meterse adentro y tenía que seguir tirando. Si deja de disparar, el enemigo que lo tiene localizado perfectamente y que ya está jugado pues el fuego lo agarró desprotegido, se le va encima y, como hacían los ingleses, le arroja una granada dentro del pozo o se para en la boca del mismo y vacía un cargador en el interior, ocupando luego ese mismo agujero.
Además, el combate en esas condiciones es totalmente entreverado. A los proyectiles de los morteros 81 había que sumar los cohetes, granadas y misiles Milán que tiraban los británicos. Un infierno, donde las distancias entre contendientes no excedían los 8 o 10 metros y donde los disparos de cada uno eran su mejor cubierta. Nadie tenía tiempo de apuntar, solo de tirar al bulto, sin exponerse demasiado porque con seguridad uno o más enemigos le estaban tirando. Esa situación fomentaba la inseguridad de ambos bandos y dificultaba la precisión de los disparos.
Finalmente, ante la intensidad del fuego de morteros, los británicos se replegaron a la posición de partida que habían adoptado para el ataque, en el valle, al oeste de Tumbledown. Muy pocos quedaron a retaguardia de la Cuarta Sección, escondidos detrás de alguna piedra, al no poder escapar con el grueso. Era exactamente la 1,30 del 14 de junio.
El asalto de la Guardia Escocesa de la Reina había sido rechazado. Un silencio absoluto que se prolongó por espacio de media hora se apoderó del monte. Ni siquiera había viento y la visibilidad era buena, luego de haber pasado momentos de niebla cerrada, fuerte lluvia de granizo y nevadas.
De pronto, ese extraño silencio se rompió con los gritos de los argentinos. "'Viva la Infantería de Marina», "Vengan ingleses hijos de rata", “Que venga la Reina, carajo”, "Vengan, que acá está la Cuarta Sección", Los nervios, la tensión vivida durante más de dos horas de combate ininterrumpido, el cansancio, el miedo, daban paso a un desahogo merecido.
Los habían rechazado...
A esos hombres tenaces y a su extraordinario jefe, aún no reconocidos ni siquiera por su propia fuerza, les dediqué esta letra, que canta Carlos Longoni:
Monte Tumbledown
En la noche del último lance
Del enfrentamiento postrer,
Detuvimos al brit en su avance
De las diez y hasta el amanecer.
Quien debía habernos cubierto,
Se esfumó sin aviso alguno.
Quien no fue malherido, fue muerto,
Mas de todos flaqueó solo uno.
Si entrecierro los ojos, me arrima
La memoria, el más fiel de los chasques,
Esa escena dantesca en la cima:
Las Termópilas de Carlos Vázquez.
Con el joven teniente al frente,
Y aun siendo uno ante diez,
Nuestra cuarta sección ciertamente,
A parir puso al guardia escocés.
Desde el vamos tuvimos bien claro,
Que los cuarenta en un haz,
Con el Cristo por todo amparo,
No daríamos ni un paso atrás.
Si entrecierro los ojos, asoma,
Como tela de aquel pintor Cúneo,
Esa noche archinegra en la loma,
Que el fragor convirtió en plenilunio.
En un cuerpo a cuerpo trenzados,
No pedimos ni dimos cuartel.
El teniente exigió a los mandos
Que el fuego lo abrieran sobre él.
No importaba si él mismo caía
Daba igual si moríamos todos.
Si, contaba, la quijotería
De parar a los brits de ese modo.
Si entrecierro los ojos, me arrima
La memoria, el más fiel de los chasques,
Esa escena dantesca en la cima:
Las Termópilas de Carlos Vázquez.