“Las multitudes me dan pena”. A Bernanós le daban asco. ¿Qué debemos darles? ¿Pan o desprecio? Multiplicó los panes y quisieron hacerle Rey. Pero al otro día se acabó el pan, comenzaba la tarea de darles el Pan de Vida. Tarea que pasaba por el Gólgota. El cristiano se formaba en la idea que había que pasar hambre. ¡Qué crueldad! Pero no había otra. Todo era escaso. Todos pasaban frio. La ciencia pedía rienda y la Iglesia la contenía. Tampoco se pensaba que iba a ser para tanto. ¡Pero fue! San Galileo abrió las puertas y el pan rodó a raudales. Había que aprender a repartirlo. Cierto que los nuevos apóstoles se roban las canastas y comen como tigres. Grandes glotones. Pero es cuestión de mejorar la repartija con más producción.
¿Por qué lo hizo un día y lo negó al otro? Nadie lo pudo entender. Nosotros no lo podemos entender. ¿Por qué dejó de curar los enfermos? Hay que hacer hospitales. ¿Por qué necesariamente la abundancia tenía que suponer el desequilibrio del espíritu? ¿Y por qué lo contrario? ¿Por qué el pensamiento que lleva al hambre lleva a la paz del espíritu; y por qué el que produce la abundancia incita a la angustia existencial? Santo Job, Santísimo Jeremías ¿Quién conserva la fe ante tal dislate?
¿Cómo no llenarse de piedad frente a este mundo? Las almas al borde del abismo y los cuerpos buscando todas las satisfacciones que provee esta gran teta socialista henchida de bienes. Los ricos embrutecidos con inmundicias de buena calidad y los brutos amontonados en un océano de inmundicias de segunda marca. Los administradores de la gran ubre pegados al mejor pezón y el resto por turnos, a los codazos. Los pastores mendigando de los ricos y consolando a los pobres, hablando mal de unos en casa de los otros para mantener el la intermediación. Razón de más para perdonarles todo a todos, después de todo, Dios es un consuelo para los malos momentos de ambos, y todo se amortigua con dinero, dinero que se da y que se recibe. Cada uno por ratos elevan la mirada, y vuelven a lo suyo.
¿Cómo no despreciarlos? Parva de gusanos unos y otros . Y uno en el medio, escapando de unos y otros. Vomitando, pero esperando el turno del manoseado chupón. Sintiendo piedad porque sentimos piedad de nosotros. Sintiendo asco porque sentimos asco de nosotros.
¿Quién podrá apiadarse sin culpa? ¿Quién podrá despreciarnos con altura? Porque el hombre necesita la piedad de un Santo y el desprecio de un Héroe. Esos que se apiadan y desprecian sin apiadarse ni despreciar a nadie. Sólo por ser piadosos y magnánimos.
Si… entiendo. Hay que sentir pena y misericordia por esos pobres desamparados, por esos imbéciles. ¿O no? Pero sobre todo si yo soy uno de ellos. Sin duda alguna el primer acto de misericordia para un mundo confuso es no decirles la verdad, no decírmela a mí mismo. Eso es meter el dedo en la llaga. Lo mejor es decirles que la verdad es muy complicada. Que no la podemos entender, por lo menos no todos, más aún, todavía no del todo, ninguno; es una conquista paulatina, no hay culpa. Y menos aún con panzas vacías. Mucha caridad, me dicen. ¿Cómo? ¿Qué cornos busca la caridad, qué ama, si no es la Verdad? Si la verdad no es posible, tampoco lo es la caridad. Y no alcanzo a entender la fórmula de esta caridad. ¿Cómo puedo sentir misericordia por mi buena mitad, si no desprecio la otra? Hay que ser misericordioso diciéndoles que yo también estoy confundido, pero sin falsedades, hay que comenzar a estar verdaderamente confundidos para ser verdaderamente caritativos. Hay que hacer el esfuerzo de confundirse. Si no lo estabas… ¡mira bien! No puedes no estarlo. Serías un soberbio despiadado.
¡Pobrecito el curita simplón al que hicieron modernista! ¡buah buah!. Pobrecito al que educaron mal. ¡Pobrecitos los confundidos! Que se hicieron burgueses. Pobrecita la que en la confusión se hizo prostituta, el que se hizo homosexual; el que se hizo ladrón y mentiroso. ¡Todos tan huérfanos! Y puedo seguir. ¿En qué punto, tu lector, paras? ¿Llegas a los dos primeros y hasta allí? O sigues otro más … ¿y otro? ¿Por qué no unos y sí otros? Llegas hasta dónde tú llegaste, y ya llegarás más lejos. Todos son fruto de la confusión que hoy comienzas a sentir. Querido amigo, despreciable narciso. Es a ti a quién perdonas y de quién te apiadas. Apiádate de Cristo y despréciate en Cristo. Santo y Héroe. Él, que fue la Verdad, es a quien se dirige la caridad.
Hay que apiadarse de los Santos, porque marchan al ludibrio, a la burla, a la muerte. Hay que apiadarse de los que están seguros en la Verdad porque ya hay leyes para multarlos y encarcelarlos. Porque nadie va a perdonarlos. Porque van a escupirlos y quitarles todo. Porque los crucifican en oriente y los acorralan en occidente; y hay que conservar intacto el desprecio que impide la autojustificación. No hay razón para estar confundidos, simplemente es conveniente, es el precio del bienestar, mientras más confundidos, mejor. A rio revuelto…
Bernanós no era un maldito, había que asegurarse el desprecio. Vendrían tiempos que se haría muy necesario. Un caritativo desprecio. Porque ya llegaría el desprecio diabólico, el que supone a todos despreciables de escuchar la dura Verdad, despreciables para pedirles la santidad y el sacrificio.
¿Es que Cristo fue tan impotente? ¿Qué no alcanza su Redención para nuestros días? Que después de tanta claridad debemos justificar tanta confusión. ¿No es que el día de la apostasía y la gran confusión, será también el de los más grandes santos? La piedad por la confusión crea la impiedad por la santidad. La fe de un Lefebvre merecía la excomunión, estaba expresada en forma acertórica y era “despiadada” (resulta inaceptable su caridad por los perplejos sin compartir la perplejidad, pues, en el lenguaje de ellos, la encarnación es compartir las debilidades humanas). Ratzinger, cuando menciona la verdad, la expresa en potencial (no es una figura retórica que uso, expresamente cuando habla de los dogmas, no los asegura, los pone en modo potencial, “se podría decir que…”); es necesario no mostrarse con una fe exhibicionista frente a tanta duda, además… es la duda el motor del progreso y la cura de los males.
Todos debemos ser un poco confusos, un poco ladrones y un poco putos; para desde allí sanar lo confuso, lo avaricioso y lo prostituto. Y es verdad que lo somos, por lo menos un poco, nosotros los pecadores, y sabemos en nuestra intimidad de esta vergüenza que es vergüenza si hay aunque sea uno, que no sea eso que somos, que nos muestre la posibilidad de no serlo. Nuestra vergüenza se sanaría si supiéramos que todos somos despreciables, pues ya no lo seríamos, nadie podría hacerlo, nadie daría la medida. Pero no todos lo son, no se confundan, no los Santos de la Santa Iglesia, no Cristo ni su Madre.
Sabíamos esta mentira, es vieja como el mundo (la practicaba Rasputín) es el ladrón que juzga a todos de su condición. Y aunque no nos atrevemos a lo último – por ahora- estamos jugando con la confusión que es el principio; y desde la teología de los “potables” conservadores, estamos falsificando un Cristo que no es pura Claridad, sino que se anuncia entre unas brumas humanas y nos pide a nosotros caminar como él entre esas brumas hacia un futuro histórico que complete lo que él no pudo terminar. Una redención en cooperativa con la misma humanidad y no total y culminada en Él, en su total y perfecta santidad. Una redención que se cumple desde lo más abyecto de la condición humana. Una enorme blasfemia contra el Justo y los justos de nuestra Iglesia, blasfemia coronada con el sentar en la silla de Pedro a uno que patentice esta inmunda condición que es la nuestra (Dios me perdone por tanta audacia); encumbramiento infame que se hizo en vida del promotor y por su voluntad expresa. Encumbramiento que se hizo sí, en esta increíble ocasión, inédita en la historia, por una diabólica “apreciación del desprecio”. ¿O alguien duda de que no fue elegido por “despreciable”, por “humano”, por tener olor a oveja? Por poder hacer que todos nosotros los pecadores lo sintamos un camarada. Porque el mismo elector – proxeneta y mamporrero - renunciando al puesto para acelerar el proceso, no se atrevía a ser él el modelo de la bajeza y expresó en su sucesor todo su asco por nosotros. Su gesto de asco era evidente para todos, antes y después, en eso no se equivocaba la “opinión pública”, como no se equivocan “los notables” que Francisco es uno de ellos.
Nos guste o no, el espíritu crece en la pobreza (y no en ese invento astucioso del “espíritu de pobreza” en la abundancia, que tan bien cultivan algunos ricos y que sólo se refiere y se aplica a buenos, ascéticos y adustos administradores de los bienes de este mundo). La carne debe sufrir y morir para que nazca el espíritu. Cristo se hizo hombre, menos en el pecado, nos salvó desde la perfección. La confusión es un vil negocio, es la pícara justificación de una seguridad en la avaricia y la lujuria, en la tibieza y la comodidad. Es un sufrimiento falso que asegura los placeres. No hay piedad para ellos y su torpe justificación.
¡Pobrecitos los Santos! (Y por ellos lloro de verdad esta vez, porque tengo algunos cercanos, entrañables, que sé que serán molidos como el buen trigo con la piedra del molino, y toda mi ira y mi deseo de venganza anticipada de nada sirve – ¡como Juan le pido a Cristo que mande fuego sobre sus cabezas! - quedando para mí sólo la vergüenza y el honor de haberlos tratado. Y no es alarde ni presunción: hay cerca nuestro, grandes santos de Dios, que apenas si vemos y que resplandecerán en su momento, siendo su perfección y no su complicidad, la que nos consuele de nuestras culpas).