Reforma del Código. Filosofía subyacente

Enviado por Dardo J Calderon en Jue, 30/07/2015 - 3:34pm

Establecer el sustrato filosófico de la tarea de un abogado es una faena ímproba que la más de las veces va a ser impugnada por el referido como injusta y simplificante.

Esto por el primer motivo de que los abogados rara vez han cultivado esta ciencia y carecen de proyección fuera de los intereses propios, de su clientela, de los grupos de poder y de las modas, y simplemente manejan los conceptos como objetos arrojadizos o mercancías de intercambio (recuerdo haber hecho una crítica a un trabajo sobre Sampay, más o menos en estos términos). Pero mal que nos pese, más allá de nuestro oportunismo de vedettes, el ambiente nos influye para que por encima del acendrado regusto por el usufructo de las circunstancias, formamos parte de un elán que se impone desde las usinas intelectuales que, no por peor pagadas, dejan de ser más influyentes. Sabemos que los pescadores ganan a río revuelto, pero,  aunque mueran en la pobreza, los que revuelven el río siguen siendo los protagonistas de la historia.

En síntesis, el planteo de la actual reforma consiste en que la ley no es más ejemplar de conductas, no va a la vanguardia del orden modelando el quehacer humano, sino que consiste en ir detrás de los hechos, de las experiencias, detrás de esta gran entelequia descripta por Hegel que es la Historia, receptando sus manifestaciones sin someterlas a juicio y regulando brevemente los efectos. Todo esto en la confianza de que el hombre evoluciona por sí mismo hacia formas más desarrolladas, llevado por un “espíritu” colectivo que es el sentido de los tiempos, en el cual se deposita la confianza aún a pesar de que no sabemos a dónde nos lleva. Acto de fe dogmática en el progreso que se basa en un optimismo al que nadie está en derecho de poner en dudas y que produce la convicción de que cualquier torpeza siempre anuncia un éxito (concepto que en el ámbito económico engrosa la fortuna de quienes ganamos con la torpeza).

Ese proceso, en ámbitos intelectuales, se ha dado en llamar “revolución”, que en sus manifestaciones no se evidencia por el planteo conceptual (que por otra parte es vacuo), sino por los métodos políticos dirigidos a “acelerarlo” (y que terminan siendo todo su verdadero pensamiento, es decir, pura praxis destructiva a base de una quimera indefinida), promoverlo y ayudarlo.

Me explico: se trata de romper las “superestructuras” que lo detienen o retrasan, a fin de que libre de ellas, el espíritu se desenvuelva en total libertad y sin prejuicios, a fin de arribar presurosos al estado de “completa humanidad”. Esto es la “modernidad”. En suma, un buscar algo que no se sabe qué va a ser, una “nada”, pero con clara definición de los métodos de demolición, métodos definidos por lo que “es”algo. Y pareciera que una vez caídas estas estructuras, nos llegará la felicidad.

Pero siempre hay un aguafiestas, que en este caso es la “posmodernidad”, y que nos dice que ese hombre que se suelta de las superestructuras, por un rato (que se está volviendo largo),  lo que experimenta no es la madurez de su autoconciencia ni la felicidad, sino un estado de “desamparo” que lo vuelve un tanto loco de soledad y angustia, es la Caperucita que tiene que transitar el bosque. Pero aquí nos dejan, esperando que el pajarito que han empujado del nido, aprenda a volar solito (mientras se hacen un festín los depredadores) y por tanto la tarea de hoy, es mitigar ese estado de indefensión con paliativos de tipo socialista (proteger los consumidores, planes de ayuda, doctrinas consoladoras, etc.), para lo cual también cobran (y bien); al punto que el normal de la gente, nunca sabe bien si está frente a un depredador o un protector, ya que definir esto necesita valores que crean nuevas superestructuras. Mientras,  la abuelita – Iglesia- duerme en su casita y no acierta bien a definir si es el lobo o el leñador el que ha llegado a los pies de su cama.

Lobos, guardabosques y abuelitas, han entendido que el proceso de desamparo debe darse inexorablemente  como paso necesario a la madurez, que si no llega mañana, llegará pasado, o más pasado. Eso sí, para todos en esto hay un negocio en conducir la praxis revolucionaria, que puede ser más violenta (el Che) o más misericordiosa (Benedicto XVI).

En suma, la tarea de hoy es la “deconstrucción” de toda estructura que implique un corset al devenir libre de la historia. Salvados los eufemismos, se trata de la demolición de las instituciones que guiaban el curso terreno de la humanidad. Ahora bien, ¿cuáles eran esas instituciones que hay que demoler? Pareciera que para los Jacobinos será la Monarquía (así lo entiende Ayuso en la Cabeza de la Gorgona) y para Marx la superestructura capitalista, y así, cada emprendimiento ataca una forma nueva y diferente de estructura. Lo que si así fuera, permitiría que la abuelita Iglesia, pueda permanecer más o menos dormida porque la batalla está fuera del atrio y ella puede dar en cada caso una nueva forma adecuada de acceso al templo.

Pero por desgracia el asunto no es así. Las únicas estructuras reales de civilización en la historia del mundo, es decir, Instituciones vitales, fueron las construidas por la Iglesia. Y el ataque es siempre directamente contra ella. Porque las instituciones cristianas no son organismos que se construyen y se dejan andando solos y pueden tener vida fuera de la Iglesia; son instituciones cristianas en la medida que están permanentemente vivificadas por la gracia que emana de Ella, y si no, ya no son nada, ni siquiera una civilización o una cultura, son un principio de destrucción.

Lo que pasa es que se suelen confundir estructuras con ruinas que algo mantienen en pie. La Ilustración ya había desgajado a la Monarquía de la Iglesia y en 1789 se atacaba lo que en dicha ruina podía quedar de cristiano. El capitalismo también es una ruina y no una estructura, y Marx atacaba en ella lo que quedaba residualmente de cristiano. El ataque es siempre sobre “estructuras”, sobre instituciones, y resulta que el único que ha podido crearlas  es el cristianismo. El ataque de la revolución es siempre al cristianismo. Blanc de Saint Bonnet definía la revolución como un asunto religioso con consecuencias políticas, que sólo podría resistirse desde el plano religioso.

Ayuso hace un giro, pareciera que el ataque es a la “civilización surgida del cristianismo”, pero no a la Iglesia misma, lo cual es una miope inversión. El ataque es claramente hacia el fundamento vital de todas estas instituciones. Y cuando él invierte la fórmula y hace que la revolución sea “algo político con consecuencias religiosas”, sienta la base de que el remedio es político y no religioso, privando a la resistencia de su mejor arma. Aunque la confusión tiene algunos atenuantes que veremos.

La Iglesia en su mistérica existencia es inexpugnable, inderrotable, y a pesar de que van cayendo las instituciones creadas y sostenidas por la gracia, por vaciamiento de la misma, Ella permanece incólume aunque replegada en cada vez más pequeños reductos, pero con toda su fuerza intacta. El ataque revolucionario es siempre una quimera, es querer derrotar a la misma tarea Redentora de Cristo, y eso es imposible. Lo que van cayendo son las añadiduras, los esqueletos de esas instituciones que son las únicas pasibles de derrota. El enemigo golpea en el centro. Pero lo que cae es la periferia. Pero esto no lo deja contento, porque él no ataca estas periferias sino como blancos secundarios, sabido de que siempre que exista la Iglesia, todo puede renacer. Lo que Ayuso no ve, es que la civilización cristiana es un daño colateral, el ataque es contra la Iglesia, y si él no lo tiene claro, la masonería sí lo tiene.

La tarea de resistencia en el sólo plano político, se trata de levantar estructuras, o de incidir en las estructuras levantadas por el enemigo, que cuentan con la sola fuerza humana, siendo que la tarea religiosa es restaurar estructuras desde la gracia vivificante de la Iglesia. Y sabiendo que eso que se levanta o sobre lo que se incide desde la política, no son “estructuras”, sino ruinas, cajas vacías e impotentes que llevan dentro de sí mismas la dinámica autodestructiva del elán modernista que más arriba describimos y que los va a engullir a todos mis queridos entristas, colaboracionistas, politólogos, sociologistas y bien intencionados. Porque no hay posibilidad alguna de “vida” fuera de Cristo. “El que conmigo no junta, desparrama”. Lo que hay en ellas es una dinámica de muerte, a la que lobos, guardabosques y la abuelita, colaboran como colaboran los gérmenes vivos de una enfermedad. Esa vida infecciosa que sólo vive para provocar la muerte y morir junto con el cuerpo atacado; pero que a veces parece que fuera toda una organización que nos da de comer, siendo que nos estamos comiendo la vida. Pareciera que hay que accionar desde la municipalidad y no desde el Seminario. ¡Qué torpeza!

Volviendo a la reforma del Código, el ataque es a la familia. El viejo código liberal conservaba un resto de cristianismo en su legislación de familia, y es esto lo que ha recibido el golpe. ¿A quién iba dirigido el golpe? No hace falta ser muy astuto. ¿Cuál es la propuesta nueva, cuál el nuevo orden? Ninguno, se trata de dejar libremente que la naturaleza caída vaya haciendo con libertad su desastre y regulando las consecuencias económicas. Se trata de acelerar un proceso enfermo porque nos hemos acostumbrado desde nuestros pequeños amparos burgueses, a ser los gérmenes de la enfermedad y no el remedio que sana. Disfrazados de lobos o de guardabosques.

Bien, con la reforma se ha caído el último bastión de una legislación modélica de la conducta familiar, que en realidad es el último refugio de la cristiandad y de la Iglesia. La reforma implica poner la legislación atrás de los hechos y por ello, será vieja en quince días, cuando a alguien se le ocurra una unión convivencial con la hermana, con la madre o con una oveja, ya está caput; hay que volver a regular. Pero fue hecha para atacar ese último reducto de Iglesia. Su motivación fue religiosa y su promoción y pensamiento fue de una abogada judía que la tiene más clara que Ayuso. Y que no pretende ni propone ningún modelo social. Sólo quiere libertad total para que el hombre se exprese. Demoler no para construir algo, sino para que suceda el milagro de la redención puramente humana que tiene como fuerza a la materia que empuja la historia.

Cuando nuestros queridos municipalistas vuelvan cansados del trabajo, encontrarán que ya no tienen familia, y que lo que es peor, su trabajo fue un necesario contrapunto al proceso de demolición, como suele suceder con el aparto inmune del cuerpo una vez que el cáncer se enseñorea de él.

Lo que no se construye desde el inicio sobre la fuente de la gracia, de nada sirve jamás; y si lo que quieren es volver al viejo argumento falaz de que el cristianismo se construyó sobre un imperio decadente al que se coptó desde dentro, siguen ciegos al misterio de Cristo que “Todo lo hizo Nuevo”. Que no fue un proceso de coordinación de elementos, sino que fue una “Nueva Creación”, aún mucho más espléndida que la primera.

Felices elecciones, y que Dios les conceda a los que estimo, unas fructuosas derrotas.