En las últimas semanas, decenas de miles de refugiados procedentes en su mayoría de Siria tratan de introducirse en Europa.
Los medios de adoctrinamiento de masas divulgan imágenes desgarradoras del éxodo, nos desvelan algunos episodios especialmente trágicos del mismo y nos muestran los aspavientos inoperantes de las autoridades europeas, que no saben cómo hacer frente a la avalancha humana. Algún día las informaciones sobre este éxodo multitudinario podrán ser estudiadas como un modelo de esa mezcla inmunda de sensiblería y cinismo que caracterizó una época inmoral en la que se ponía tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.
Es, en verdad, diabólico que se nos presente este éxodo trágico como un dilema moral irresoluble al que los europeos debemos hacer frente, eligiendo entre el buenismo filantrópico y la dureza de corazón, mientras se nos escamotean las causas del mismo. Y, con las causas, la complicidad de los gobiernos europeos en la catástrofe que ahora se desmanda. Porque, para explicar lo que en estos días sucede, hay que empezar explicando que existía un país musulmán llamado Siria donde la minoría cristiana era respetada y donde las intemperancias del islamismo habían sido embridadas; un país soberano que había decidido entablar alianzas económicas, políticas y militares con países vecinos que el Nuevo Orden Mundial quiso impedir a toda costa, puesto que desafiaban sus planes para la región, que exigen sumisión plena a las directrices del anglosionismo. De este modo, un país pacífico, regido por un dictador relativamente benévolo, fue convertido en un polvorín: el Nuevo Orden Mundial armó a «rebeldes» y «opositores» (así se designaba entonces a los fanáticos mahometanos que ahora reciben el nombre de «yihadistas»), presentándolos ante las masas cretinizadas como «opositores de Al Assad»; y no sólo los armó, sino que los aprovisionó, los dotó de apoyo logístico, les proporcionó la ayuda de sus servicios de inteligencia. En algún momento, incluso, el Nuevo Orden Mundial pensó irrumpir a rostro descubierto en el «conflicto» que él mismo había generado, pero la oposición de Rusia lo desaconsejó; aunque desde entonces ha seguido operando enmascaradamente, como hace en estos momentos Turquía (con la bendición de los Estados Unidos), que con la excusa de crear una «zona segura» en derredor de su frontera (¡esa misma frontera que durante años ha dejado expedita a los fanáticos venidos de todo el mundo que deseaban sumarse a la Yihad!) se está anexionando territorio sirio y matando kurdos a mansalva, que ya se sabe que siempre ha sido uno de los pasatiempos predilectos de los turcos.
Y, mientras todo esto sucedía, los gobiernos europeos, que no son sino los capataces de las colonias democráticas que el Nuevo Orden Mundial ha instaurado en el viejo continente, han mirado para otro lado. Han callado ante las masacres de cristianos sirios, han negado su ayuda al régimen de Al Assad, han financiado la formación militar de «rebeldes» y «opositores», han mirado para otro lado cuando los «rebeldes» y «opositores» eran dotados con armamento de fabricación europea, han ensayado pucheritos de horror cuando los «rebeldes» y «opositores» se han puesto a filmar degollaciones o a dinamitar restos arqueológicos. Y ahora se llevan las manos a la cabeza, ante la avalancha de refugiados sirios. Y, como los saduceos, nos tienden la trampa de elegir entre el buenismo filantrópico y la dureza de corazón.
Caiga la sangre de los sirios sobre vosotros y sobre vuestros hijos, capataces abyectos, felpudos indignos, lacayos serviles del Nuevo Orden Mundial.