Con respecto a este tema y con el correr de los años, después de haber leído varios ensayos sobre el tema, la única frase que siempre me vuelve a la memoria como una sentencia que me salva de las desilusiones dadas y recibidas, son aquellas sabidas estrofas de los consejos del Martín Fierro… “de los hombres solo en uno, con gran precaución en dos”, siendo que esta obra, en el decurso de la relación entre Cruz y Fierro, realiza un verdadero tratado de la amistad de la que los argentinos se han olvidado para cultivar un amiguismo de patota, que tiene ver más con el puerto que con nuestras mejores tradiciones.
Con lo que tenemos en primer lugar, que muy por el contrario de aquella idea tan argentina de tener un “montón” de amigos, es esta una relación que se da muy extrañamente, un par de veces en la vida. Pero veamos un poco antes de las estrofas mencionadas, que Hernández habla de la “confianza”. Es decir, que lo que hace al núcleo de esta relación es la “confianza” - es el confiar - que según la real academia se trata de: “Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa”, pero esta confianza se hace posible si el otro se ha demostrado “confiable”, es decir, si “demuestra firmeza, seguridad y persistencia para la tarea encomendada”.
La confianza es un acto de fe, por el cual se “espera” del otro una conducta futura; en suma, es un analogado del acto de fe religioso, por el cual una persona tiene confianza en que el otro mantendrá una conducta; pero no confía ciegamente, sino porque aquel otro me lo hace suponer por su conducta anterior, por sus antecedentes y principalmente, porque el otro me avisa con sinceridad, qué es lo que puedo esperar de él y lo que no. Ambas partes se pesan en su realidad sin caer en falsas ilusiones. Y hasta aquí, la amistad consiste en ver al otro tal cual es y aceptarlo tal cual es. Lo que no quiere decir que también queramos cambiarlo, pero “dentro de lo que es”.
Cristo hace posible nuestra fe en Él, porque demuestra su conducta primeramente; es decir que se encarna y “vive” como hombre. El acto de fe de nuestra religión no es una precipitación en una confianza ciega, como puede ser entre musulmanes, sino que nuestro Dios (que no es el mismo que el de las otras religiones) nos pide la fe aportando el testimonio de una conducta firme, segura y persistente – se hace confiable- pero también de una conducta futura anunciada y ponderable. Con esto queremos decir que Dios no nos depara “sorpresas”, si no que nos promete claramente lo que podemos esperar de Él, y lo que no. Es un Dios que no hace estafas ni promesas falsas, y en ese sentido este nuevo dios que se han inventado los modernistas y que sale a prometer una serie de cosas increíbles – como una vida terrena de felicidad y armonía, una revolución de la ternura, una realización de nuestros sueños - cosas que no tienen asidero en conductas antecedentes anteriores (Cristo no pudo hacer esta civilización del amor, ni lograr una ciudad justa, ni nada parecido ¿por qué lo habría de hacer ahora?), ni en promesas claras hacia el futuro; constituyéndose en un gran timador que justifica esta enorme apostasía en la que estamos, que no es otra cosa que desilusión. Una serie de vivos andan prometiendo en Su nombre, y fallando como marranos - realmente llama la atención que todavía alguien crea - para peor, si les decís la verdad, sos un aguafiestas.
Y esto simplemente porque en primer lugar el modernismo ya no habla de Dios, y sobre los que nos pide “confianza” es sobre nosotros mismos, es nuestra conducta la que hará el milagro, es un dios inmanente que se resuelve en nosotros mismos y entonces ya no se trata de amistad con “Otro” en el que se confía, sino que el acto de fe modernista, es sobre nosotros mismos. Y aunque sabemos que nos fallamos a cada rato y por tanto esa confianza que se nos pide es una especie de hipnosis, es la creencia sin fundamento en ningún antecedente (y aun contra los antecedentes), de que algo sorpresivo nos va a cambiar para mejor, y ese algo sorpresivo, no sabemos que es ni nadie lo garantiza, por tanto la “confianza” se agota en sí misma, no es la confianza en algo o en alguien; es simplemente CONFIANZA. De esto dan sobradas muestras los libros de autoayuda: “lo importante es tenerse confianza”, aunque no exista parámetro alguno para ello. Esto es el “optimismo” que tanto hemos meneado.
Veamos que Cristo es un amigo que ha demostrado lo que es y nos ha dicho lo que podemos esperar de Él. Nadie puede decir que ha sido defraudado ya sea porque la salió un hijo maricón o porque está incubando un cáncer, ya que nada de esto nos fue prometido de ser evitado. Tampoco nos dijo que íbamos a vivir un tiempo de justicia, de ternura y de orden, muy por el contrario nos avisó que nos espera una serie de calamidades, de injusticias, de traiciones, de persecuciones y la muerte, y dio su conducta ejemplar de cómo deben ser soportadas estas cosas, prometiéndonos la vida del siglo venidero principalmente; pero en el sermón de la montaña y en las bienaventuranzas, nos hizo varias promesas sobre esta vida. De que no nos abrumáramos por las cosas materiales, que así como cuida sus pajaritos, nos iba a cuidar a nosotros con mayor ternura; que nos alegremos en las persecuciones y en las injusticias, que se nos pagarían el ciento por ciento y etc. Y por sobre todo, como antecedente, se hizo cargo de nuestras culpas dando su vida por nosotros.
Este excursus es para que en primer lugar veamos si en realidad tenemos amigos que son “otros”, o si nuestras amistades son inmanencias, son proyecciones de una confianza en nosotros mismos para hacer del otro lo que queremos que sea, o si por el contrario yo estoy ponderando a alguien en lo que es y en lo que promete ser. Este primer error es muy común al buscar al amigo por excelencia que es nuestro cónyuge, al cual la más de las veces inventamos y no nos ponemos a sopesar en su realidad y, del cual nos sentimos prontamente defraudados porque no fue lo que esperábamos, siendo que él jamás nos propuso ser tal cosa. Cuando se nos impone esta religión falsa, es normal que nos llenemos de relaciones falsas.
Para afirmar lo dicho, concluyamos que para tener un amigo, una, amistad, tenemos que salir de la inmanencia, del sopor de la vanidad, y ser capaces de ver al otro tal cual es, de interrogar al otro en lo que propone, y ver por tanto si nos interesa y si presenta esa calidad de ser confiable para la tarea que se le propone. Nuestros “sueños” nos alejan de la realidad y nos hacen ser desatentos con lo que las cosas y las personas son y pueden dar, de esta manera desaprovechamos sus verdaderas bondades y nos defraudamos sin razón. La publicidad nos dice que una “cosa” - un auto, una bebida, el dinero o un cuerpo joven - nos harán inmensamente felices y exitosos; lo mismo el candidato o el partido. Esta es la Iglesia de la publicidad de la hablaba Meinvielle y que encarna de una manera paradigmática el bien amado Francisco. Lo cierto es que nada de malo tiene el auto, si lo que esperamos es transportarnos de un lado al otro, y hasta le agarramos cariño y lo lavamos (sin que esto sea un acto de pequeño burgués). ¿Qué esperamos de la Iglesia? ¿Por qué hay gente tan desilusionada?
Un segundo paso es el “interés” en la relación. Parecería que una relación interesada no es amistad, que la amistad es para compartir algún bien en total desapego de lo que para mí pueda significar en beneficio (la música, el conocimiento en general, la pipa, el wiski, el rugby, etc.), y lo cierto es que nada es más lejano que esto. Está bien, tener un amigo para obtener un provecho y que él nada nos importe, es sin duda malo, pero la amistad es buscar un bien común con el otro, y común en tal medida, que no sea un bien completo sin el otro. La amistad política es esto. El matrimonio es esto entre los cónyuges y luego con la participación de los hijos. La salvación del alma es un bien que se busca para uno, pero que se da en común. “No hay salvación fuera de la Iglesia”, y resulta que la Iglesia es una “sociedad”, es decir que necesariamente tenemos que lograrla en sociedad con otros; desde ya en amistad con Cristo que es el “Otro” imprescindible, y con el prójimo, tal cual lo dice el mismo Cristo en el “mandamiento nuevo”. Me podrán decir que esta amistad que se da “sobre un tema” (compartir un bien, el amor a la poesía) tiene el interés de perfeccionarnos en el diálogo humano, sí, pero buscando un poco más profundo, la amistad se basa en un fin común que se busca con el otro y que ese otro por diversas razones comienza a ser imprescindible y no intercambiable. Puedo gozar la poesía con distintos personajes, pero esto no es amistad, debe haber alguna razón para que este gozo poético sea necesariamente completo si lo disfruto con alguien en especial, con un “próximo”, no con la “humanidad”. De allí que el sexo, que podría ser bastante placentero de gozar en una tertulia de entendidos, se goza realmente con uno en particular, con el que nos unimos de tal forma, con el que buscamos en ello algo tan “nuestro”, que ciñe una amistad definitiva en esta tierra.
Las empresas humanas demuestran esto con bastante gráfica; a pesar de que nos han vendido de que una empresa apunta a un resultado económico y que debe ser compuesta por los más aptos dentro de este criterio de rentabilidad, al poco andar, los empresarios modernos sienten esa soledad y ese desamor por las cosas que han emprendido si no están compartidas con otros con los que realmente “quiero andar” (siendo que ese “andar con otros”, es realmente el gozo de la empresa, y no el producido). Alguien me dijo no hace mucho que lo que importa es “qué hice”, no “con quién lo hice”… ummm. El compartir la vida con una serie de tipos que no me importan en sí mismos y a los que les dejo de importar una vez que no significo más ganancias, desilusionará al uno y a los otros. Pensar que el trabajo es para “ganar” y luego volcar los resultados económicos sobre los que amo, hace que la vida sea un caminar solitario que me mantiene lejos de unos y de otros. Fui ajeno a los que anduvieron conmigo, y ajeno a los que amo porque andaba con otros y en realidad los que amo no sé quiénes son. Ni que hablar de la enajenación del empleo público en que ni siquiera el “andar” me agrada, ni es mío, ni me importa.
En el cielo vamos a ser todos amigos en igual medida, no habrá mujer ni marido, porque habremos conseguido el fin común por excelencia y habrá una amistad igual entre todos los elegidos. Pero aquí, la amistad es con pocos y, en ciertos casos como dice Fierro, sólo con uno.
No quiero llegar a la conclusión positivista de que el interés es la medida de las relaciones pero, de buena manera lo es. Lo es en el sentido finalista, pero no para cualquier fin. Tengo un socio para buscar algo en común que no puedo lograr sólo, se entiende, pero no es amistad. Pero luego tengo un amigo para buscar algo en común, y lo quiero lograr principalmente para él, pero conmigo. El verdadero amigo es aquel con el cual mi alma se desharía si no tenemos el mismo bien. Mi interés y el de él es el mismo, y es común, y sólo es total si se logra para ambos. Este modelo “místico”, en esta vida casi que se agota en el matrimonio – por eso es un Sacramento - que rezongos más o menos, terminamos aceptando como la única amistad verdadera que tuvimos en la vida. Pero aún más, mi interés pasa a ser más el bien del amigo que el mío mismo, no por exceso de filantropía, sino porque “su” bien ha pasado a ser mi mayor interés. Un padre y una madre ven crecer a sus hijos que engullen como pirañas sus vituallas, sus esfuerzos, sus desvelos, pero, aun sabiendo que están muriendo por ellos, son felices de verlos crecer; en ellos está su interés. En la amistad de los amigos no se llega a tanto, pero se sufre si se rezagan, se vuelve sobre ellos, la belleza de la meta está en llegar con ellos. No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos y no se trata solamente de morir, sino de vivir, de “dar” la vida.
Los “círculos de amigos” son buenos y son útiles, pero si se acentúa más sobre amigo, que sobre círculos, suele ser una fuente de enorme desilusiones. Son círculos y basta. En ellos hay intereses que pueden ser buenos y muy buenos (o malos: lo lobbies - que se llaman - o las mafias y, en último lugar, esa asquerosidad que son los partidos políticos que hacen extrañar los códigos de un Al Capone o de un Pablo Escobar, casi como a cofradías piadosas), pero siempre es la fuerza del círculo que se busca para mí y todos tironeamos del círculo para llevar harina a nuestro molino, haciéndonos cada tanto toda la clase de perrerías que se hacen los humanos. El círculo de amigos es la idea que tiene el “personalismo” de lo que debe ser una sociedad (Maritain no era tan malo como para considerarlo una factoría), una juntada de tipos que se tratan bien, se respetan en lo posible, establecen unas reglas de trato, y se lleva cada uno su parte a su casa, que para colmo, es la casa de la individualidad. La tradición entendía la sociedad como “mi molino”, y por tanto la única sociedad “inclusiva” (diría Kristina) es la Iglesia, ¿por qué?, ¡si lo mismo son un montón, si no puedo ser amigo de tanta gente!; porque mi amistad es con Cristo, así de íntima y de apartada, y a los otros les respondo en la medida que me pide Cristo. De allí que no hay un fin para la sociedad que no sea el mismo que para la Iglesia, sino, tiene razón el personalismo; Cristo y la Iglesia son los que hacen posibles la sociedad, y sin ellos, pues es un círculo de amigotes (y enemigotes) en el que no puedo confiar. Si yo confío en un amigo, suelo tener razones para confiar en sus otros amigos; eso sí, siempre y cuando el primero sea “garante”; sino, minga. Cristo es garante de lo social, confiamos más o menos en los otros, en la medida que Cristo mantenga su confianza en ellos.
La confianza por definición implica la intimidad (van tres notas) y por eso no puede ser con muchos. Y la amistad se da en la apertura total del plano íntimo, lo otro no es amistad. Vemos que las buenas costumbres indican que el amigo debe ser un tipo que respete nuestra intimidad, que no pase ciertos límites, que sea prudente y mantenga una cierta distancia. Pero esto no es propiamente amistad, en realidad lo que queremos es no conocernos tanto para resguardarnos de una mala pasada. Son buenas relaciones. La amistad verdadera pide saltar el círculo más íntimo, y esto es la más de las veces insoportable, grosero y maleducado. Uno no permite que los amigos le abran la puerta del baño. Pero veamos el modelo.
Cristo es el modelo de amistad. Él es el amigo perfecto. Y resulta que es un “metiche” de primera. Se mete en todo, abre todas las puertas, nos pide que le abramos todas nuestras puertas y Él nos abre todas sus puertas. Para colmo de males, en nuestra religión se nos exige la confesión - cosa que los pueblos más civilizados del norte descartan – para que esa apertura sea totalmente desvergonzada (iba a decir “pornográfica”); resulta que no se contenta con saber todo de nosotros, quiere que se lo digamos expresamente, frente a un vicario, como prueba de desvergüenza total. Lo cierto es que es intolerable. El cristiano de hoy, no acepta este tipo de grosera relación. Hay que llevarse bien con Cristo y la medida es la amistad civilizada, sin abrirse la puerta del baño. Él hasta ahí, y yo hasta aquí. Nada de meterse en mis relaciones íntimas; sobre qué hago en mi cama o en el santuario de mis pensamientos. Soy un tipo cortés, voy a Misa, cumplo los preceptos, pongo unos mangos, llevo bien mis asuntos, pero hasta aquí. Igual que con mis amistades. Nos llevamos bien, nos felicitamos y visitamos para las ocasiones festivas, pero no hay que incomodarse, andar metiéndose en los que no nos importa, hablar de asuntos ríspidos, etc.
La amistad política no significa que andaremos mostrándonos todo todos, pero sí significa que todos somos íntimos del Garante. Normalmente el que cultiva este tipo de amistad, cultiva este tipo de religión. Una amistad cómoda y una religión cómoda. Por desgracia no es así, y llegamos al punto siguiente.
La amistad es íntima, y por tanto es la más de las veces; incómoda. En el caso de la amistad con Cristo es incómoda para nosotros, porque tenemos cosas que nos gustaría esconder; pero para Él no, porque no tiene nada malo que esconder. Y la amistad es incómoda porque eso es lo que busca, la perfección del otro: incomodarlo en su defecto, como hace Cristo con nosotros. Así que si se tienen un amigo con el que se está muy cómodo, salvo que seamos perfectos, pues no es un verdadero amigo. El verdadero amigo es un jodido, es un molesto, es un punzador, (no sé si alguien se está acordando de su mujer) y está muerto de amor por uno. Aquí encontramos la otra cara de la “aceptación del otro tal cual es”, con la “modificación del otro”, pero, ¡dentro de lo que es! A ver si me explico: Toda relación busca un cambio en la persona; la educación, el trabajo, la amistad, el matrimonio. Pero este “cambio” no es una cabriola por fuera de lo que el otro “es”. Es un camino de perfección y acercamiento dentro de las posibilidades sinceras y reales. Si lo que queremos es que nuestro amigo sea Súperman, somos imbéciles. Pero si lo que queremos es que nuestro amigo sea siempre lo que es hoy, somos cretinos. Debemos incomodarlo para que dé su ciento por ciento (-con un sesenta está bien, querida-).
Está bien, salgo al cruce; no se trata de que ser amigo es ser un maldito incómodo siempre y en todo lugar, o peor aún, ser solamente incómodo. Por tanto hay que ser un “amante” incómodo, es decir, amar mucho para que, como suelen ser las madres, la incomodidad siempre se termine entendiendo y agradeciendo. Como uno ama poco, suele ser sólo incómodo y convertirse en un látigo vengador, censor de todos e insoportable fariseo. No hace mucho me tocó vivir una censura a un buen hombre (y aún más que hombre), quizá con algunas razones, pero sin amor. Fue un linchamiento. Por suerte él fue mejor, en cuanto a los demás…
Les doy una conseja: sólo sean incómodos con los que puedan amar mucho (la frase famosa era: no analices una persona si no estás seguro de seguir amándola a pesar de las conclusiones). San Pablo decía esto (ya no me acuerdo en qué epístola), “se amonesta a los propios”. Por eso no es bueno retar hijos ajenos; suele ser contraproducente. Veamos en esto a Cristo, amonestando a Pedro, aún a los fariseos y hasta al mismo Pilatos; pero a Herodes ni chito. No hay mayor desamor que la indiferencia.
Las familias deben aprender a soportar estas incomodidades, son parte del amor, son el precio de la necesaria intimidad, y cuando se ha acordado en no incomodarse, pues lo peor ha pasado. Una sociedad que ha decidido “respetar” toda pluralidad, tolerar cualquier cosa; es la inauguración de la “civilización del odio” en la que estamos hasta las tuercas.