La regla inexorable de los demócratas nativos, que hacen de sus gobiernos y de sus oficios un atraco perpetuo, se está cumpliendo escandalosamente bajo la tiranía kirchnerista.
Los nombres de los cuatreros y la cantidad de sus rapacerías ya han tomado estado público, con minucias que delatan hasta qué punto la cleptomanía es al presente política de Estado.
Se amontonan a diario los rostros del delito -surgen de noche ladrones, diría Horacio- y llevan todos ellos la marca indisimulable del ratero mayor, aposentado en La Rosada. Ministerios, organismos de control estatal, secretarías públicas, reparticiones oficiales, sindicaturas nacionales o simples oficinas gubernamentales, son hoy las mayores usinas del desfalco, la estafa, el fraude y la rapiña. Bien aprendidas nos tenemos todos algunas de las denominaciones del saqueo: Skanska, Occovi o Enargas; y mejor grabadas están aún y para siempre, entre el pueblo sencillo, las imágenes de la bolsa y la valija, componentes de una heráldica tan innoble cuanto sucia, labrada a la medida del linaje político oficial. Sin embargo, no estaría de más enhebrar al respecto un par de reflexiones.
La primera es sobre el doble papel que juega la Justicia ante tamaños enredos. Si cumple con su cometido y desenmascara crudamente a los responsables, empezando por el presidente, la destitución y la amenaza de muerte le espera al juez que a tanto ose. Tal el caso del Dr. Alfredo Bisordi. Si prueba las culpas criminales y al hacerlo fuerza la renuncia de algún funcionario de segunda línea, el Poder Ejecutivo se atribuye el mérito, como si suya y voluntaria hubiese sido la decisión de investigar y castigar el delito. Tal el caso de las actuaciones del Dr. Javier López Biscayart contra la constructora sueca de gasoductos. Y si involucra con sólidas pruebas a algún fantoche principal del oficialismo, como a la forajida Garré o la doncella sin fal, se procederá lisa y llanamente a remover al juez díscolo por otro de los muchos lisonjeros. Tal lo sucedido con el polémico Dr. Guillermo Tiscornia. En sendos casos es evidente la maniobra ultrajante de la justicia llevada a cabo por el mayor mandatario para cubrir su ya incubrible talante de primer desvalijador.
Sea la segunda reflexión para aclarar que no es ni será nunca suficiente responder al robo con los lugares comunes de las excusas vulgares. Se escucha a los fernandinos lacayos del déspota, y al déspota mismo, repetir tópicos imbéciles, acordes con sus cabezorras: “ahora no se tapa nada”, “caiga quien caiga”, y otros pretextos similares.
Lo que no se tapa, no lo es por un imperativo de pureza sino por el desbordado caudal que ha adquirido la iniquidad. Como cloaca rebosante de su materia prima, muy a pesar de los usuarios que quisieran gozar del ocultamiento, lo que ya no se tapa es porque desborda y hiede. Y los que “caen” –pactando con ellos la transitoria “caída”- es porque primero fueron encumbrados irresponsablemente, habiendo dolo gravísimo en quien no sabe escoger ni columbrar la honradez de sus subalternos. Instalados en sus puestos a efectos de robar para la corona, cuando la ladronera sale a luz, la defensa del pirata consiste en decir que ha destituido a quien pecó, cuando en rigor sucedió que el desplazado no pudo seguir escamoteando su carácter delictivo.
Los Kirchner -así pluralizados, en nefasto y monstruoso binomio- han gritado a voz en cuello que no estaban dispuestos a dejar sus convicciones en la puerta, cuando con el poder cargaron. Ahora sabemos bien de qué naturaleza son las convicciones que en ellos prevalecen. No ideológicas, como quisiera él para darse pisto. No intelectuales, como pretende ella para esconder la mona vestida de seda. Ni un revolucionario es el trasojado, ni una hegeliana la chichisbea. Vulgares chorros, para decirlo sin renunciar al latín. Allí están sus declaraciones juradas, sus patrimonios, sus asociaciones ilícitas, sus contubernios con la banca mundial, sus enjuagues financieros, sus dolosas maniobras, sus costosísimos viajes, séquitos y enjoyamientos vanos, a expensas todo y siempre del bien común y de la soberanía nacional.
Non furtum facies, dice la Escritura (Ex.20,15). No robarás. Y agrega el Aquinate detallando cuando explica este séptimo mandamiento: “todos los tiranos que por la fuerza poseen reinos, provincias o feudos, son ladrones, y todos ellos están obligados a restituir”.
A los argentinos de manos limpias -manos que trabajan, que rezan, que consagran, que curan, que enseñan- nos corresponde unirlas. Unirlas de una vez, llenas de brío, libres de rencores, grávidas de justicia. Para impedir unánimemente el avance de esta gavilla de salteadores y corruptos. Para castigar sus perfidias y su negra codicia. Para erigir después sobre la patria el magisterio de esas manos de amor que la hicieron grande, como cantaba Paco Bernárdez. “Manos seguras en el día de la victoria y en la noche del vencido”.