Iscariote 2007

Enviado por Esteban Falcionelli en Dom, 07/10/2007 - 8:08pm
Una de las características más perversas de la civilización moderna es la desfiguración del lenguaje, pero dejo a los profesores de Lengua y Literatura que se ocupen de neologismos, circunloquios y solecismos.
Tampoco me quiero ocupar de las chorradas verbales de los políticos, ni del estilo ambiguo de los cagatintas.
Apunto más bien al lenguaje que se usa ex profeso para confundir y engañar al lector o al oyente, pecado grave si lo hay, porque con él se pretende llevar a cabo la manipulación de las personas, despreciando la dignidad de su naturaleza, por ser criatura divina.
Pecado grave dije y más grave aún sin quien lo comete tiene altas responsabilidades de gobierno, y conste que no me refiero a La Gavilla de Balcarce 50, que con sus mentiras y falsedades están colmando la paciencia. Allá ellos. Aludo esta vez al gobierno espiritual, el más importante de todos, mucho más exigente que el político y que requiere, además, una prudencia superior: la del Buen Pastor, ese que conoce y ama a sus ovejas. Ese que nos hace una falta inmensa en la Argentina de hoy, destinataria de los ataques más feroces de la Revolución anticristiana.
No es que el sitial esté vacío ni que la sede esté vacante. El desastre es que está ocupada por ese Mal Pastor que es el Cardenal Primado J.B., Iscariote redivivo que difunde otro Evangelio, maestro como es de fullerías y artificios verbales. Sé que con esto más de un débil de espíritu se escandalizará: problema suyo es, que a mí me enseñaron cuando era un chiquilín eso de sí, sí, no, no, y de grande me lo reafirmó el Padre Julio Meinvielle.
Para que ese débil de espíritu sepa de lo que escribo, reproduzco lo que el nefasto J.B. dijo en La Nación del último martes 2, al presentar el Documento de Aparecida: “El aborto, el uso de preservativos o las uniones civiles de homosexuales no entran en el eje fundamental del derecho a la vida por el que reclama la Iglesia, sino que son casos especiales que en una mentalidad pluralista pueden tener sus más y sus menos”.
Pero allí no se detuvo el maléfico y agregó esta sarta de barbaridades: “Los sacerdotes no deben ser puritanos y no deben centrar sus homilías en los aspectos morales, sino en el anuncio de Jesucristo, cuestionando también que se elijan temas de la moral matrimonial y los vinculados al sexto mandamiento porque parecen más coloridos. Así damos imagen de Iglesia tristísima”.
Acto seguido y preguntado que fue por uno de los asistentes si cuando hablaba del derecho a la vida se refería exclusivamente al aborto, al uso de los preservativos y a las uniones de homosexuales, J.B. respondió: “En este tema hay matices. En esto, que es el derecho natural, se reduce y se mezcla todo. Pero no tenemos que jugar con esto, porque tampoco es derecho a la vida traer un chico al mundo y no educarlo y alimentarlo adecuadamente”. El colofón de estos párrafos ponzoñosos fue el siguiente: “No haremos proselitismo; esta es una postura mediocre y decadente. La palabra se anuncia. La misión de la Iglesia es sembrar”.
Señor J.B.: ¿El aborto, los condones y los putimonios son “casos especiales” como Ud. sostiene? ¿Conforme a “su” mentalidad pluralista cuáles son los más y los menos de estos “casos especiales” como Ud. l os llama? ¿Y los “matices” a que Ud. se refiere, ¿me los podría aclarar, por favor? ¿Y me puede Ud. explicar porqué ridiculiza la prédica sobre la moral matrimonial y el sexto mandamiento, temas ambos en que el Magisterio viene machacando con toda razón, frente a una corrupción de las costumbres que no tiene precedentes?.
Señor J.B.: con su lenguaje retorcido y sinuoso, propio de un taimado cabal, me ha dejado Ud. en los umbrales de la náusea. Menos mal que Ud. “no hará proselitismo” porque es algo propio de “mediocres y decadentes”. Le tomo la palabra, Señor J.B. y pido al Altísimo que cuanto antes nos lo saque a Ud. del medio.
El pescado empieza a pudrirse por la cabeza y si la Iglesia argentina ofrece una imagen tristísima, es porque Ud., Señor J.B., tiene la sesera en absoluto estado de descomposición.