Vemos, por cierto, que todavía, el comunismo goza de buena salud.
El 7 de noviembre de 1917, hace 90 años, daba comienzo la Revolución Bolchevique en Rusia mediante el asalto del Palacio real de San Petersburgo y la toma de unidades administrativas y militares en Moscú y otras ciudades.
Las más de 100 millones de víctimas mortales que se cobró la aventurilla, dislocan completamente el argumento socorrido de la “tiranía” zarista -un régimen más liberal que los liberales posteriores, más modernos, y ciertamente mucho menos mortal que la Revolución Comunista- y dejan sin explicar una derrota militar ante Alemania que costó muchos sacrificios y privaciones a Rusia, y sobre todo, dejó al Comunismo como culpable del delito de felonía. Esa falta horrenda cuya infamia, en palabras del más ilustre soldado del siglo XIX, “ni el sepulcro puede borrar”.
¿Qué importancia tendría todo eso para el partido? Ninguna: el partido, la ideología o “la causa”, por inexplicables motivos psicológicos dignos de otro estudio pormenorizado, se antepuso a aquellos bienes que tradicionalmente se ponían por delante de la propia vida y por cuya vigencia, ésta se entregaba con gusto y hasta alegre desinterés: la Iglesia, Patria, la lealtad jurada, la camaradería, la familia, el amor al suelo, al terruño y a los paisanos...¡el rey!. Homenajeando abstracciones de mortal resultado, afanes idílicos de nunca conquistado bastión, se abatieron aquellas banderas que portaban las más dignas realidades -las más dignas de ser vividas-, lábaros de las cosas prójimas y amables que pasaron, inexplicablemente, a engrosar las filas del enemigo más acérrimo.
La vida del pobre o del rico se volvió, insensiblemente, portadora de una tristeza metafísica, un horror al ser y a ser, dejándose así paso a una vida llevada adelante solamente por el tedioso trabajo de no matarse.
Entre 1925 y 1935, los planes quinquenales stalinistas mataron de hambre (en forma real, no literal) unos 40.000.000 de ucranianos, rusos, bálticos, polacos...¡El partido estaba primero! ¡Dios “estado”, ese invento demoníaco de Juan Bodino, como nuevo Moloch, requería los sacrificios del pueblo!. Desde luego, tanto sacrificio era contra nada, contrapartida estéril de una fantasía malparida, una ilusión de gabinete saturado de drogas, alcohol y azufre; una fanfarronada cruel del destino misérrimo de millones de nuevos pobres “redimidos” por el anticristo.
El mundo “occidental” lo supo y, canalla y cómplice, según es su hábito regular desde 1789, calló.
El Cielo habló por boca de su Madre en Fátima, y la Iglesia juzgó y condenó, y por mejor decir: gritó la condena más profunda, el rayo más fatal, que háyase podido lanzar desde la Cátedra petrina. “Intrísencamente perverso” lo llamó la Esposa del Cristo, con unas palabras que ni siquiera el Adversario ha merecido jamás. Y es lógico, pues al menos Satanás y los hombres son obra de Dios, nada intrínsecamente malos sino sólo accidentalmente -y por eso es condena y no beneficio el Infierno eterno-; pero el Comunismo es obra del maligno y de hombres malos de consuno: superior tenía que ser a cada uno de sus autores. ¡Intrínseca perversidad que, de la mano de misteriosos hermanos de encrucijada, alcanzó a alzarse con la Santa Rusia y ha esparcido sus errores por el mundo, como anticipó el Cielo en Leiría en 1917!.
La guerra, ese clamor de realidad vejada, reclamó sus fueros y en 1941 se restablecieron los servicios litúrgicos, se volvió a hablar de Rusia en lugar de Unión soviética, de patriotismo y de camaradería en vez de lucha de clases, porque, como es sabido, nadie entrega su vida por el sistema métrico decimal, por una fantasía o una abstracción, sino por cosas concretas y próximas. Ni la Patria, con ser todo lo que ella es, concita tanto fervor como los bienes más próximos: el camarada, la familia, el hermano... Así que el régimen restableció temporariamente unas realidades que, desde sí mismas, volcaban los hombres a las armas mejor que la fantasía demoníaca; admitiendo así y de paso, su propia e ilevantable inepcia, su condición antihumana demostrada en esa incapacidad manifiesta de no convocar a nadie ni por medio del más sacrosanto temor.
La mancha repugnante de expandió al socaire de la decidida protección brindada por la hermandad anglosajona, invadió primero Europa oriental, luego China y el sudeste asiático, más tarde algunos países africanos e hispanoamericanos; y es que, en efecto y como advirtiera la Virgen Nuestra Señora: sus errores se han esparcido por todo el mundo. No solamente como forma singular y nueva de tiranía política, sino como criterio secular, como LA filosofía predominante frente a la vida y a las cosas de este mundo, y del otro también. El comunismo, substituyendo idealmente al Paraíso; exigiendo, eso sí, más sacrificios que aquél, pues sobre no ser voluntarios ni facultativa la elección de los medios para alcanzarlo, todo en él es compulsión y violencia, terror, vacío y tristeza sin fin y nada dichoso, pacífico o contemplativo.
Anglosajonia se ha preocupado con eficaz esmero de proporcionar puntualmente recursos, defensa armada y argumentos existenciales al Comunismo intrínsecamente perverso. Los órganos de difusión en todas sus formas profieren, como la bestia apocalíptica, blasfemias y mentiras, opiniones falseadas, verdades a medias y, en todo sentido, propaganda comunista. Es probablemente la etapa final, la prevista por Antonio Gramsci como la aurora del verdadero triunfo, cuando toda la cultura (al menos la disponible con cierta facilidad) sea comunista.
El principal fautor de la Revolución de octubre-noviembre, Lenin, moriría pocos años después probablemente enloquecido, obseso o poseso, a juzgar por las horrorosas descripciones que sus biógrafos más profesionales y menos comunistas nos han dejado sobre sus últimos tiempos. Una imagen, que dejamos aquí para testimonio, parecería darle razón a los más pesimistas de estos autores. Consta sin duda alguna que él y Sverdlov dieron la orden fatal que terminaría con la vida de toda la familia imperial, crimen tan inútil como todos los demás, pero muy representativo del valor que se daba a la vida por aquellos tiempos, en esos lugares, por esa gente.
El “derrumbe” de 1989, las glasnost, perestroikas, Gorbachoves, Yelstines y demás marionetas de los años '90 no engañan a nadie sobre el futuro de esta gran revolución, posiblemente la última, que ha asolado al mundo. El noticiero perpetuo, el Apokalypsis, prefigura este hecho con la aparición de la cabeza coronada que, supuestamente muerta, vuelve a las andadas hasta la Segunda Venida. ¡Y qué andadas!.
No podemos sino pensar que, la Revolución Comunista, goza de muy buena salud y mantiene prisioneros a cientos de millones de seres humanos, sin Dios, sin familia, sin Patria, sin amigos, sin esperanzas...
La Consagración de Rusia al Corazón Inmaculado de María Santísima y, por consiguiente, la conversión de Rusia, están pendientes y esperan su hora de la verdad. El mal dispersado por Rusia comunista cesará, pero será tarde para detener sus efectos mortíferos para el alma y el cuerpo, que ya se sienten en todo el mundo como el incómodo dolor de huesos del condenado a morir. ¡Si hasta una simple beatificación de 498 mártires del comunismo es materia de escándalo generalizado, antes que de arrepentimiento!. Consta, pues, que sus autores lo harían de nuevo, si pudieran. Uno de ellos, al menos, nonagenario ya, espera pacientemente su hora; y no se diga que no sabe esperar. ¿Qué no harían otra vez, si pudieran, si Dios no se interpusiera...?.
Roguemos a Dios Nuestro Señor y a Su Madre Santísima, quiera abreviarnos lo más posible este mal trago, por amor a Su Misericordia.