El gran responsable

Enviado por Esteban Falcionelli en Mié, 02/01/2008 - 10:31am
En poco más de una semana Argentina tuvo cinco presidentes. 
El 21 de diciembre de 2001 a De la Rúa lo sucedió -como presidente interino- Ramón Puerta, a la sazón Presidente Provisional del Senado (ya no había vicepresidente, toda vez que Carlos “Chacho” Álvarez sólo seguía ejerciendo desde su despacho del bar “Varela Varelita”). El 23 la Asamblea Legislativa designó a Adolfo Rodríguez Saá, pintoresco gobernador del “Estado Asociado de San Luis” que prometía plantar millones de árboles y cambiar la moneda, entre otras medidas para sanear el país. Pero a Saá la marea lo “saacudió” el 31 de diciembre, luego de que los gobernadores le retiraron el apoyo, y renunció desde la costa atlántica. Eduardo Camaño, entonces, titular de la Cámara de Diputados, asumió la presidencia interinamente.
Llegamos así al 1º de enero de 2002, cuando la precitada Asamblea eligió a Eduardo Duhalde, quien asumió la Presidencia para completar el mandato de De la Rúa, hasta diciembre de 2003. El ex gobernador de Buenos Aires había sido derrotado por el huidizo Fernando De la Rúa, perdiendo junto a Ramón “Palito” Ortega las elecciones (o recitales) generales de 1999. Haber sido derrotado por el aburrido “Chupete” es una medalla a la ineficacia que nadie podrá descolgar del pecho de Eduardito.
Esa misma infausta jornada -la del 1º de enero- en su largo discurso de autopromoción presidencial, el bonaerense deslizó la frase que tranquilizaba a la gran masa del pueblo, la que se desvive por abrazar al capital: “el que depositó dólares, recibirá dólares”. Así provocó el suspiro de toda la clase que vivía horas de angustia pensando en el destino de sus pesitos, ahorrados con el esfuerzo de toda una vida.
Y la angustia la quitó. La transformó en pesadilla, depresión y desesperación que provocó muertes. Refrendando lo que había pronunciando como un indisimulable pezzo di bravura, Eduardo -junto al gauchazo Remes Lenicov- lograron que todo aquel que había depositado dólares, recibiera un bofetón a la confianza y unos pocos pesos devaluados, a sacar de a porciones por semana, en bancos atestados por ahorristas estafados. Es que -tal como lo aseguraba otra frase del Presidente Duhalde- “la Argentina está condenada al éxito”. Pero esta condena, como otras tantas, no fue de cumplimiento efectivo. El efectivo se lo llevaron otros.
Hace seis años comenzaba la pesadilla. Pero no terminó: Duhalde promovió, para reemplazarlo, a un oscuro y lupinesco gobernador sureño, casado con una bonaerense, eso sí, como para hacer más abarcativa a la pareja. Esta designación, por sí sola, ya explica la única frase acertada que le escuchamos proferir al ex intendente de Lomas de Zamora, y que recordamos a diario:
“Tenemos un oficialismo que está desarticulado y un partido de oposición inorgánico y fraccionado. Somos una dirigencia de mierda en la que me incluyo. Éste es mi pensamiento. Y la gente dice cosas peores de nosotros: nos llaman corruptos, delincuentes, incapaces, mediocres, vendepatrias... Todos los calificativos que usted quiera. Esto es lo que la gente piensa de la clase política”. (21 de octubre de 2001).
Vox populi, vox Dei