Siempre ha intrigado un modismo muy nuestro, que se utiliza para referir ciertas actitudes generalmente estrafalarias o dañinas. En realidad describiendo con breve elocuencia una afección transitoria o pasajera: “está más loco que una cabra”. Variante pareja, aunque algo más severa, de “más loca que un plumero”.
Con perdón del arisco rumiante, en verdad hay cosas que le han dado mala fama a la cabra. Por ejemplo casual, en Cuba y Venezuela evoca dados falsos en el juego, trampas usurarias. Algo muy malo. Pero resulta peor que todo ello cuando se agranda y afea, dejando las simpáticas cabriolas del monte para caer en las cabronadas. Actitudes más estables y malignas que reflejan perversidad. Humanamente traducidas –siempre en terreno ingrato- con acciones infames que el cabrón se permite contra la honra. De ahí aquel terrible apóstrofe en la pluma de Quevedo: “¡Llega y te tornaré a matar, infame que no puedes ser un hombre de bien; llega, cabrón…!”.
Cabra en las trampas o cabrón en las felonías, ambas calamidades se alimentan de mentiras. Con ellas, al disfrazar lo sabido, fingiendo y engañando ante los mismos ojos de los testigos perplejos, intentan simular precisamente lo contrario de lo suyo. Con apariencias de honradez, justicia, generosidad o poder, corroborando al dicho que “el mentir y el compadrar, ambos andan a la par”. Por ese rumbo se abren los caminos hacia el trastorno del orden natural de las cosas. Vale decir precisamente, la Revolución: viciar las costumbres con malos ejemplos y doctrinas; pervertir a destajo, derribar por tierra la heredad usurpada.
Valijas, siempre valijas
El jueves pasado, el ex presidente en Ejercicio del Poder Ejecutivo reunió a los jefes de sus huestes, para convocar urgentemente a una manifestación en contra de la marcha anunciada por la gente de campo. Lo hizo minimizando a la par, el riesgo de los actos simultáneos. Y aunque explicó a lo compadre que “no era parte del gobierno”, con toda su autoridad pidió a todos los argentinos “que nos ayuden a parar este esquema desestabilizador y autoritario”, provocado por los campesinos. Y aseguró que instaba al acto “a favor de la Argentina y en contra de nadie”. Afirmando que se tienen que terminar las “actitudes patoteriles de estos actos amenazantes”.( En pro de lo cual, en el mismo momento sus “líderes sociales” se reunían en la Casa de Gobierno, convocados para que se movilizaran -cfr. LN. 11.7.08). Y su heredero instalaba otra confortable carpa frente al Congreso, por si a alguien de la contra se le ocurriera acampar. “Quienes sufrimos la dictadura -rumió el orador paladeando su encono- creemos en la Democracia, y yo siento un fuerte acompañamiento del pueblo argentino”. (Cerrada ovación de los cien oyentes). Para deslizar luego misteriosamente, que “tenemos una filosofía política y de país”, inspirando su generosa tolerancia, pluralismo, amplitud, cariño y humildad. Felizmente, toda la alocución fue amenizada con mucho humor y gesticulaciones cancheras del líder justicialista; disciplinadamente festejado por la militancia, que aplaudió, se rió y le grito “genio”. ¿Querés que te cuente? –dijo al final desde su sensatez subconsciente- “Si algún día me ves salir con dos valijas de Olivos, quiere decir que perdí definitivamente” (en penosa riña con su cónyuge) … Por supuesto, pensó uno en voz alta, dos grandes valijas de estilo K, bien repletas de dólares. Y como entre la concurrencia nunca falta algún chusco, dicen que otro susurró: “Era cierto, el loco por la pena es cuerdo”.
Julio de 2008