Charles Maurras (II)

Enviado por Esteban Falcionelli en Vie, 15/08/2008 - 11:24pm




No es posible agotar en un artículo la vida de ningún personaje histórico, pero mucho menos cuando se trata de uno que, como en el caso de Maurras, es verdaderamente extraordinario. Por ello, en el presente, ampliamos lo dicho en el artículo anterior apuntando, aunque sin agotar, a la excomunión de Pío XI sobre la Acción Francesa, cuyo jefe fue Charles Maurras y de un breve relato de antecedentes necesarios.




Muy brevemente diremos algo sobre el ralliement de León XIII que acertadamente Maurras consideró el nacimiento en Francia de la democracia religiosa. La política del ralliement sostenida desde 1878 consistía en afirmar que todas las formas de gobierno son buenas en tanto tengan como norte la realización del bien común, lo que no está mal como idea, pero que es impracticable en el ámbito de la praxis política, pues la democracia se alimenta de fuerzas contrarias a dicho bien.




Con esto, según parte del clero conciliador, se “proponía la adhesión, sin segunda intención, a la forma de su gobierno y llega el momento de declarar que la prueba se ha hecho y, para poner término a nuestras divisiones, se debe sacrificar todo lo que la conciencia y el honor permitan, por la salvación de la patria” (Cardenal Lavigerie).




Más claramente y dando en el clavo, habla de sus consecuencias Anatole France: “La República causó a la Iglesia heridas más profundas y secretas. Conocéis demasiado la cuestión de la enseñanza – habla del cierre de unas 2.500 escuelas católicas - para no descubrir muchas de las llagas, pero la más envenenada fue introducir en el episcopado sacerdotes imbéciles de espíritu y de carácter …”.




Como se puede ver, el problema de la Iglesia no es nuevo y es fundamental tener esto en cuenta para la mayor compresión y concatenación de hechos hasta la situación presente.




Esta política abierta al juego democrático se daba a pesar que una lumbrera del catolicismo francés, como fuera Veuillot, considerado por el mismo León XIII como el “padre laico de la Iglesia” – tan querido por Pío IX y tenido por San Pío X como “modelo de los que luchan por las causas santas”-, ya había dicho en 1852: “El liberalismo es la mentira. Nos engañó como niños. Pero nos vengará en forma cruel, primero a expensas nuestras, y luego a las suyas”.




Advierte Albert de Mun que en el Parlamento había preponderancia de judíos, protestantes y masones. En síntesis, el juego de la democracia no era nada conveniente a la causa católica. “La Acción Francesa nació con el propósito bien definido de luchar contra estos tres flagelos con todos los medios a su disposición, incluidos los legales, como decía Maurras sin ocultar su ironía” (Calderón Bouchet), poniéndose manos a la obra en la “faena de saneamiento”.




Sobre el ralliement y la consecuente aceptación de la democracia señala el mismo autor que “da pena, cuando se leen las crónicas de esa época, ver los esfuerzos hechos por los católicos para hacerse servir por los Derechos del Hombre o el sistema de libertades democráticas, inventadas, precisamente, para reventarlos”. Por ello, Maurras dirá desde su prisión en Clairvaux, al fin de su vida, “… abajo las repúblicas, arriba la realeza y, más allá de todos los espacios el Papado”, “yo no soy republicano, tengo la doctrina republicana por un absurdo y por una puerilidad”. Y recuerda Ploncard d´Assac, en sus “Doctrinas del nacionalismo”, que Maurras siempre vio a esos “demócratas barbudos, como niños de pecho llorones sin derechos, sin voluntad, sin poder” siendo que la naturaleza impone un formidable espectáculo de autoridad y jerarquía.




No sería justo dejar de mencionar que “León XIII se dio cuenta pronto que el cuerpo electoral estaba manipulado por las logias y que en la democracia el verdadero poder era la Francmasonería”, como señala Ploncard d´Assac en “La Iglesia ocupada”, obra que posiblemente no tenga igual si de historia de la Iglesia contemporánea se trata.




No obstante ello, el daño ya estaba hecho y “fue una falta política inmensa”.




También es justo recordar que el Papa en privado le decía a Jacques Piou: “Yo soy monárquico en el fondo del corazón, pero hay que resignarse a lo que sea necesario”, pero como demuestra la historia, en política, la resignación más que solucionar, devora. En este caso, se escuchó al siglo y se renunció a adoctrinarlo.




Dicho esto y ya habiendo comentado los motivos por los que se crea la Acción Francesa en 1899 y bajo el pontificado de León XIII, pasemos al segundo error papal que trajo terribles consecuencias políticas de las que no se han podido escapar al día de la fecha a pesar del levantamiento de las excomuniones por Pío XII.




La excomunión de la Acción Francesa por Pío XI:




Recordemos que a la fecha de la condenación, de diecisiete cardenales y arzobispos, once eran favorables al movimiento maurrasiano y sus veían en sus militantes a lo mejor de la feligresía.




Se encontraban entre los atacantes de la Acción Francesa sillonistas, judíos, masones, demócratas cristianos, liberales, republicanos y metecos. A estos se sumaban ciertos católicos que veían en los integrantes de la Acción Francesa una falta de caridad que, según lo entendían, se ponía en evidencia con los sarcasmos que sus militantes les propalaron a los miembros de la curia sin demasiada piedad. Calderón Bouchet calificó a estos ofendidos de “creyentes respetuosos”.




Los que tenían autoridad en la Iglesia eran impotentes para explicar el motivo de la condena hacia la Acción Francesa y jamás fueron escuchadas las quejas de sus defensores. Se ha dicho que en un ejemplar de la Acción Francesa constaba alguna herejía referida a la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo, pero esto únicamente podría haber sido posible en un ejemplar fraguado y puesto a la vista del Papa.




Oros justificaron la condena por el agnosticismo de Maurras, lo que no es más que una trampa, puesto que “empujó con todas sus fuerzas hacia la política religiosa católica conforme a la doctrina del Syllabus, es decir, a lo que hay de más íntegro como concepción de la fe católica”.




Hay quienes sostienen que el Pío XI, atentes de morir, ya había iniciado los trámites tendientes a levantar las excomuniones, pero esto no es seguro.




La generosidad de Maurras siempre justificó al Papa atenuando su responsabilidad y confirmando su buena fe. A su vez, nadie duda que se tejió alrededor del Papa una conspiración inescrupulosa para llegar a la sanción.




Sobre esta condena dijo el gran Cardenal Billot: “No tengo fuerza para añadir nada más, tan abatido, aplastado y consternado me siento por lo que ha sucedido … la razón, la equidad, el buen sentido, la medida, la dignidad, han estado siempre del lado de los acusados … -una- multitud de jóvenes a quienes se les ha truncado para siempre la buena voluntad, a quines se han escandalizado profundamente e inducido a graves tentaciones contra la fe …”.




Entre estos jóvenes se encontraba Jacques Maritain, quién en un principio dijo con buen tino: “Desde ahora todos los ataques están permitidos. Francia pagará los gastos”.




Pero luego Maritain comenzó a conciliar los principios de la revolución con el catolicismo. “En esta faena, Maritain fue uno de los jalones que deben colocarse con sus pausas y aceleraciones, en el camino que lleva de Lamennais hasta el Concilio Vaticano II” (Calderón Bouchet), y yendo algo más lejos, proféticamente, George Bernanos llega a asegurar “Seré fusilado por sacerdotes bolcheviques que tengan en su bolsillo El Contrato Social y la cruz en el pecho”.




De todo lo dicho, se puede concluir con seguridad, que los errores provenientes de la Santa Sede, aun cuando sean meramente políticos y posteriormente solucionados, dejan un surco difícil de tapar en el futuro.


Germán Rocca