Imágenes de las Campañas al Desierto

Enviado por Esteban Falcionelli en Mar, 02/09/2008 - 5:21pm




Introducción:




El 20 de febrero de 1885, el general Wintter le informó al Presidente de la Nación que: “han desaparecido para siempre en el sur de la República, toda limitación fronteriza contra el salvaje”.




Podemos considerar, entonces, esa fecha como el fin de las Campañas al Desierto, movimiento que incorporó definitivamente el territorio ocupado al área en el que el Gobierno ejercía real y efectivamente su soberanía y resolvió el centenario problema de la frontera interna con el indio (mayoritariamente eran araucanos y chilenos).




El tiempo trascurrido, los numerosos libros escritos sobre el tema y la observación en perspectiva de aquellos acontecimientos, permiten tratarlo de otra forma que el de un riguroso texto de historia.




Imaginemos, por un instante, un gigantesco escenario teatral que estuviera encerrado en sus laterales por el Río Cuarto (Córdoba) al Norte y Río Negro y Andes del Sur al Sur. La costa Atlántica de la Pcia. de Buenos Aires al este y el telón de fondo sería la Cordillera de los Andes, desde San Rafael (Mendoza) hacia todo el sur (andino).




En el veremos desfilar a varios personajes: el indígena, el “huinca” (hombre blanco): el soldado y el colono; un gaucho-milico que alternaban los trabajos del campo con las expediciones militares destinadas a castigar algún malón.




El Fortín…. ¿que era el Fortín y como se vivía en él? Las descripciones de los viajeros de época difieren poco en la forma y coinciden en la dureza de la vida en ellos.




Dice Prado, en “La Guerra al Malón”, del primero que vió en 1877, en pleno siglo XIX: “la impresión del fortín, grosero montículo de tierra, rodeado por un enorme foso, me dio frío. Al aproximarnos, vi salir de unos ranchos que más parecían cuevas de zorro, que viviendas humanas, cuatro o cinco milicos vestidos de chiripá, con alpargatas unos, con bota de potro los demás, con bravura en los ojos, todos…”.




En la pampa bonaerense se recurría al foseado y si había árboles se agregaba una empalizada de palos a pique, como en el fortín Mercedes ubicado a orillas del Río Colorado; los de la zanja de Alsina, en Buenos Aires, tenían fosos solamente.




A medida que la frontera avanzaba, alejándose de las poblaciones ya establecidas, la distancia aumentaba los riesgos, las incomodidades y la desesperanza.




También Prado nos habla del oficial que conoció en el Fortín que nos ha descrito: “el Comandante del puesto –Teniente Arturo Turdera. Un distinguido oficial y cumplido caballero, estaba allí en medio de la tropa, como ella harapiento, como ella destruído y agobiado, por aquella vida de hambre, fatiga y peligros...”.




La vida era difícil, pero pasando el Río Negro al sur y durante el invierno se tornaba casi imposible de sobrellevar.




LA FORTINERA




La vida era áspera en la Frontera y sólo la doraba un poco la presencia de la mujer, y esto, como lo he dicho del Fortín y del soldado, es valedero también para el gaucho y el colono.




El poblador se aferraba a la tierra con la ilusión de ganar un porvenir feliz para los suyos ya que sólo tenía un presente cargado de ansiedad; luchaba en esas soledades, en las que una fuente de melancolía, una de las vertientes caudalosas de la angustia, era la ausencia de la mujer.




Y la mujer surge, la vemos aparecer para ocupar heroicamente su lugar, cumpliendo su misión generadora de vida, fuente de ternura en el afecto, camarada en el trabajo, inspiración para soñar un futuro que tal vez no vieran nunca.




¡¡¡La Fortinera!!! Su figura ha sido inspiración en un romance de José Ramón Luna en el que dice:




“Carne de amor y de olvido,

Alma de olvido y de sombra,

Ahí está la Fortinera:

Tacuara, Clavel y Pólvora”.




Tacuara y Pólvora fueron “La Artillera”, “La Osa Mala”, “La Botón Pampa”, “La Pasto Verde”, “La Pocas Pilchas”; que así se llamaban, por apodos, pues pocas veces usaban su nombre; perdían su identidad del pasado.




Aquella, “La Artillera”, de modales varoniles y hábil para el cuchillo, era violenta y brava, talladora en el juego. Cuatro puñaladas cortaron su vida. Dice el documento: “…asesinada mientras dormía de otra manera hubiera cobrado cara su vida, que para ello tenía agallas”.




Pólvora fue “Rosa Mala”; Mendocina, enamorada del Cabo Pérez del Regimiento 3º de Caballería, llevaba siempre, entre sus senos o en la liga, un facón que utilizó para herir gravemente, por celos, en una pelea de cuchilleros y luego fue expulsada del Cuerpo.




Fueron soldados, no en la literatura sino también en los documentos oficiales.




En el Avance de 1876, el de la Zanja de Alsina, en la Orden de Marcha de la División Norte a cargo del Coronel Villegas, se establecía que las “mujeres sin familia”, marchaban a retaguardia arreando las caballadas, contando a cada una de ellas como un soldado.




Así Isabel Medina y Carmen Ledesma fueron consideradas “soldado en las horas bravas”.




Isabel Medina, que llamaron “La Capitana” o “La Heroína de la Verde”, ayudó luchando como soldado, a las fuerzas del gobierno y, en una oportunidad, hasta intentó arrebatar la bandera a un batallón enemigo.




Sus servicios fueron premiados por el gobierno con la cesión de una casita ubicada en la calle Viamonte (en Buenos Aires) y nombrándola Capitana del Regimiento 6º donde cobraba el sueldo correspondiente a su grado.




En 1879, marcha al Río Negro, el cuartel la llamaba y terminó sus días como cuidadora de la casa donde vivió Sarmiento en la Capital Federal.




Pero, tal vez, la mujer y soldado fue Carmen Ledesma, más conocida como “Mamá Carmen”; sabía todas las maniobras de la tropa y conocía el manejo de la artillería.




En 1874, la revolución obligó a las fuerzas a abandonar el Fuerte General Paz, en las cercanías de la actual ciudad de Carlos Casares (Bs. As.) y los indios aprovecharon para avanzar sobre el Fuerte.




Fueron recibidos con descargas de cañón que hicieron Mamá Carmen y otras tres mujeres vestidas como soldados. Cuando los indios emprendieron la retirada fueron perseguidos por esas mujeres, varios fueron hechos prisioneros y fue doblemente amarga la derrota: ¡prisioneros….y por mujeres!.




Mamá Carmen perdió sus 16 hijos –dije bien, 16 hijos- en el historial militar del Regimiento 2º. El último, el cabo Ángel Ledesma, un verdadero gigante moreno, fue muerto por un indio en una marcha al desierto. Su madre, Mamá Carmen, que iba a su lado, furiosa, se trabó en lucha con el indígena. Lo pelió a lanza, bola, cuchillo y lo mató….Le cortó la cabeza y luego la ató a la cola del caballo sobre cuyo lomo cargó el cadáver de su hijo. Al regreso al Fuerte, ella sola, con la espada al hombre, hizo la guardia de honor.




En otra parte del romance, José R. Luna recuerda:




“Son madres o compañeras

algunas hijas o novias

otras siguen el clarín

porque se han quedado solas…”.




Así fueron la “Viejita Isabel”, “Mamá Culepina”, “Mamá Pilar”, “La tía Marica”….




La “Viejita Isabel” tenía una situación especial; no compartía su vida con ningún soldado. Llegó acompañando, como criada, a un joven Alférez, casi un niño porque era eso…la edad no contaba…El Comandante Prado llegó a Trenque Lauquen a los catorce años. ¡A los catorce años, conquistador del desierto!.




Como la Viejita Isabel decía proceder de buena familia, no se mezclaba con “las otras”, lo que traía disgustos y peleas…No sólo cuidó a su Alférez, sino que, maternalmente, atendió a aquellos que necesitaron sus cuidados.




“Mamá Pilar”, mujer del Sargento Martínez, buena médica y curandera, atendió en Puán al General Teodora García y al Teniente Canaveri, que la recordaron con afecto. Mas aún, durante la marcha al Río Negro asistió como comadrona a la mujer del Cabo Cardozo y en el desierto, bajo un chañar, trajo a la vida al primer “salinerito huinca”, pues estaban en las cercanías de Salinas Grandes.




“Mamá Culepina”, de origen araucano, de la que también habla el Teniente Daza, tenía la ciencia infusa de las curanderas y como tal sirvió en Ñorquín en 1882, en el Regimiento 12º y en el Regimiento 3º.




“La Tía Marica” también llamada “María Chacabuco, fue la cebadora oficial del General Mansilla hasta que murió en el campo de batalla, destrozada por una granada enemiga.




Otra Fortinera, que recuerda Daza en sus Memorias, es Catalina de Godoy. Un día lo alcanza a caballo vestida de soldado; al reconocerla Daza, le pide que no la descubriera, pues quería seguir cuidando a su marido y atendiendo a los “oficialitos”.




En los documentos es frecuente encontrar la calificación: “sin familia”, porque ese era el eufemismo con que se las designaba. Eran fieles a su soldado pero también le eran fieles al Cuerpo; cuando un soldado fallecía, limpiamente, se unían con otro, pero no cambiaban de Regimiento.




LA CAUTIVA




El papel que más nos impresiona hoy es el de la Cautiva, esa figura dulce y suave pero recia y sufrida, que como preciado botín de guerra, alzaba el indio goloso en su caballo.




Duele la violenta separación de su mundo y la vida, humillante, despiadadamente cruel, de su prisión en las tolderías.




Sus sufrimientos, por partida doble, en lo espiritual y lo físico, alcanzaban límites inimaginables… Si intentaban huir eran despalmadas. Les sacaban la piel de la planta de los pies para que no pudieran caminar.




Sufren no solo los agravios de su nuevo dueño, sino los de las indígenas que han sido desplazadas en la predilección del indígena por su cabello más fino, su tez mas clara, su piel más suave.




Y un día, que en su vida anterior la hubiera llenado de orgullo y placer, se clava un puñal hondamente en su corazón. En su cuerpo se agita una nueva vida, el inevitable hijo de la cautiva y el infiel.




La cárcel de su cautiverio tiene un cerrojo más; ese hijo ha sellado definitivamente su vida. Ya nunca volverá a vivir en donde pasó su juventud.




Su amo y señor no le dejará llevar, el día de su liberación, a ese hijo que no quiso pero que ¡madre al fin! amará en toda plenitud.




Así fue el caso de doña Fermina Zárate, de La Carlota (Córdoba), que fue cautivada a los 20 años; el Cacique Ramón, en ocasión de una visita del Coronel Mansilla le dio permiso para irse pero se quedó. El Cacique Ramón no le dejaba llevar a su niño.




Antonio King, en Río Tercero; y Meyer Arnold, en La Pampa de la Candelaria registraron episodios iguales.




El mayor número de Cautivas fue el que tomaron en Salto, el 3 de febrero de 1820, los indígenas del chileno José Miguel Carreras. Más de 250 mujeres que estaban refugiadas en la Iglesia y otros tantos niños fueron al cautiverio.




Ese destino lo sufrían mujeres de todas las clases sociales: Doña Aniceta Sanabria era de una importante familia de San Luis; una monja cordobesa sobrina del Gobernador López, cautivada cerca de San José del Morro fue entregada como prenda de paz, en Azul en 1847.




Y una de las cuatro mujeres que Pincén llevó a su cautiverio en Trenque Lauquen, decía ser sobrina del General Arredondo.




Algunas, muy pocas, alcanzaron a seducir realmente a sus captores y las trataban mejor. El coronel Racedo habla de una francesa, Emilia Carriére que hacía de secretaria del Cacique Baigorrita.




Otras, cautivas de un cacique, sufrían el destino trágico de ser inmoladas tras la muerte de su señor, para alejar el maleficio.




Los araucanos –como casi todas las culturas indoamericanas- cumplían en esas ocasiones un sangriento rito funerario: la inmolación de las esposas, sirvientes, hechiceras y cautivos, para que acompañasen al difunto al país del cielo.




Esta ceremonia fue especialmente trágica al morir el Cacique Painé en 1847. Según un testigo presencial fueron muertas a golpe de bola 32 mujeres en cuatro paradas que hizo el cortejo, entre el toldo y la sepultura, a lo largo de unas seis cuadras.




En el sepelio del Cacique Calfucurá en 1873, ocurrió lo mismo que en el caso anterior y el del Cacique Coliqueo, en 1902, esta última ceremonia se frustró por casualidad.




*****




Ya han entrevisto ustedes el drama. ¡Pobres aquellas mujeres! ¡Pobres aquellos hombres!.




Por ahí andan sus huesos fecundando la llanura y, a veces, al revolver el viento en un médano, junto a unos huesos que se pulverizan, unos botones patrios, alguna cruz, una medallita, guardan en las arenas el secreto de un destino que se tronchó para que tuviéramos nuestro presente.




Que estas palabras sean de homenaje a todos los actores del drama que he querido esbozar ante ustedes.




Que el recuerdo de sus hazañas y la memoria de sus martirios, nos den la lección que tal vez necesitemos para seguir agrandando esta Patria que ellos empezaron a forjar.




José Francisco Mayo. Presentación en Gral. Acha, La Pampa, Año 1968 [*].




[*] Cap. III del libro: “Un Titán del Desierto – General Conrado E. Villegas”. José F. Mayo.




Nota 1ª de Argentinidad para meditar: Nótese -al leer La Cautiva- la diferencia fantástica entre aquellas mujeres valientes con tipas actuales -y nefastas- como Cristina Elizabeth Wilhelm de Kirchner; Hebe Pastor de Bonafini; Vilma Ripoll; María José Lubertino, y cuanta abortista -e indigenista- nos rodean. Una larga lista de pseudo mujeres degeneradas. Tipas que no es necesario publicar sus fotos y prontuarios. O todas aquellas que tiran a sus hijos asesinados por aborto, so pretexto de querer ser “dueñas de su propio cuerpo”. Tipas ateas, tipas marxistas, tipas de mierda. Se entiende…




Nota 2ª de Argentinidad: La presente recopilación de trabajos y de investigación es de nuestra amiga Patricia Angélica Cabeza Miró, a quien agradecemos su valiosa colaboración.