En la primera década del siglo XX un grupo de estancieros argentinos tomaron como empresa la recuperación del caballo criollo argentino para establecer una raza. Este caballo no era otro que el caballo español que había llegado a las américas junto con los conquistadores y que había inspirado en ellos la famosa frase "Porque después de a Dios, a los caballos debemos la conquista".
En las pampas argentinas el tema comenzó con siete caballos que quedaron libres en la primera fundación de Buenos Aires, y ya en la segunda, los españoles encontraron cientos de estos "baguales" que habían hallado entre los pastos fecundos un lugar inmejorable para su reproducción, descontando por supuesto, que también en este asunto anduvo Dios. Ya que bien dice al hablar de la pampa el de a ratos acertado Borges:
"Vi el campo donde cabe
Dios sin haber de inclinarse
Vi el único lugar de la tierra
Donde puede caminar Dios a sus anchas…"
Dios sin haber de inclinarse
Vi el único lugar de la tierra
Donde puede caminar Dios a sus anchas…"
De este dato científico colijo que a Dios que le gustaba andar en la pampa, quiso andar entre caballos, y aún más: que le deben haber gustado aquellos españoles que los trajeron…, y la conquista… y por ende los criollos. (Este es el tipo de conclusiones contundentes que hay que esgrimir contra los críticos sin arrugar un milímetro ni entretenerse en academicismos).
El número de siete también tiene sus connotaciones. Cuando Mahoma funda la raza árabe pretende fundarla sobre siete especimenes que luego de haberlos encerrado por días sin agua, al soltarlos a la fuente, hizo tocar las trompetas de guerra y fueron esos siete los que volvieron la marcha olvidando la sed.
Esto es leyenda, le gustaba ese número (a él o al cabalista que le escribía el libreto). Pero el hecho de aquellos siete caballos españoles es verdad probada. Resulta que estos españoles a los que me refiero tenían el vicio de las buenas cuentas (costumbre entre muchas olvidadas por estos pagos), y las carabelas llevaban un riguroso inventario de todo lo que portaban, en especial los caballos, con detalles de capas (luego diremos pelaje), portes, género y otras yerbas. Y de hecho, mal que le pese a Mahoma: fueron siete.
Ya sentado el punto del origen providencial de la raza criolla, y poniendo al lector con ecuanimidad en la disyuntiva de admirarlos por sobre todos o contradecir al Eterno, remitimos a la abundante literatura que trata sobre los componentes de la raza: el berebere en amores con una jaca germana, etc. y de lo cual no me ocupo por ser un detalle menor, propio de las causas segundas y que aún salvando lo palanganudo, sólo pueden aportarnos lo pintoresco y no lo sublime, que es lo que intento.
Luego corresponde tratar sobre el tema tan discutido de las mutaciones que esta raza sufrió en su estancia salvaje sobre las pampas gloriosas. El hecho es que durante estos cuatrocientos años de estar en un lugar como la gente, el caballo disminuyó su altura entre siete y diez centímetros, reforzó su musculatura, agrandó un poco su cabeza, engrosó sus extremidades y fue definiendo pelajes. Hay explicaciones evolucionistas, selección natural, adaptación al medio, etc.. Una de ellas, por ejemplo, habla de que la cabeza se agranda como producto de la necesidad de pensar como rebuscarse el pienso y argüir una defensa frente a los predadores al estar en estado salvaje; cosa que no era necesaria en la vida estabular de sus pagos originales. Don Roberto Cunninghame Graham la imputa directamente a Darwin en su paso por la patagonia. (No quiero pensar como nos va a quedar la cabeza a los argentinos si esta necesidad de rebuscar el mango y la seguridad sigue algunos años). Luego vienen otras: la altura (quizá los altos eran más visibles entre los pastos para los predadores), la robustez (producto de las largas marchas en tan enormes extensiones) y muchas otras teorías más o menos acertadas, pero todas ajenas al asunto principal y con las que se corre el peligro de caer en el absurdo al perder de vista el misterio. Y si. Es así. Después de Juancito Sartre, ponerse a discurrir es un permanente riesgo de sambullirse en la viscosidad del no ser que acecha al ser, que está obligado a vomitarse a sí mismo y que explica porque uno es un tipo de mierda. Es más, uno no merece pertenecer a la intelectualidad si no se ha sentido atormentado, en mayor o menor medida, por la idea de la nada y junto a sus contemporáneos ha aceptado, honrado e incluso exaltado la absurdidad.
Pero siguiendo la lógica certera y dogmática que nos impulsa directamente al misterio y nos priva de un rinconcito en la inteligencia moderna: si como demostramos, a) Dios andaba en las pampas, y b) se hizo traer siete caballos, pues… c) los cambios obedecen a que los arregló a su gusto. De donde tenemos que el caballo criollo argentino es el caballo que Dios eligió para Sí. De esta manera salimos del tormentoso problema que la evolución nos plantea al mostrarnos un relámpago entre dos nadas y cobramos cabal comprensión del fenómeno.
Como en todas las historias sagradas el diablo metió la cola, y trajo junto con las ideas revolucionarias el caballo inglés y el árabe (que de unas, otros y otros nadie se salva). ¿Y cuándo ha venido algo bueno de esos dos lados para la Argentina? Todos los impíos, masones, ateos y desculotados entendían de buen lujo montar esos camellos crucientos para desde ahí arriba sablearse a gusto en cuanta guerra civil se les viniera al antojo; y para colmo... alazanes…, pelaje de mariquitas; hipistas y jugadores de polo que festejan el goal con una sorda y coqueta campana. Que tiempos aquellos cuando una yunta de gauchos paleteaba un novillo haciendo rodeo campo ajuera y el vacuno corneta festejaba el acierto de la apretada con un largo y sonoro pedo que coronaba las risas de los peones.
Pues bien, gesta maya de por medio, y salvo la ilustre pausa que "el mejor jinete en un país de jinetes" (al decir de Sarmiento) impuso a nuestro descenso a los infiernos; los dos criollos: el hombre y su montado, se fueron perdiendo en los enormes horizontes de la pampa.
Tuvo más suerte el caballo, ya que como decíamos, una corriente de viejos gauchos argentinos, Solanet, Dowdald, Graham, Shifelly etc. (no suenan muy criollos) se abocó a su recuperación, buscando especimenes puros para comenzar un cría que ha tenido abundantes adeptos y hoy, es considerable la caballada criolla que puebla nuestros campos. Hacia 1930 el ejército argentino crea su batallón sobre criollos puros, todos gateados. Pero… también el diablo metió la cola.
El criollo argentino es un caballo que aunque de escasa alzada es de importante porte, recia musculatura lo destaca y es legendaria su rudeza y robustez. La enciclopedia británica del caballo resalta que la prueba de resistencia del criollo argentino (700 Kmts en diez días con 120 Kg de carga y sin apoyo de alimentos fuera de los que se gana a campo en las noches) no ha podido ser igualada por ninguna otra raza. Tengo para mi bien y como piadosa promesa, uno de esos especímenes, padrillo rosillo, calzado de tres y lista tuerta, mirada furiosa, cogote de toro, ligero de ensillar, escarceador más no estrellero.
En suma, este pingo es un especímen inigualable en las tareas de campo abierto, el rodeo de la hacienda, las agotadoras jornadas; es decir… absolutamente inservible para los actuales campos cerrados por alambres, con trabajos a corral y una hacienda más mansa que mi tía, que no se casó por no salir a la puerta. Resulta pues, que los chilenos, de pequeños campos, habían seleccionado un caballo más apto para sus minifundios y sus apiñados corrales, y el hecho es que este se impuso sobre el argentino ya que hoy nadie anda a caballo por el campo. Hacen "deportes equinos" los maturrangos. Un deporte es un juego que según la inglesa costumbre no se nos permite disfrutar sin público y una tenida adecuada. Parece ser que el individualismo ha convertido la necesidad de sociabilidad en exhibicionismo. Y volviendo a la ecuanimidad en los juicios; el "sport" me hincha. Las cosas así.., los criollos argentinos no hicieron más precio en el mercado, siendo el valor fundamental del caballo el desenvolverse bien en un trailer y en un corral de aparte de 50 mts2 en el que veinte tipos por turno corren tres vacas cascoteadas que miran estúpidas las gradas llenas de estúpidos que miran las vacas. Pero la renta manda y ya no se crían más argentinos.
Todos somos hermanos macanudos
Apretones … sonrisas … se chamuya
Pero entrando en juego la biyuya
Se acabaron los cortes y saludos.
Apretones … sonrisas … se chamuya
Pero entrando en juego la biyuya
Se acabaron los cortes y saludos.
Y no con esto quiero denostar a aquellos que viven de vender caballos achilenados, cereales hibridados, pollos genéticamente manipulados, o almaceneros con balanzas tocadas, constructores con mediciones exageradas, aún fulleros, cabareteros, compadritos, abogados de causas torpes, profesores de algo que no le importa a nadie y tratantes de blancas…, todos ellos mártires del arcaísmo económico, furgones de cola de la verdadera ciencia económica que se nutre en las bolsas y en las bancas, esa ciencia que consiste en formar apuestas sobre los avatares de negocios que aún no existen y que lo más probable es que nunca existirán, basados en promesas que todos saben que no se van a cumplir, pero de los que han lanzado títulos de deudas de los que cobran hoy comisiones e intereses, esprets de cambio, todo basado en proyecciones que arbitrariamente manipulan desde consultoras mercenarias con métodos próximos a la adivinación y el ocultismo. Y luego apuestan a los resultados de esas apuestas. Y luego a los resultados de las apuestas sobre esos resultados.
No se le oculta a nadie medianamente astuto establecer un parangón entre la suerte del criollo caballo y el criollo humano poblador de estos pagos. Es más, no me extrañaría que algún club cruzado de apellidos germanos o sajones (anque italianos) nos propusiera recriar al criollo puro, con sus pilchas gauchas y costumbres religiosas, rebuscar el tipo y propender al cultivo de sus tradiciones. Podría también pensarse en ciertos negocios rentables que bancarán la empresa, de esa manera un Marcial Contreras o un Nazareno Cárdenas, podrían mostrarse los domingos en el club de rodeo y de lunes a viernes darles trabajo en una mutual de ahorro y préstamo. Pero hay que tener en cuenta el tema de los espacios chicos y las faenas modernas. Hoy el trabajo consiste en contestar, rebatir y convencer una montaña inmensa de imbéciles que se resisten a ser engañados con una tenacidad sólo superada por la que oponen a ser convertidos. Se resisten a perder y se resisten a ganar. A quienes hay que llevar por lo malo a lo bueno y por lo bueno a lo malo, pero no hay que hacerlos llegar a ninguna de estas partes del todo porque inmediatamente te demandan. Gente cansada de trabajar y abrumadas de ocio. Acosados de necesidades porque son pobres y mucho más porque son ricos. Quienes reclaman que les hables del bien entre los intervalos de la gran bragueta electrónica, (en ciertos horarios de la programación, un cura o un médico con cara y culo de angelote, corre a modo de cortina los enormes y colgajosos miembros que vienen ocupando la pantalla para vendernos filantropía como vende entre sus chorizos el fiambrero). Por supuesto que quieren tradiciones. Los domingos con almuerzo show, servidos por chinitas con trenzas y escotados vestidos floreados.
En fin pingo querido, debemos aceptar que hemos sido derrotados por circunstancias infortunadas, sacados de nuestro elemento natural se nos ha negado el espacio que el carácter necesita para respirar y por ahora se hace imposible conseguir un aire, ¿y quién nos aguanta ende mientras este retozo entre juguetón y matrero?.
Los dos criollos ameritan un esfuerzo de caridad, de esa caridad que siempre juzgará al alma no por lo que ha conseguido modelar exteriormente, ni por su cuerpo, sus palabras o aquellas obras que no son otra cosa que los restos del naufragio de este viaje, sino por aquellos pequeños elementos de luz y de amor que esa pobre alma humana o animal infundió en la inevitable tragedia de la vida.
Y así solito o con los silenciosos peones (ya restos suburbanos como la gramilla de las banquinas manchada de petróleo), luego de ensillar mascullando los remanidos versos de Roldán, enfilo para las cuestas pedregosas de Los Andes el moño altanero de mi criollo que en su andar liberal hace trinar las nazarenas y dejando atrás los relinchos de las yeguas argentinas que saludan al altivo potro, pienso mientras prendo un tabaco que apoyo en los soajes de la rienda: ¡qué mal negocio es esto de andar conservando tradiciones que no cotizan en el mercado consumidor. Pero no me le suelte la cola aunque le cague los dedos.
Dardo Juan Calderón
Nota: Este es otro de los artículos que se vuelven a publicar, tal como aclaramos anteriormente, y ¡gracias a El Carlista!.