Es de conjeturar que en un encomio a su rotativo empleador pensaba Rafael Bielsa, cuando en el reportaje concedido al bartoleano diario en su edición del 10 de febrero, llamó a Néstor Kirchner “una máquina implacable de razonar”, agregando para más datos que con el cachivache se reúne “para trasmitirle sus pensamientos”.
Si alguna brisa de sabiduría perenne hubiera mesado las barbas del aburguesado sicario, conocería al menos dos cosas. La primera, que no es noble metáfora ni recta antropología analogar a la creatura con el artefacto, aunque en este caso el analogado primero valga menos que un oxidado armatoste.
La segunda -de la mano inmortal de Chesterton- es que el loco es precisamente aquel que ha perdido todo, todo menos la razón. Distinguir escolásticamente entre la ratio y el intellectus sabía el egregio gordo, de allí su síntesis exacta del problema bajo la forma que mejor acuñaba: la paradoja.
Y algo de esto había entrevisto ya Hurtado de Mendoza, cuando en la Jornada Primera de El marido hace mujer -¡vaya precognición!- estampó lacónicamente: “que aún más que la necedad, es necia en vos la razón”. Pero aunque no dan los tiempos ni los personajes para estas honduras, lo que queremos decir no precisa referencia bibliográfica alguna, y es que Néstor Kirchner es un demente. No de aquellos que la psiquiatría convierte en atento objeto de estudio, la jurisprudencia en sujeto inimputable, las letras erásmicas en elogio y la cristiana caridad en objeto de misericordiosas atenciones.
No; es el vulgar pirado, el majareta, maniático, trastornado, o perturbado fiero, ramplona pero certeramente llamado por el vulgo: loco de mierda. Disimúlese como se quiera la recia expresión. Válgase la prensa seria de sonoros efugios y la diplomacia de las sinuosidades propias de su arte. Lo cierto es que en la calle estrecha, en el pago chico, en la esquina cualquiera, en el barrio de al lado y en la boca del pueblo, no hay argentino decente que ya no lo diga y -lo que es más significativo- que ya no quiera actuar en consecuencia librándose cuanto antes de tamaña peste alienada. Pero dado que Kirchner le ha impuesto a su gentilicio un destino genérico, como quien con él designa a la malaria, el tifus o la diarrea, el juicio negro del demos y la consiguiente voluntad destituyente se prolonga hacia su esposa, a quien para abreviar llamaremos la Kirchner. Quien se pasee hoy por los modernos corrillos populares que son los sitios anónimos del YouTube, verá que incesantemente se fablan, se oyen, se miran, y se exhiben conductas de la moza a cuales más desquiciadas cuanto vergonzosamente veraces.
La famosa Balada que concluía gritando “loca ella, loco yo”, es casi el son surrealista que canturrea el sufrido gentío, pidiendo que se vayan de una vez por todas. Así como aquel otro himno discepoliano que todo lo aúna y lo profiere al grito bisilábico de ¡Chorra!. No ha mejorado el panorama cruel de las estigmatizaciones colectivas y de los deseos imaginarios de una pronta retirada, el hecho de que la “doctora” haya comparado al cónyuge con Obama y a éste, a su vez, con el mismísimo Perón. Tenía bastante el morocho con su condición perversa para cargar encima esta doble alegoría; pero en rigor ese mismo pueblo que ya no los soporta, sabe que no es lo mismo ser un cabeza de estos arrabales que un mestizo de la Casa Blanca.
Larga vida al primero, con su tinto a cuestas, razona Mingo Revulgo. Vade retro con el segundo, a quien el poder convierte en un blancoide degenerado como Michael Jackson. Bien decía Ramón Doll que hay negros de todos los colores; de modo que aquí seguimos prefiriendo los que no saben inglés. Sean estas reflexiones todavía veraniegas, para adelantar un juicio en este año al que los demócratas no llaman “Del Señor”, sino “electoral”.
El juicio es tan redondo como cierto: nadie quiere a los Kirchner. Lo que se siente por ellos se llama miedo o espanto, rabia o desazón, odio y desprecio, alergia, enemistad, repugnancia y tirria. De modo que cual fuese el resultado de las urnas, cualquiera el destino de lo que titulan oposición, cualquiera el curso meramente formal de esta tiranía abyecta, cualquiera el designio brotado del azar siempre fraudulento de las urnas, los Kirchner ya no gobiernan.
Porque no hay nadie que los acate con la amante docilidad de un súbdito agradecido, sino muchos y en racimos de multitud los que los detestan y procuran que la corrupción que encarnan se esfume cuanto antes.
Contra estos locos inmundos -¡qué razón llevaba Rosas cuando así calificó oficialmente a su primer traidor!- sea nuestra consigna la del gallardo Solzhenitsin: lucidez y coraje al servicio de la Verdad.
Del Editorial de Cabildo Nº: 79
Antonio Caponnetto