Reflexiones sobre una edición de "Desierto de piedra"

Enviado por Esteban Falcionelli en Vie, 06/03/2009 - 8:40am

Todos los marzos me resulta inevitable manotear de la biblioteca algunos de los libros de don Gustavo Adolfo Martínez Zuviría, más conocido bajo el seudónimo de Hugo Wast. Será que siempre tengo presente que el 28 de ese mes del año 1.962 pasaba a mejor vida y me he acostumbrado a recordarlo ojeando y releyendo pasajes de su obra. La de su muerte es una de las pocas fechas que retengo en la cabeza.

Por eso es que hoy al ver el lomo de “Desierto de piedra” lo tomé y me puse a ver el año de la edición, la editorial y esas cosas. La mía es una edición de 1964, de la rosarina Editorial Apis, que forma parte de la Colección Argentina de la Biblioteca de Maestros del Idioma, impresa en los talleres de artes gráficas del Colegio Salesiano “San José”.

En la “declaración de propósitos” de los editores pueden leerse las intenciones de “… propagar la lectura de buenos autores, en ediciones lo más económicas posibles, en estos tiempos en que los libros están a precios casi prohibitivos. Y el segundo, facilitar a profesores y alumnos la enseñanza, la lectura y la asimilación de los autores”. Como es obvio, la primera intención esbozada no podía sorprenderme mucho, pero, por el contrario, la segunda lo hizo enormemente. Para llevar adelante tan pedagógica faena el texto cuenta con notas de carácter gramatical, filológico, semántico, lexicológico, histórico, geográfico, preceptivo-literario, etc..

Como ya dijimos, esta edición es de 1964. Tengamos en cuenta que Castellani, mucho antes de esta fecha despotricaba de la pésima educación nacional. En 1939 salía la primera edición de “La reforma de la enseñanza”, la que se compone de artículos fechados entre 1931 y 1938. En uno de los artículos allí recopilados Castellani, luego de recordarnos que  hemos sido mantenidos en una “minoridad perpetua”, se lamenta en tanto hijos de una raza civilizadora hemos vendido nuestro bienes raíces, hemos desviado el cauce de la ninfa madre, que bañaba nuestras raíces en la napa congénita de la estirpe. Nos hemos quedado en seco. Hemos perdido la cepa. Hemos desgarrado lo que llamaba Cicerón la contextura de las edades superiores.

Entonces tenemos que la educación estaba por el piso ya en la década del 30 y a caballo de una decadencia que no ha cesado hasta el presente, pero nos sorprendemos de la tan atinada iniciativa de procurar por 1964 – pasados treinta años de la queja del cura – que aún los profesores y alumnos tuvieran acceso, entre otros, a las obras de Hugo Wast, lo que no deja de parecernos óptimo siendo que estas lecturas son profundamente recomendables y formativas. Por tanto, la educación no perdía su dirección decadente pero todavía se hacían algunos intentos por mantener su excelencia. Esta decadencia no es otra cosa que la lógica e imparable consecuencia del cambio de preferencias axiológicas que han llegado - para quedarse - con la Revolución, donde el economicismo sin trascendencia es lo que marca el nuevo camino del hombre.

Por ello, pasados setenta años de los dichos de Castellani, no es raro que por estos días veamos en lo medios de comunicación a impresentables sujetos de barba y pelo largo representando a los maestros, amenazando con huelgas y expresándose como simios, pero, mucho menos raro, es que los jóvenes educandos desfilen con peinados insospechados, desconozcan el castellano y cada tanto protagonicen alguna “sentada” dentro de los colegios impidiendo el ingreso de las autoridades educativas para que siga el baile y se vayan acostumbrando a su futuro de políticos de profesión. En otros tiempos, si se hablaba del peinado, podía ser como en “Flor de durazno” cuando Hugo Wast recordaba que muchacha que vuelve peinándose a lo rica, ¡hum!, el diablo entra por el copete, en cambio hoy en día a éstos Mandinga también se les cuela por otro lado.

Entre otras cosas, y muy por el contrario de lo que hoy se puede llegar a creer, con la falta de educación también se ha perdido el humor, la posibilidad de reír ante la ironía y hasta la gracia más elemental. Hoy vemos que un excéntrico pelilargo de jeta desencajada o a la maestra que el mes pasado salió premiada segunda princesa entre las más trolas del carnaval – reina sale siempre la directora - son quienes educan sexualmente a nuestros hijos, cosa que consiste, muñeco en mano, en enseñarle a los niños a ponerle el globo y a advertirlos, luego de tamaña incitación, que con globito en el baño del cole vale tres amonestaciones y sin condón vale cinco, salvo que el asunto haya sido multitudinario. En este último caso la sanción se condona por haberse demostrado aptitud para trabajar en equipo y porque no es bueno criminalizar la protesta del alumnado. En cambio antes, con estas lecturas, los jóvenes nos reíamos al enterarnos que era más fácil sacarle una muela a un puma que una noticia a don Canuto, imaginándonos nosotros mismos en tan difícil trance. En vez de estar obnubilados por el marica de turno, nos podíamos deleitar con las aventuras del inolvidable sargento Chaparro que había aprendido a evitar las puteadas remplazándolas por letanías y así ganar indulgencias,  aquel hombrón jovial que tenía las fuerzas de un buey y las entrañas de un niño, que manejaba el cuchillo como un peón de matadero y ensartaba latines como un cura y que en su nobleza sabía hasta donde se podía hundir el fierro en la barriga humana sin llegar a las tripas y hacer gran daño.

Todavía se podía, sin riego de marchar preso, hablar de las inmortales voces de la raza y de indios cristianos que no necesitaban mirar ni la tierra, ni el agua, ni los árboles del bosque, ni los astros del cielo, pues poseían un instinto seguro como una brújula, ese conjunto de facultades que ha sido aguzado en la gente de los bosques durante miles de años, mientras hoy los jóvenes se empantanan en el resentimiento plebeyo del marxismo indigenista.

Y que la escuela sea “católica” tampoco parece garantía suficiente, pues ya no se enteran leyendo la historia de Don Bosco y Pío IX que el Papa posee, por divina asistencia, la infalibilidad de que Cristo ha querido dotar a su Iglesia; tales definiciones son irreformables de sí y no por consentimiento de la Iglesia, cuando define una doctrina acerca de la fe o de las costumbres, pudiendo, por no haber aprendido esto, contradecir la doctrina más clara e infalible sin que nadie al menos se pregunte si aquello es lícito.

Pero lo que más me molesta es la fealdad y la pérdida del humor pues es reflejo de lo que va por dentro. Qué sería de la vida si nos faltase el recurso de recordar entre amigos y mejor si es rodeados de cuatro paredes, a esa mujer de la que se podía decir que cuando se miraba, aquella original y frágil figura, los ojos quedan impregnados de ella y aunque uno los apartase o los cerrase, por largo rato seguía viéndola o que la cosa no es nueva, pues ya decía Hugo Wast, que si estos chivitos tuvieran dos patas estarían maduros para la política: ya saben arrodillarse para mamar mejor o que no es de cristianos perderse en justificaciones maquiavélicas pues comúnmente él que quiere ahorcar a su perro, sale diciendo que está rabioso.

Y al que me venga con que soy un cabeza dura que debe aggiornarse le recordaré que Misia Inés era tan tozuda que cuando adoptaba una posición no la sacaba de allí ni un Arcángel espada en mano.

Germán Rocca