Los Escolares

Enviado por Esteban Falcionelli en Dom, 15/03/2009 - 1:13pm
 

La posibilidad misma de ganar la guerra de las ideas, y por tanto también la batalla de la educación, es decir, la posibilidad de lograr una compensación a la dinámica moderna desarraigadora, desintegradora y desvinculadora, es en muy alto grado una cuestión de voluntad consciente por parte de todos y de la educación de cada uno. Sociedad significa comunicación, y la educación y formación son comunicación social por excelencia, para bien o para mal. En la sociedad de los mass-media, la familia, parroquia, escuela y universidad de hecho ya no son los educadores únicos, ni principales. Pero a ellas sigue competiéndoles, por derecho, comunicar las actitudes y comportamientos probados por la tradición que sirven de cauce para afrontar los desafíos humanos de toda índole.

Corresponde a la comunidad política en todos los niveles, por tanto, y no principalmente al Estado, transmitir tales formas y pautas de conducta. Pueden identificarse cuatro fuentes de efectiva transmisión de valores auténticos: la familia, la Iglesia (como maestra del pueblo cristiano), las comunidades auténticas y la sabiduría tradicional en sí misma, encuadrada ésta última en parte a través de aquellas instituciones societarias. Sólo estas fuentes son cierta garantía de que los hombres puedan criarse bajo condicionamientos que favorezcan hábitos intelectuales y morales rectos; condicionamientos por tanto de un orden natural, el único capaz de fomentar la cooperación, respetar la tradición y alcanzar una efectiva integración social de los individuos.

Dos elementos de una pedagogía humanista-cristiana podrían resaltarse: en primer lugar, la capitalidad de la presencia de un conjunto congruente de ideas y valores, que ayudan al hombre a la orientación de su conducta en la vida cotidiana social; y, en segundo lugar, el hecho de que la educación precisa una concreción o fijación del individuo en un ámbito familiar, próximo y abarcable, mediante un trato cotidiano con hombres y cosas que podríamos llamar casa o habitat. Dicho en una clave filosófica más amplia, es la tesis sobre la polis (Estado-ciudad) de la filosofía política clásica, que contrasta notoriamente con la tesis sobre la sociedad (abierta) de la filosofía política moderna, y la anti-sociedad multicultural de la posmodernidad.

La sabiduría educativa de la Iglesia tradicional implica una profunda "filosofía del habitar" como base radical de toda praxis societaria y revela que la educación no sólo cumple una función social, sino que ella misma es un rasgo constitutivo de cualquier actividad social; es decir, una especie de transcendental social que se concreta en la vida de los grupos humanos, comenzando por la familia como núcleo esencial.

Por ejemplo. Quien tenga el más mínimo sentido común entiende que los niños no pueden vivir sin caricias, sin las caras alegres y las palabras cariñosas de sus padres. Y los -ahora tan frecuentes- fracasos afectivos de adultos y adolescentes no hacen sino confirmar esta apreciación. Aquí se halla la importancia absolutamente fundamental de la familia, la importancia fundamental del hogar y del hogar intacto, que es una entidad que no puede sustituir ninguna escuela o institución, ni mucho menos uniones contra-naturam de individuos del mismo sexo, tan "mimadas" por los políticos actuales.

A este propósito, el síntoma más grave de la desintegración social, definible con términos específicos e interrelacionados como desarraigo, masificación, proletarización, atomización, mecanización y centralización, queda ubicada en la decadencia de la propia familia. Y la decadencia de la familia, que corre pareja con la evolución patológica general, muestra con especial claridad cuánto corroe aquel proceso las condiciones más elementales de toda naturaleza humana sana y de toda sociedad vigorosamente constituida. En efecto, ese proceso ha creado condiciones económico-sociales que inevitablemente tenían que mermar la familia como centro de la educación de los hijos y como la célula comunitaria más natural, para acabar por degenerar en simple "dirección" compartida, o ni eso siquiera. La familia se ha degradado en realidad hasta quedar reducida a simple comunidad de consumo -en el mejor de los casos, a comunidad de disfrute temporal- en la que con harta frecuencia faltan los hijos, a los que, cuando existen, brinda sólo escasos recursos humanos para una educación integral. Si hemos de dar la razón a quienes afirman que en amplios círculos sociales apenas puede hablarse ya de educación; si consideramos, por otra parte, que la educación y la enseñanza públicas absorben buena parte de la formación de los hombres y tienen, por lo tanto, un carácter más unilateral; y si tenemos en cuenta que una mitad de la sociedad, a saber, la femenina, está amenazada por esta evolución en el cumplimiento del fin principal para que ha sido creada, siendo por ello su verdadera víctima, podremos afirmar sin temor a ser exagerados que la decadencia de la familia es uno de los síntomas de enfermedad más graves de nuestro tiempo.

En la concepción católica tradicional, educación y formación remiten a la adquisición de virtudes (naturales y sobrenaturales), mientras que la información, a simples habilidades y pericias. La primera se concibe como tarea ética y religiosa, la segunda meramente como tarea técnica y ecológica. La ética mira a la unidad o congregación de las dimensiones humanas, la técnica provoca dispersión en medio de tipos de unión fundamentalmente abstractos.

De ahí, es un postulado pedagógico elemental que la formación debe realizarse bajo el lema «multum, non multa» centrándose en lo esencial, en lo realmente principal, en lo que forma el juicio, lo que sienta criterios, lo que orienta, lejos de toda acumulación de materia, lejos, por tanto, del mero amontonamiento de saberes, fiel a la comprobada definición de la cultura intelectual de la que se ha dicho que es lo que permanece cuando se haya olvidado todo lo que se aprendió en la escuela. Intelectuales como López-Quintás insisten encarecidamente en el valor formativo de la gran literatura y del gran arte de todos los tiempos: porque trata de la sociedad en su totalidad, de sus leyes constitutivas y de las modificaciones que corresponden o contradicen estas leyes constitutivas, es decir, trata de un tipo de psicología y patología de la sociedad humana en general. Creo que no hay nada que debería hacer vibrar más hondamente a educadores -y educandos- como precisamente una discusión de esta índole. Porque esos educandos -los jóvenes-, confrontados con un mundo tantas veces esperpéntico, violento y patético, lo que en principio deberían estar buscando es orientación; pero de poco les sirven guías que son ciegos, como relata el Evangelio.



Dr. Andreas A. Böhmler, en "La educación católica ante la tentación humanista".
 
Nota de Argentinidad: Lo marcado en negritas lo agregamos nosotros. La imágen: el cuadro, es de Felice Casorati, 1928, Galeria de Arte Moderno, Palermo.

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