“Yo sirvo al Rey Eterno, Jesucristo… …”
San Marcelo, Mártir. Centurión,
Legio VII Gemina
No quiero hablar de su Calvario. Si todos
lo conocemos desde hace treinta y cinco años. Nadie hay hoy que no sepa cuanta
crueldad se ensañó en él, ni nadie que ignore el horror de su cautiverio. Pero
aunque no queramos hacerlo su Calvario vuelve siempre a nosotros, porque solo
hundiéndonos en él encontraremos respuesta a las preguntas que hoy la Patria -esa conformada por las generaciones de nuestros hijos y nietos- nos hace. Porque
es también ese Calvario el ejemplo inmarcesible y necesario para barrer la
mugre en que nos quieren ahogar aquellos que no comprenden que hay valores que
son eternos y que el hombre que los porta accede a la historia.
Hubiera preferido no reiterar palabras
sobre la congoja del martirio y solo hablar de la luz de esperanza que día a día
Argentino del Valle Larrabure, Coronel y Mártir, derrama sobre la Patria, pero
es imposible, esa luz está intrínsecamente unida a su Calvario. ¿Cuántas veces
ese inmundo agujero donde estaba cautivo se convirtió en Getsemaní?, ¿Cuántas
veces, física o espiritualmente, fue flagelado, coronado de espinas y empujado
con su cruz a cuesta?. Fácil, todas las veces posibles durante trecientos
setenta y dos días, todas las veces posibles decididas por la crueldad de sus
captores, todas la veces en que se negó, por que era un Oficial del Ejército
Argentino -con el “¡O juremos con gloria morir!” en los labios- a trabajar
para quienes atacaban a la Patria.
No sirve terminar con un tibio “descansa en
paz” porque lo que él nos dió -el mandato de bravura pero también de perdonar
legado a su familia, el ejemplo que nos regaló con su vida- sería suficiente
para un pedido así, pero los hombres como él, esos que viven enfermos de amor
por su Patria, no se permiten descansar.