Mons. Fellay en Buenos Aires (actualizado)

Enviado por Esteban Falcionelli en Vie, 16/10/2009 - 6:18pm
 

Reseña de su conferencia de ayer, 15 de Octubre.

 
En una exposición de casi tres horas, el Superior General de la  FSSPX desarrolló minuciosamente la historia de las relaciones con la Santa Sede, desde la fundación de la obra hasta la actualidad. Oscilando entre explicaciones doctrinales y un nutrido anecdotario, el obispo Fellay dejó en los oyentes una impresión muy completa de la situación romana y de la Iglesia en general.

Cuando ya habíamos preparado los elementos técnicos, y aún sorprendiendo a las propias autoridades locales, Mons. Fellay no permitió que se registrara su exposición. Fue muy extensa y no hubo diálogo con el público, sino hasta el final, cuando ya muy entrada la noche, más de las 23 hs. los asistentes que quisieran quedarse fueron agasajados con un refrigerio. Allí el obispo dialogó con quienes se acercaron a él.

Pero, evidentemente, no quería ningún registro para la prensa, lo cual se volvió comprensible al ver la naturaleza de la exposición. Para dar una idea –bastante completa por cierto- de las rocambolescas vicisitudes entre Roma y la FSSPX apeló a un nutrido anecdotario, insistiendo reiteradamente en que de muchos de los hechos relatados no podía aportar pruebas, por tratarse de conversaciones telefónicas o personales.

La audiencia siguió atentamente la exposición -en castellano, serena y pausada-, por momentos con alguna dificultad expresiva dado que el obispo suizo no recurrió a ningún texto escrito durante las casi tres rotundas horas de su charla. El silencio y la atención fueron, al menos desde nuestra posición, muy cercana al expositor, absolutos, solo interrumpidos por algunas risas o comentarios en respuesta a las pintorescas anécdotas con las que pintó la realidad romana.

Desconfianza

Después de una breve exposición teológica sobre la Fe, Mons. Fellay remarcó que no existe posibilidad alguna de discutir los contenidos de la Fe, establecidos por la revelación y custodiados por el Magisterio. Pero la actual situación, una especie de sida intelectual y moral del cuerpo eclesiástico hace que la mayoría de sus miembros lejos de defender la Fe hayan perdido todo instinto o reacción católicos, llevando a la Iglesia a un estado que ningún teólogo previamente había creído posible. Sin embargo los hechos están a la vista, y es tan erróneo negarlos como descreer de las promesas de N.S. Jesucristo sobre su protección constante del Cuerpo Místico. Nadie podía haberlo imaginado, parece excesivo, pero en definitiva es Dios quien lo ha permitido y será El quien lo detenga por medio del instrumento que designe.

Insistió el expositor en la desconfianza que la FSSPX tiene respecto a las intenciones romanas, que se fundamentan históricamente en las persecuciones sufridas a lo largo de su historia. Agregó, además, que el caso de la FSSP es paradigmático: hace algunos años, y estando esta congregación en plena regularidad canónica, fue intervenida durante su Capítulo General por Ecclesia Dei, y se designó a uno de sus miembros de la línea más liberal, el P. Arnauld Devillers, desplazando al líder histórico, el P. Bisig, por motivo de su adhesión excluyente a la misa tradicional.

De allí la necesidad, frente a las ofertas de Roma a partir del año 2000, de establecer ciertas condiciones que reconstruyesen la confianza mínima en la seriedad del diálogo, afirmó el obispo. Dos de las muchas posibilidades que se barajaron fueron finalmente planteadas a Roma y concedidas bajo el Pontificado de Benedicto XVI: a saber, la liberación de la Misa Tradicional y el retiro-levantamiento de las excomuniones a los cuatro obispos supérstites de las consagraciones de 1988. Sobre esto último relató el obispo tradicionalista, que el Card. Re. prefecto de los obispos y autoridad natural en la materia, tuvo en su mano el documento en el despacho papal “para ser firmado de inmediato”. Fue producido por una comisión de plena confianza del pontífice, dejando fuera del trámite a los organismos de gobierno competentes, único modo de lograr que el documento prosperase. El Card. Re debió rubricar el texto muy de mala gana y casi sin leerlo, y en menos de tres horas le fue entregado a Mons. Fellay por el Card. Castrillón. De otro modo nunca habría pasado las trabas de la maquinaria burocrática vaticana.

Un papa con las manos atadas

Del rico anecdotario relatado, llama la atención la admisión en privado de muchos prelados y hasta de los dos últimos papas respecto a la nula fundamentación legal que tenía la prohibición práctica de la celebración de la Misa. Las excusas para no haber aclarado antes el tema, relató Mons Fellay, fueron la oposición de las segundas líneas de los dicasterios romanos (secretarios y subsecretarios) y la de algunas conferencias episcopales, en particular la alemana y la francesa

Le concesión total de la misa y parcial (por no haber utilizado los términos de nulidad sino de revocación) de las excomuniones, reiteró el expositor, siempre han sido pedidas para provecho de los católicos en general, no de la FSSPX. En el primer caso, la misa, no variaría en absoluto la situación de sus miembros y fieles. En el segundo, dijo el obispo, usando una metáfora, “las excomuniones nos hacen lo que el agua al pato: resbalar por sus plumas”. Nunca se tomaron por válidas ni causaban resquemor de conciencia. Sin embargo constituían un enorme obstáculo para el apostolado.

Puertas que se abren

Mons. Fellay ha destacado que la situación de la Iglesia está en un momento de transición, en el cual la ola conciliar va decayendo junto con las generaciones que hicieron posible y luego aplicaron el Concilio, y se ve nacer una ola más conservadora, especialmente en las jóvenes generaciones de seminaristas y sacerdotes. Las turbulencias de esos dos movimientos, uno que muere y otro que nace, son las que se sufren hoy, particularmente en foma gran confusión sobre lo que está pasando, por un lado interesante y esperanzador y por otro tremendo y obstinadamente sostenido.

En tanto, la generación “dura” de las reformas posconciliares, la que ha recibido con entusiasmo los cambios, está ahora en los puestos de comando, tales como obispados o cargos administrativos de la Santa Sede, desde donde obstaculizan los planes de reordenamiento del Papa Benedicto. Comentó casos concretos de esta permanente acción obstaculizadora.

Considera el prelado que las esperanzas de una restauración de la Iglesia, por vías humanas, es decir, no mediando una intervención directa de Dios, pueden comenzar a verse realizadas en un término de unos quince años, cuando la actual generación posvaticano II haya sido desplazada por razones de edad.

Destacó el caso de numerosos seminaristas que enfrentan a sus profesores invocando las encíclicas papales preconciliares y exigiéndoles se definan o expliquen las contradicciones con sus enseñanzas. Esto ha llevado a un grado tal de tensión que en un caso, el Seminario Francés de vocaciones tardías, se llegó a la clausura ante la imposibilidad de lograr que los estudiantes acatasen a ciegas la enseñanza conciliar.

Benedicto XVI

Respecto al Papa, Mons. Fellay destacó su integridad moral, y su deseo de corregir algunos aspectos de la crisis: a saber, la decadencia litúrgica, la vida religiosa, la falta de identidad sacerdotal. Por eso protege a los que le solicitan volver a las reglas monásticas preconciliares o al rito tradicional, de los cuales casos citó Mons Fellay algunos. Insistió, además, en las contradicciones en materia doctrinal, como por ejemplo la insistencia en la reconciliación con el mundo y la libertad religiosa según se entiende modernamente.

Destacó también las graves dificultades del Papa para gobernar: primero por su deseo de consensuar sus decisiones con el sector progresista. En segundo lugar, porque no ha querido o no ha podido relevar a muchos funcionarios de la Curia que ponen piedras permanentemente en su camino. Por fin, marcó muy acentuadamente la complejidad de la personalidad del Pontífice, que adhiere a muchas formulaciones doctrinales  que el Magisterio clásico ha condenado: por ejemplo, el asumir los “valores” del liberalismo, su concepción de la relación Iglesia-mundo, el ecumenismo, atenuado ligeramente por la preferencia del Pontífice de un diálogo con los ortodoxos más que con los protestantes y finalmente su concepción de la libertad religiosa como un derecho. En definitiva, su apego a los puntos más cuestionables del Concilo Vaticano II. Lo que sin embargo no le impide trabajar arduamente en la reforma de la liturgia nueva, de la que un allegado al Pontífice le manifestó “debe desaparecer”, aunque de un modo gradual, por medio de cambios que la vuelvan más cercana a la tradicional.

Finalmente, ese mismo día se había anunciado el primer encuentro de las comisiones teológicas en Roma, para el 26 de octubre. La de la FSSPX presidida por Mons. Alfonso de Galarreta y tres sacerdotes. Mons. Fellay aseguró que después de haber recibido múltiples ofertas de regularización canónica, y habiéndolas rechazado a todas por diversos motivos, se produce finalmente un hecho asombroso: Roma acepta discutir la doctrina del Vaticano II, al que no considera dogmático sino pastoral, y por tanto modificables.

Al establecer estas discusiones en el más alto nivel, el Papa da a la FSSPX el rango de interlocutora autorizada de quienes tienen objeciones doctrinales sobre los textos mismos, no meramente sobre abusos o lecturas erroneas, terreno en el que se mueve generalmente el ala conservadora de la Iglesia. Los teólogos designados por Roma son considerados “ultraconservadores” por los progresistas, quienes no dudan en llamar a la rebelión ante el temor de que el Papa caiga bajo la influencia del movimiento tradicionalista. De hecho así lo temen, lo declaran y contra ello actúan en sus permanentes ataques a la FSSPX y al Papa. Los obispos alemanes han pedido reiteradamente al Papa que vuelva a excomulgar a los obispos que confieren órdenes sacerdotales e incluso, uno de los más importantes sugiere que antes de fin de año habrán logrado el documento de excomunión.

Respecto a los resultado de estos encuentros, Mons. Fellay manifestó una prudente cautela. No se busca ningún acuerdo práctico, sino la corrección de los errores del Vaticano II. Lo cual puede producir consecuencias impredecibles. Calificó de “loco” este empeño desde un punto de vista meramente humano, pero cuya necesidad queda avalada por los hechos, visiblemente llevados por la Providencia. En lugar de reclamar desde lejos, y frente a la hasta hace poco impensable invitación romana a las discusiones doctrinales, ha dicho Mons. Fellay, es un deber ir sólidamente preparados para fundamentar los puntos que se pongan en discusión, y encomendar todo a la oración y el sacrificio, particularmente por medio de la campaña de 12 millones de Rosarios.

Humanamente “loco”, el empeño de disuadir a los romanos de sus errores doctrinales ha causado un  profundo disgusto de los progresistas, más que disgusto odio, señaló Mons. Fellay, y que cada día más claramente llaman a la rebelión contra el Santo Padre.

Mons. Fellay, finalmente, llamó a la oración, la penitencia y la confianza en Nuestra Señora del Santo Rosario de Fátima, bajo cuyo patrocinio ha quedado el buen suceso de las discuciones.

 
Marcelo González